Hay alternativa para el reguetón

Una de las voces femeninas que se atrevió a desplegar una oferta sonora llamativa en el escenario Samsung del festival Lollapalooza, cuando el sol todavía caía a pleno en la tórrida jornada del viernes en San Isidro, fue la dominicana The Change, de tan sólo 23 años de edad.

J.C. Maraddón

Como si fueran organismo vivos que se van adaptando a las variaciones del medio ambiente, los festivales musicales han evolucionado hasta transformarse en experiencias sensoriales que, de paso, promueven el consumo a partir de la presencia de sponsors que llegan a destacar su logo por encima del de los propios artistas. En esta actualización, las redes y la transmisión por streaming ocupan un papel fundamental, en especial para fidelizar a las audiencias juveniles, cuyo fanatismo por esos eventos es el imán que muchas veces atrae al resto de la familia a estos parques de atracciones al estilo del siglo veintiuno.

Tras el Cosquín Rock que se asienta en las sierras cordobesas, el mes de marzo inscribe en el calendario de entretenimientos la edición argentina del Lollapalooza, un encuentro que arrancó en Chicago a comienzos de los noventa por iniciativa de Perry Farrell, cantante de la banda Jane’s Addiction, quien concibió este emprendimiento como una vidriera para la música alternativa, con un objetivo contracultural. Más de 30 años después, aquellos principios han cedido su preeminencia en función del objetivo comercial, pero aun así la grilla siempre reserva un sitio para expresiones del circuito emergente, tanto en la sede central como en las distintas ciudades que lo reciben alrededor del planeta.

Aparte de las estrellas que se responsabilizan de cerrar cada una de las tres veladas en los respectivos escenarios (que esta vez fueron cuatro), siempre es interesante prestar atención a esos nombres menos conocidos, que se suman al cartel gracias a una curaduría que se esfuerza por reflejar una diversidad de propuestas. La pospandemia  y la fluctuante cotización del dólar han incrementado la aparición de intérpretes argentinos en la programación del Lollapalooza que desde 2014 se realiza en el predio del Hipódromo de San Isidro, donde se convocaron más de trescientas mil personas el fin de semana pasado.

Pero en medio de aquellos que nos resultan cercanos, se cuelan algunos que han llamado la atención de la prensa especializada y de una elite de melómanos que los ha descubierto en Spotify, pero cuya fama dista mucho de ser masiva, al menos para por el momento. En ese sentido, este festival crea la oportunidad de apreciar sobre el escenario a esas flamantes promesas, ya sea por parte de los privilegiados que tienen la chance de verlos en directo o para aquellos que están en condiciones de acceder a la emisión en vivo.

Una de las voces femeninas que se atrevió a desplegar una oferta sonora llamativa en el escenario Samsung, cuando el sol todavía caía a pleno en la tórrida jornada del viernes, fue la dominicana The Change, que adoptó ese seudónimo como un chiste sobre su apellido: se llama Carmen Cambiazo. Inmersa en una variante del género urbano, sus canciones se mecen al ritmo del reguetón, pero le imprimen a esa cadencia un giro inesperado, en el que mucho tiene que ver su tonalidad vocal, más emparentada con lo melódico que con lo que estamos habituados escuchar entre quienes frecuentan lo caribeño.

Con una extensa carrera como jugadora de fútbol, esta cantante ha cursado estudios universitarios de televisión y cine, lo que la habilitó para dirigir sus propios videoclips, con los que pudo difundir su obra a través de hits como “Imperio”, “Hora loca” y el más reciente “Un día”. Con tan solo 23 años, The Change conquistó a los espectadores que soportaban el calor de la tarde porteña y mostró que, a pesar de los prejuicios que puedan existir contra el universo reguetonero, toda corriente musical admite adecuaciones personales que la saquen del molde y la devuelvan bajo una apariencia diferente.