Por Javier Boher
@cacoboher
A mí me gusta volver cada tanto a revisar los números de la elección presidencial de 2003. No debe haber habido elección más sincera que esa en toda nuestra historia. Prácticamente nadie hizo uso del voto estratégico para definir quién sería su candidato, lo que se veía en cada casa.
Yo todavía no votaba, pero recuerdo que nadie escondía su preferencia política ni se avergonzaba de lo que creía mejor para el país. Después de la apatía generalizada de las legislativas de 2001 la crisis funcionó como un desfibrilador cívico, donde todos recuperaron las ganas de aportar un granito de arena a un nuevo proyecto de país.
Después el tiempo hizo de las suyas y volvimos a caer en el mismo pozo de desilusión en el que nos encontramos cada tanto. Estas elecciones tienen el potencial de ser, a su modo, un nuevo 2003 electoral, lo que se debe en buena medida a la existencia de las PASO.
Yo soy de la idea de que ciertas preferencias no desaparecen, sino que se reformulan y se depositan en nuevos nombres, que engañan con transformaciones ideológicas que en realidad no lo son tanto. No quiere decir que la sociedad no cambie su forma de pensar, sino que hay ciertos núcleos duros que son difíciles de roer.
En aquella ocasión Menem sacó el 24,45% de los votos, Néstor Kirchner el 22,25%, Ricardo López Murphy el 16,37%, Adolfo Rodríguez Saá el 14,11% y Elisa Carrió el 14,05%. Mucho más atrás quedaron Leopoldo Moreau con el 2,34%, Patricia Wlash con el 1,72%, Alfredo Bravo con el 1,12% y Jorge Altamira con el 0,72% de los votos. Queda el resto de partidos de ocasión que no prosperaron y no sumaron ni 3% de los votos.
La primera relación va a ser la más fácil: los partidos de izquierda clasista sumaron 2,4% de los votos. Nicolás del Caño sacó 2,16% hace cuatro años. Al PS de Alfredo Bravo (que falleció el día que le hubiese tocado asumir como presidente, en un dato de lo más curioso) lo dejamos como error estadístico: puede ir en un frente con los radicales, con los peronistas, con el juecismo o con cualquiera que mantenga vivo el sello.
El peronismo en conjunto consiguió 50,81%, apenas dos puntos por encima de lo que sacó Alberto Fernández en 2019 y un poco por debajo del 54% que sacó si se le suman los votos de Lavagna. Alguna vez podrá sumar un poco por encima de eso, pero el peronismo unido y duro es como Boca, la mitad más uno. Las divisiones provinciales, los roces con el kirchnerismo y demás lo han desperdigado, pero el 32,76% del panradicalismo no se acerca al primer lugar del podio.
Eso es lo que hace a identidades partidarias, lejos de otro tipo de preferencias, como las que hacen al perfil económico del candidato. Menem y López Murphy -los candidatos de la economía libre- sumaron 40,82%, bastante cerca del 40,28% que sacó Macri en 2019. No es que sean iguales, pero entre las opciones con chances era quien más se acercaba a la posibilidad de normalizar la economía.
El nacionalismo económico, el proteccionismo, la opción por los desprotegidos estaba encarnada en Carrió y Rodríguez Saá, que sumaban un 28% de los votos, cerca del piso que hoy se le pone a la visión de país del kirchnerismo. Los votos que tuvo Néstor Kirchner fueron mayormente de arrastre duhaldista y peronismo ortodoxo: ese 22,25% se parece mucho al 21,39% de Sergio Massa en 2015.
Todo este análisis sirve a modo de introducción para entender qué podemos llegar a esperar en estas elecciones. No hay dudas de que se espera un buen papel de los libertarios, que probablemente pueda ubicarse en una franja de entre 17 y 22% de los votos, aunque podría hacer una mejor elección si consigue robarle votos liberales a JxC, lo que parece difícil por la pata republicana del panradicalismo.
Lógicamente, también puede robar votos del kirchnerismo si se dan dos condiciones. La primera, que se mantenga el descontento con el desempeño económico y canalice el voto por el cambio. La segunda, que los intendentes del conurbano sigan tendiendo puentes con el economista para pegarse a un candidato que no los hunda.
Lo que suena a muy bajo es el 1% que la consultora poliarquía estima que podría sacar Juan Schiaretti si se presentara como candidato a presidente. Nunca el peronismo no oficial sacó menos del 6% de los votos, sumando 12% en 2011 con Duhalde y Rodríguez Saá y el techo de 21,39% de Massa en 2015.
De hecho, si Schiaretti lograra retener el 1,1 millón de votos obtenidos en su última elección a gobernador, eso solo lo dejaría en 3% de los votos. Si su crecimiento fuese como el que experimentó José Manuel De la Sota entre su último mandato a gobernador y las PASO de 2019, Schiaretti puede soñar con casi 5% de los votos (que todavía parece un poco lejos de la realidad). Si otras encuestas ubican al peronismo no K en 7%, que el gobernador cordobés mida tan bajo resulta llamativo, casi como si alguien tuviese interés en que no se muestre presidenciable.
Estas son, por supuesto, conjeturas. Las relaciones de los números son arbitrarias y sin asidero científico, pero las regularidades históricas sirven como para imaginar de qué manera se pueden desenvolver los hechos. Sin todos los nombres en la mesa es difícil pensar en cómo puede funcionar esa imputación de categorías a cada candidato. A medida que se vayan develando quiénes serán los competidores seguramente se pueda estimar mejor cuánta fuerza tiene cada uno.