Modelo educativo cordobés

Todavía se suman días de paro a un conflicto que no parece estar por solucionarse. Después de años de buena sintonía, finalmente asoma la realidad.

Por Javier Boher

@cacoboher

-A ver alumnos: si las clases arrancaron el 27 de febrero, ¿cuántos días pasaron hasta la fecha?

– 29, señorita.

– Muy bien. Si cada semana hábil tiene cinco días, ¿cuántos días hábiles hubo en ese tiempo, alumno Grahovac?

– 21 días hábiles, señorita.

– ¡Pero muy bien! ¿y quién me puede decir cuántos días se perdieron si tuvieron un feriado, un día para organizar la nueva división del grado y cinco días de paro?¿Alumno Schiaretti?

– Siete, señorita.

– ¡Perfecto! Usted debería ser contador cuando sea grande. Si le restamos esos siete días a los 21 días hábiles, ¿cuántos días de clase hubo?

– 14 días de clase, señorita.

– ¡Hoy están muy aplicados! Debería llamar a la directora para que vea. Y si sumamos los ocho días de fin de semana a esos siete días que no tuvieron clase, ¿cuántos días son?

– 15, señorita.

– Muy bien, alumno Giordano. Entonces, si pasaron 29 días desde el primer día de clases, y durante quince no tuvieron que venir a la escuela, ¿se pasaron más tiempo en su casa o en la escuela?

– En casa, señorita, mirando la tele y jugando con el celu.

– ¡Pero no! ¿A ustedes les parece bien haber estado tonteando en lugar de estudiar y hacer la tarea? Miren que si no estudian después van a ser unos burros. Pero, por lo menos, les vamos a haber enseñado a luchar.

—-

Algo así podría ser un intercambio imaginario entre una maestra y sus alumnos de primaria, justo como mis hijos. Debo hacer una aclaración antes de seguir. Mientras dos de las maestras se sumaron a todos los paros, otra decidió dar clases durante tres de esos cinco días; afortunadamente la que está con la lectoescritura.

La educación en Córdoba parece no ser una prioridad para nadie. Lo vivimos durante la pandemia, que las escuelas estuvieron cerradas durante un año y que luego volvieron con las famosas burbujas. Padres y madres que se quejaban por el frío, por el calor, por el virus, por otros bichos, por el barbijo, por la comida o por lo que fuere, encontrando excusas para que sus hijos no fuesen a la escuela. Las siguen buscando hoy, aunque con ese promedio de un día en la escuela por un día en casa no tienen que andar viendo formas de que sus hijos se salteen las clases.

Por ahí pasan cosas por las que lógicamente los padres no quieren que sus hijos vayan a la escuela, como cuando se agarran a tiros en la puerta o -ya más grandes- cuando el bullying o las peleas entre alumnos son moneda corriente. Total y absoluta decadencia de la escuela como espacio de socialización y aprendizaje de normas de convivencia.

Hace poco un estudio de Argentinos por la Educación afirmó que el 92% de los alumnos de primaria llega a 6° grado en el tiempo estipulado. En Córdoba llega al 99%. “¡Qué bien!”, pensarán algunos. Sin embargo, el mismo informe asegura que sólo el 43% de los chicos llega a 6° grado con los aprendizajes necesarios. Córdoba está un poco mejor, con el 56%. Eso no cambia que sea la parte del “¡Qué mal!”.

Esto va más allá de la pandemia y tiene que ver con algo mucho más grande e importante, que es que el Estado -en sus diferentes niveles de gobierno- no está haciendo lo que corresponde para que la escuela sea la principal niveladora de la sociedad.

Soy docente con experiencia básicamente en escuelas privadas. En los dos últimos años ya sé de dos casos de escuelas que renunciaron a la subvención, con una más que se rumorea va por el mismo camino para dentro de poco. Son escuelas que aspiran a entrar en el círculo de las que tienen cuotas de entre 70 y 90 mil pesos. Un colegio bilingüe, con comedor y otras cositas, puede costar por encima de los $110.000 mensuales.

No tiene nada de malo que la gente apueste por la mejor educación posible, pero habla de un fenómeno de polarización social que antes no existía. Habla, además, de que incluso no siendo la mejor educación al menos no tienen días de paro y pueden mantener una logística familiar estable. Excede lo estrictamente social o de status: estamos hablando de algo tan simple como tener clases.

Por supuesto que los políticos no se preocupan mucho por estas cosas. Sus hijos van a esas escuelas privadas, que pueden pagar con sus altos sueldos del sector público. Quizás también hay otro tipo de favores, tráfico de influencias, por los que obtienen hasta algún descuento. Conozco de adentro más historias que las que le gustaría reconocer a más de un político.

Los paros no pueden ser imputables solamente a los docentes, sino también a las patronales, donde casualmente la más grande es el Estado. Ese estado es conducido por esos políticos que mandan a sus hijos a colegios privados o a “públicos boutique”, colegios que funcionan bien por el barrio en el que están ubicados, pero que nunca tienen banco.

Algunos colegios privados -no todos- pagan un plus a sus docentes para evitar el paro. El Estado apenas si paga lo que dice la ley, aunque los de jornada extendida o los que recién asumen en un cargo deben esperar meses hasta que algún burócrata cargue el MAB y puedan cobrar su sueldo. ¿Cuánta gente puede esperar seis meses hasta que la provincia le deposite la plata, en un país de 100% de inflación anual?.

La inflación acumulada en Córdoba en los últimos cinco años es de 906,97%, un poco por encima de los 846,69% de la nacional. En febrero de 2018, una maestra de grado cobraba $16.525 de bolsillo. Con la nueva propuesta, el sueldo de febrero debería ser de $134.970. Para empardar la inflación, el salario debería ser de $149.840. $15.000 no suena a tanta pérdida. Sin embargo, mientras la canasta básica total de febrero de 2018 era de $12.314, la de febrero de 2023 fue de $156.431. Así, la CBT pasó de ser el 74,5% del ingreso de una maestra a estar 15,9% por encima de su sueldo.

El gobernador quiere proyectar el modelo cordobés al resto del país, pero las familias de los docentes de la provincia no pueden salir de pobres. ¡Ah, pero le regalan 3GB de internet a los alumnos para que estudien!.

Como docente creo que nuestro lugar es el aula y no la calle. La solución siempre es más educación y menos militancia. Más pensar en los alumnos y menos pensar en causas grandilocuentes. Más reflexión ante las urnas y menos compromiso partidario. Quizás esa sea la forma de tener más futuro y menos pobreza.