Más allá de todos los límites

La inteligencia artificial, como un área en crecimiento que dejó de ser una utopía para transformarse en realidad, es la última gran ola en el progreso científico. Y no había forma de que las manifestaciones culturales más populares, como la música, quedaran afuera de este prodigio.

J.C. Maraddón

Si nos remitimos a los tiempos en que solo una rudimentaria percusión acompañaba las inquietudes sonoras de la humanidad, la evolución de la expresión musical ha sido notable, entre otras cosas por los desarrollos tecnológicos que la han acompañado en ese devenir. Por ejemplo, el paso de los instrumentos acústicos a los eléctricos y electrónicos, constituyó un revolucionario avance en el siglo pasado, sin el cual hubiesen sido imposibles de gestar muchos de los géneros que han ido apareciendo en la última centuria y que han creado las condiciones del panorama en que nos encontramos inmersos al día de hoy.

Pero cada vez que alguna de estas novedades logró imponer su uso por encima de las precedentes, la polémica estalló como una bomba y se acusó a los innovadores de tergiversar los lineamientos del arte y de establecer formas de trabajo industriales incompatibles con los códigos que se venían utilizando. Quizá la anécdota más recordada en la Argentina sea aquella en la que, en un programa de TV, el guitarrista Pappo Napolitano se negó a aceptar que los deejays “toquen” y le espetó a DJ Deró: “Buscate un trabajo honesto”, como si la tarea del pinchadiscos lindara con lo delictivo.

Los sintetizadores, los secuenciadores y los samplers forman parte de una cadena evolutiva que facilitó a los intérpretes modos distintos de llevar adelante sus inquietudes y que direccionó el sonido de las canciones que venimos escuchando durante los últimos cincuenta años. Negarle a esas herramientas sus beneficios instrumentales implicaría retrotraernos a las épocas en que los músicos elaboraban sus obras en condiciones que en la actualidad serían consideradas precarias, más allá de que algunos, en su afán de explotar la veta de lo vintage, buscan voluntariamente quitarle a sus temas cualquier rasgo que denote un guiño hacia los cánones de la modernidad.

Tal vez lo más conflictivo haya sido la incorporación del software como elemento de incidencia en una grabación o en la actuación en vivo, porque ese tipo de artilugios eran descalificados bajo acusaciones de una artificialidad que respondía más a la performance de una máquina que a la de un ser humano. Sin embargo, a esta altura cada vez son menos los que continúan con la resistencia a esos cambios, que son tan notorios como irrenunciables. Con sólo atender a los hits de moda podremos detectar señales de una preponderancia de la tecnología como nunca antes se había dado.

La inteligencia artificial, como un área en crecimiento que dejó de ser una utopía para transformarse en realidad, es la última gran ola en este constante progreso científico que nos abruma. Y no había forma de que las manifestaciones culturales más populares, como la música, quedaran afuera de este prodigio, que amenaza con desviar el rumbo de la historia, en el mismo sentido que lo hizo no hace mucho internet y su consecuente auspicio de la virtualidad como un universo paralelo en el que nuestras vidas cobran un sentido diferente al que podamos estar experimentando en el mundo real.

Al conseguir una simulación perfecta de la voz del rapero Eminem para usarla a voluntad en uno de sus sets, el disc jockey francés David Guetta posicionó al ChatGPT como un instrumento más al que se puede echar mano cuando así se lo requiera. Y esto es apenas el comienzo de una apropiación que vaya a saber hasta dónde llega, más que nada teniendo en cuenta que la legislación corre muy por detrás de estos sorprendentes hallazgos de la ciencia, puestos al servicio de una industria musical que ya ha demostrado con creces su talento para sobrepasar todos los límites.