Focos en el aquí y el hoy de la historia (Primera parte)

Van intentos de volver la mirada hacia el pasado de Córdoba, con la esperanza de encontrar fogonazos que permitan descubrir el milagro de lo cotidiano. Empezamos en la colonia.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

Fraile divirtiéndose con una mujer, siglo XV

La vida cotidiana es el foco del acontecer histórico. Habrá quien crea que la continuidad de cada día y hora de las personas solo comprende vicisitudes insignificantes. Pero, en cambio, es sustantiva para la historia social en la que transcurre la vida humana. La vida se articula con el dramatismo, la emoción, los deseos, súmeseles la revelación, la voz, los actos, las ceremonias de los habitantes de una sociedad. Detenerse en esos elementos abre rendijas a la subjetividad. Eso sí, hay un precio: observar piezas de esa subjetividad exige, si no entender del todo, al menos preocuparse por señalar la relación imaginaria que construyen los individuos con sus condiciones reales de existencia.
Claudio Tognato expresa lo siguiente en un prólogo a un difundido libro de Franco Ferraroti de 1990, “Nuestra cotidianidad no es una abstracción, es aquí y ahora, tiene su temporalidad, vive ensimismada en su siglo inevitable, con su cultura o contra ella. Lo universal y lo singular no sólo no se oponen, sino que se reasumen en un proceso dialéctico en constante movimiento. Este es el lugar de la temporalidad, allí donde el ser humano vive dramáticamente su tiempo, por cierto demasiado breve, aunque sólo insignificante y anónimo para los dueños del significado siempre demasiado apresurados por allanar la historia.”
Los que (todavía) vivimos nuestro hoy y nuestro aquí, podemos, además de testimoniar lo que ocurre a nuestro alrededor, volver la mirada a la historia. Nuestra materia prima son textos de época de diversos períodos. Hay que acomodarlos en un determinado discurso narrativo: el relato histórico. Para recuperar algo de eso que, en la mirada histórica -menos en la literatura-, muchas veces parece quedar al fondo del cuadro, o convertirse en un paisaje fuera de foco, acudimos a documentos de época en busca de fragmentos de vivencias situadas en el hoy: crónicas, noticias, cartas, actas, testimonios, opiniones, artículos, leyes, etc. Y aspirar a que sean como un fotograma que, puesto en movimiento con otros, creen una ilusión de movimiento.
Con un primer cuadro proponemos una intermitencia a lo que va de introducción, dejando a quienes lean asomarse a una estampa bastante cotidiana referida a la recién fundada Córdoba, en un texto de 1589, escrito en primera persona por Fray Reginaldo de Lizárraga. El sacerdote dominico lo incluye en su Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. Envuelve una simple transacción comercial con un mercader procedente del Paraguay y, como plus, se detiene en una muchacha bordando, en otra parte de la región tucumana.
“Estando yo en Córdoba llegó allí un mercader con tres o cuatro carretas cargadas de vino bonísimo y conservas, y le compré dos arrobas para mi viaje de allí a Chile, a quince reales de a ocho el arroba, y pasó con ello a Santiago del Estero, y estuvo determinado ir a Chile, donde las conservas y azúcar vendiera muy bien. Salieron de la Asunción pocos años ha, no son ocho, a poblar el rio llamado Bermejo, donde sin dificultad los indios, que son muchos, se redujeron; son los más ingeniosos que se han hallado en estas partes; tienen buenas casas, a dos aguas; hacen arcos de madera de medio punto, como si a compás los sacasen; vi en Santiago del Estero una muchacha que, sin haber tomado aguja en su vida en la mano, labraba como si desde que nació se hubiera criado labrando.”
La siguiente cita es también lo bastante antigua y se refiere, para variar, a las personas originarias de Córdoba a quienes conocieron y dominaron los jesuitas. Es un fragmento muy difundido, cita de una cita, que tomamos de Nuestra primera música instrumental del padre Grenón. La cotidianidad de la actividad musical y la danza, ambas colectivas, sugieren un cuadro muy poco frecuente en estos pagos de Jerónimo Luis. La brevedad del texto es casi de puño apretado, ofrece una especie de simbólica definición en borrosos adn, de lo que -suponemos- es la alegría cordobesa. Lo breve es bien compensado aquí por lo valioso.
“En la Carta Annua del Padre Barzana, del 3 de septiembre de 1597, hablando de los indígenas, anota lo siguiente: «Mucha de la gente de Córdoba es dada a cantar y bailar. Y después de haber trabajado y caminado todo el día, bailan y cantan en coros la mayor parte de la noche». (Barzana, P. Alonso, Relaciones geográficas de Indias, II. Apéndice LII).”
La vida cultural se convierte en eje de estas miradas. Una interminable serie de asuntos vinculados a las costumbres, a las creencias, a la mentalidad, a aspectos de la vida pública y de la vida doméstica, a los rituales en general: festividades y conmemoraciones, diversiones o vacaciones, formas de la vida popular y la burguesa, formas de habitar la urbe, etc., son todos signos que arraigan en lo personal, y por eso son como campo orégano para la vida cotidiana.
Para el siglo XVI, se puede vislumbrar un poco del celo moral y estrecho de la sugestión religiosa. El texto traza la diferencia entre los futuros jóvenes sacerdotes y la muchachada secular de la ciudad aburrida, aunque seguramente menos aburrida, por lo visto, en el andarivel de los pueblos originarios y mestizos de los alrededores. La cita es de Efrain Bischoff.
“Corresponde a 1612 -dato que aporta en su Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay el padre Pedro Lozano- esta referencia sobre la casa jesuita establecida en Córdoba. Los congresantes tenían «particular cuidado de huir de divertimento peligroso de unas danzas, que habían introducido, concurriendo a ellas indios e indias, y estas con tal ansia, que tenían por fortuna lograr la ocasión de que entrasen también sus hijas: traza sin duda inventada del demonio, para enredar muchas almas». Y añade: «Iba ya cundiendo el cáncer de manera, que algunos mozos mestizos y españoles holgazanes querían entrar a la parte de las fiestas, sin reparar en mezclarse con los indios, de quienes en todo lo demás tanto se pretenden diferenciar.»