J.C. Maraddón
Cuando el mundo de la música conoció a la banda U2, allá por los comienzos de los ochenta, su sonido remitió de inmediato a ese rock independiente que afloraba en las Islas Británicas tras la declinación del punk, una corriente variopinta que impartía la idea de ofrecer una alternativa al rocanrol clásico. Al provenir de Irlanda, no sorprendió que el grupo tuviera en sus letras referencias directas a la realidad política y social de ese país, una isla dividida en dos partes por cuestiones religiosas: al norte, una región que pertenece al Reino Unido donde priman los protestantes, y al sur una república de mayoría católica.
Las permanentes guerras civiles que enfrentaron a estos dos sectores y que se extendieron hasta finales del siglo pasado, fueron el escenario en que los integrantes de U2 crecieron en los suburbios de Dublin. Y entonces parece lógico que al iniciar su carrera plasmaran en su obra ese contexto, a través de canciones como “Sunday Bloody Sunday” o “New Year’s Day”, que oficiaron como himnos en su propia tierra y que, con la expansión global de la fama de este cuarteto, pasaron a ser patrimonio de la humanidad, con una vigencia que va más allá de esa tragedia que inspiró su composición.
Las incursiones de U2 por Estados Unidos, donde sus giras obtuvieron un suceso pocas veces visto, situaron a estos irlandeses en contacto con una cultura en la que encontraron rasgos coincidentes con sus propias inquietudes. Y a pesar de que muchos pusieron el grito en el cielo y consideraron este viraje como una traición, en discos como “The Joshua Tree” Y “Rattle & Hum” es factible detectar cuánto de la influencia musical estadounidense aparece en las canciones, en especial del legado afroamericano que subyace en géneros como el blues, el soul y más que nada el góspel.
La raíz confesional de este último, que jamás renegó del carácter ceremonial de sus cantos y alabanzas, puede haber sido el mayor punto de conexión que U2 haya encontrado en su exploración por Norteamérica, de acuerdo a lo que es posible percibir en esos discos donde dejaron que esa vena fluyera sin ninguna clase de prevenciones. En temas como “I Still Haven’t Found What I’m Looking For” o “All I Want Is You” se hace muy evidente este nexo en el que el cristianismo compartido trazaba un puente de sonoridad impensado de un lado al otro del océano Atlántico.
En el documental “Bono & The Edge: A Sort Of Homecoming”, estrenado por la plataforma Disney+, queda explícita esta asociación, cuando gracias a la sagacidad de las preguntas que les hace David Letterman al cantante y al guitarrista de U2, ellos se explayan sobre la manera en que concibieron algunas piezas claves de su repertorio. Además de regodearse con paisajes y personajes pintorescos de Dublin, el director Morgan Neville se preocupa por develarnos estas curiosidades artísticas de una banda que lleva más de 40 años en escena y que aparenta haberse vuelto inmune a las críticas que suelen dispararse en su contra.
En la película también se vislumbra el proyecto encarado por Bono yThe Edge de rescatar algunos de sus grandes éxitos para reversionarlos con matices más despojados o acompañados por una instrumentación acústica. Es decir que “Bono & The Edge: A Sort Of Homecoming” funciona como una revisión del pasado glorioso y también como un reporte en tiempo real sobre el proceso que derivó en la publicación de “Songs Of Surrender”, el extenso álbum lanzado el 17 de marzo en el que se obstinan en que esos hits encuentren su forma definitiva, en algunos casos muy distinta a la original.