J.C. Maraddón
En las últimas décadas, el metier gastronómico ha cobrado una importancia que se refleja tanto en la variedad de la oferta como en la sobreabundancia de información al respecto, tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales, donde se aportan datos precisos para el consumo y la confección de sabrosos manjares. Un placer que antes sólo estaba al alcance de los paladares más exigentes, pareciera ahora haberse popularizado, aunque esto tenga más de fantasía que de realidad si nos atenemos a lo que las estadísticas indican que es el promedio de ingresos mensuales en la Argentina para una familia tipo.
Los tradicionales ciclos televisivos de cocina, que en otros momentos estaban reservados al “ama de casa”, pasaron a contar con una presencia masiva en las grillas de programación, al punto que hubo necesidad de abrir canales exclusivos para esta temática, cuyas marcas en el rating mostraban cifras para nada despreciables. Los cocineros (y los chefs) adoptaron una estatura mediática sin precedentes, que dejaba muy atrás aquella legendaria figura de doña Petrona C. De Gandulfo, la ecónoma que con sus recetas supo alentar a que las mesas familiares se poblaran de menús que proveían alimentación y sabor sin que hiciera falta un gasto excesivo.
En esta nueva etapa, proliferaban los platos exóticos elaborados por expertos, que con sus sugerencias incentivaron a que varias generaciones de jóvenes se dedicasen al arte culinario, lo que multiplicó la apertura de academias privadas que otorgaban títulos en esta materia. Ya no era apta para cualquier idóneo la tarea de satisfacer el interés de esa nuevo prototipo de comensal que no se conformaba con una minuta, sino que exigía una calidad acorde a los estándares internacionales, pero que en muchos casos no podía pagar por esos manjares más de lo que su propio bolsillo le permitía.
De un tiempo a esta parte, esa tendencia derivó en la preponderancia de la gastronomía dentro de los atractivos de muchos festivales artísticos, en algunos de los cuales ese aspecto es el eje central de las actividades. Las especialidades regionales, que en otras épocas se limitaban a un número acotado, se expandieron hasta abarcar las oriundas de países remotos, no tan sólo en las grandes urbes, sino también en ciudades como la nuestra, donde hasta no hace mucho era difícil imaginar que se iba a poder consumir exquisiteces muy abundantes en otros lugares del mundo, pero inhallables por aquí.
Frente a este fenómeno, se revela como un hallazgo la historia alrededor de la serie “The Bear”, de la plataforma Star+, donde un chef de primer nivel debe hacerse cargo de un pequeño comedor familiar en Chicago. Por más que la clientela habitual del negocio son trabajadores que devoran los sandwiches con rapidez para luego volver a sus labores, Carmy se esfuerza por dar lo mejor de sí para complacer a esos parroquianos y adiestra a los empleados del local para lograr una mayor eficiencia y para que el producto que expenden sea tan delicioso como los mejores en su tipo.
La faz policial, el costado oscuro y la trama psicológica del relato, construyen en los ocho episodios de la primera temporada una narración atrapante, sostenida en actuaciones que han recibido elogios y premios de la crítica. Sin embargo, tal vez sea la dinámica de las imágenes que se suceden de modo vertiginoso, dejando expuesta la trastienda de eso que nos limitamos a saborear del otro lado del mostrador, lo que le otorga un carácter distinto a esta producción que exige demasiada atención del espectador en su inicio, pero que luego lo compensa con una construcción casi artesanal de la tira.