J.C. Maraddón
En ocasión de su estreno en 2014, la película hispano-argentina “Relatos salvajes” provocó reacciones encontradas ante esos seis fragmentos en los que la ira desatada por determinadas situaciones cotidianas termina saliéndose de los carriles racionales y deviene en tragedia. La idea del director y guionista Damián Szifron, responsable de la exitosa serie televisiva “Los simuladores”, poseía la originalidad, el realismo y el humor negro suficientes para conmover no sólo a la platea, sino también a los críticos que la calificaron de excelente y a los jurados de importantes festivales internacionales que decidieron nominarla y, a la postre, otorgarle premios.
Algunos de sus episodios, como por ejemplo el que nos presenta en toda su exasperación al personaje de “Bombita”, encarnado por Ricardo Darín, se convirtieron en auténticos memes a los que se cita constantemente como una referencia de lo que puede suceder cuando se activan las alarmas de la furia en una persona que en apariencia posee un carácter calmo. En su galería de enojos desaforados, “Relatos salvajes” traza un cínico retrato de la sociedad actual, en la que predomina el individualismo y la competitividad, por encima de lo que pueden ser los sentimientos solidarios propios de un comportamiento razonable.
El tercer segmento del largometraje plantea un encuentro fortuito entre un empresario que viaja en su Audi por la ruta 68 cerca de Cafayate, en la provincia de Salta, y un albañil que con su viejo Peugeot 504 se divierte obstruyéndole el paso cuando el otro quiere adelantarse. El resquemor por la maniobra, una no menor cuota de racismo y el consecuente insulto que le propina el hombre trajeado a su ocasional oponente cuando por fin logra pasar al vehículo más antiguo, se dirigirán hacia una catarata de violencia que ni los dos conductores ni quienes observan la acción en la pantalla podían llegar a imaginar.
Detrás de la explicita moraleja acerca del peligro que entraña cualquier trifulca que se entable a partir de un altercado automovilístico, Szifrón no se priva de escenificar una sórdida batalla entre dos individuos, dentro de una lucha de clases a la que allí asistimos como testigos. No sabemos nada del derrotero que esas dos almas han recorrido hasta llegar a ese fatal cruce, pero se nos expone sin anestesia hasta dónde puede llevarnos ese desliz de montar en cólera por una minucia y, al tratarse además de dos hombres, se nos enfrenta al absurdo de demostrar quién es más macho.
En “Bronca”, la serie que desde principios de abril está disponible en Netflix, relucen algunas de esas aristas que supo iluminar “Relatos salvajes”: una mujer de negocios y un plomero inician un incidente callejero a bordo de sus autos, sin saber cuán lejos se disparará el odio que a partir de allí se van a prodigar el uno al otro. Tenemos una reyerta por cuestiones de tránsito, tenemos el componente clasista y tenemos el resentimiento como motor de todo lo que sucede. Pero por algo el argumento de Szifron dura apenas unos minutos y el de “Bronca” insume diez capítulos de más de media hora.
Y es que esta flamante producción estadounidense creada por el director coreano Lee Sung Jin se remonta hasta lo profundo de la biografía de sus protagonistas y se extiende en las derivaciones del nefasto vínculo establecido entre ellos, para llegar a un punto sin retorno en el que todo será posible, inclusive lo más inverosímil. En la amplísima senda de la comedia negra, “Bronca” se abre paso con herramientas dignas de elogio y, por las dudas suene demasiado superfluo su objetivo, se mete también con la institución familiar, como núcleo de felicidad y, a la vez, disparador de los peores designios.