Noticias locales del padre Gervasoni (Tercera Parte)

Se destaca una faceta del misionero jesuita relativa a Córdoba, en un párrafo escrito por Gervasoni en una carta de 1729, que desató dudas y aclaraciones sobre la historia de la arquitectura religiosa de la Docta y de Buenos Aires.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com

 

La iglesia matriz de córdoba mencionada en algunos textos.

El padre Carlos Gervasoni escribió, recién llegado a Buenos Aires, en 1729, una carta a Roma al padre Comini donde describía la arquitectura de la ciudad porteña y deslizaba una referencia para la historia de la construcción de templos en esa ciudad y en Córdoba. Allí señalaba la participación del jesuita italiano Juan Bautista Prímoli en las obras arquitectónicas religiosas en que este participó junto a otro compañero de la orden y compatriota, Andrés Blanqui, ambos los más prolíficos constructores de templos de su época. En el discutido párrafo de Carlos Gervasoni se refería este a la arquitectura del colegio y la iglesia de la Compañía en Buenos Aires:
«Nuestro colegio podría figurar con decoro en cualquier ciudad de Europa, construido todo en bóveda maciza, de dos pisos, y bien grande. Está concluido todo el primer claustro, queda por hacer el segundo, para alojar a las misiones del Paraguay, y de Chile, que aquí desembarcan. La iglesia también es soberbia, hecha a la romana con cúpula, y cinco capillas por cada lado, además de las tres grandes, que están a los costados de la cúpula. Actualmente se está haciendo la bóveda de toda la nave, bajo la superintendencia de un tal hermano Prímoli, milanés de la provincia romana, que vino en la misión pasada. Es este un hermano incomparable, infatigable. Él mismo es el arquitecto, el maestro mayor, el albañil; y es necesario que así sea, porque los españoles no entienden jota; ocupados todos en enriquecerse, el resto poco les importa. Este hermano ha fabricado la Catedral de Córdoba del Tucumán, nuestra iglesia de ese Colegio, la de los padres reformados de San Francisco aquí en Buenos Aires, la de los padres de la Merced, que es mucho más grande y majestuosa que la nuestra, y es continuamente llamado aquí y allá para ver, visitar, hacer diseños, etc. No se puede hacer mayor beneficio a esta provincia, que enviarle sobrestantes, de que hay necesidad; y siendo este hermano solo, no puede satisfacer a tantas ciudades y colegios que lo solicitan.»

La primera expresión crítica sobre ese párrafo fue publicada en La Revista de Buenos Aires de 1865, donde Vicente G. Quesada, codirector de esa publicación, deducía varios errores en las afirmaciones de Gervasoni y expresaba sospechas sobre la omisión del nombre del padre Blanqui:
“¿Qué objeto pudo tener el Padre Gervasoni al ocultar la gloria de Blanqui, a quien ni nombra, para dársela injustamente a Prímoli? ¿Enemistad, quizá? No lo sabemos. ¿Error o malos informes? Pero su aserto es bien categórico, refiere un hecho de que es contemporáneo, ¡elogia a Prímoli y ni nombra a Blanqui!”.

Quien aclaró estos temas en un prolijo estudio publicado en 1941, titulado “Buenos Aires y Córdoba en 1729 – según cartas de los padres Cayetano Cattaneo y Carlos Gervasoni, Societatis Iesu” fue el arquitecto e historiador Mario J. Buschiazzo. Este autor se encargaba de señalar que en su carta Gervasoni, “aparte de indicar tan sólo a Prímoli y no a ambos, dice que el templo mercedario es mucho más grande y majestuoso que el de su Orden. Este detalle hizo suponer a Quesada que se trataba de La Merced de Córdoba, puesto que el templo similar de Buenos Aires es más pequeño que San Ignacio, en tanto que el cordobés es, sino mayor, por lo menos comparable al jesuítico bonaerense. A nuestro parecer, no hay tal equivocación, debiéndose interpretar el texto literalmente, sin pretender enmendar el sentido de lo que escribió el Padre Misionero. El error de Quesada proviene de suponer que Gervasoni comparó La Merced con San Ignacio, tal como nosotros conocemos a este último. En realidad, se refirió al templo provisional que en 1729 servía a la Compañía de Jesús, y que no era otro que los primeros tramos de San Ignacio, cercanos a la fachada. Recordemos que párrafos antes decía Gervasoni que en esos momentos se estaba «haciendo la bóveda de toda la nave».” También agrega Buschiazzo lo siguiente: “Hay otra prueba concluyente, que certifica de modo incontrovertible que Gervasoni se refirió a La Merced de Buenos Aires y no a la de Córdoba, y es la de que este último templo data de casi un siglo después, ya que se inició en 1807. La iglesia mercedaria cordobesa que pudo conocer Gervasoni era mísera y ruinosa, de modo que jamás pudo referirse a ella para compararla con San Ignacio. Por añadidura, cuando Gervasoni decía que La Merced era mucho más majestuosa que la de sus compañeros de Orden, dando la impresión de que hablaba de algo que había visto, aún no había estado en Córdoba, puesto que escribía a raíz de su llegada a nuestra capital.”

También se refirió Buschiazzo a la afirmación de Gervasoni acerca de que Prímoli “ha fabricado la Catedral de Córdoba del Tucumán” señalando que dicha aserción del autor de la carta es inexacta, para lo que ofrece una detallada historia del proceso de construcción de la iglesia matriz cordobesa, su derrumbe en 1677, su recomienzo en 1680 por el maestre de campo don Pedro de Torres, que no prosperó; la intervención en 1699 del arquitecto altoperuano José González Merguete, a quien le fue imposible superar las trabas de las autoridades y la falta de recursos, por lo que volvió a su tierra “dejando las obras trazadas, con los muros a vara y media del suelo”. Es entonces que, en 1729, hace su aparición el padre jesuita Andrés Blanqui, y no Prímoli, a cargo de reconocer el estado de la obra para darle continuidad. Así, ni era Prímoli quien aparecía a cargo en esa instancia, ni se puede atribuir a ninguno de los dos jesuitas la construcción desde su primera traza del importante templo cordobés. Respecto al período en que el padre Blanqui se hizo cargo de la obra, el año de la llegada del padre Gervasoni, manifiesta Buschiazzo que “evidentemente la parte principal estuvo a cargo del hermano Blanqui”, aunque no se descarta “que en alguna oportunidad interviniera Prímoli, que actuó mucho en Córdoba precisamente en esos años”. Hubo, pues, tanto errores propios de Gervasoni como lecturas equívocas de su carta.