J.C. Maraddón
SI el cine se propone como una industria que requiere de un circuito en el que se pretende que las películas generen ingresos a partir de una razonable asistencia de espectadores, es lógico que los filmes incursionen en temáticas que tengan cierta inserción en los problemas actuales de la gente común. Podrán cambiar los soportes de cine en sala a videocasete o de DVD a streaming, pero el trasfondo del negocio cinematográfico sigue siendo el mismo y consiste en que haya muchas personas del otro lado interesadas en ver lo que tanto costó producir, ya sea en esfuerzo creativo como en inversión económica.
La abrumadora tanda de filmes que se abocan a cuestiones de género y que relevan el empoderamiento femenino o rescatan a mujeres del pasado que no habían sido visibilizadas hasta ahora, son una muestra de que esa sensibilidad de las producciones audiovisuales es inherente a su condición. Y de que la antena que posean quienes gestan las ideas para captar hacia dónde apuntan los intereses de la audiencia, será un factor de gran importancia para alcanzar el objetivo tan ansiado de redondear un éxito de taquilla que cubra los costos y reditúe ganancias a los que apostaron a ese producto.
Es obvio que el matrimonio como institución constituye hoy un ítem digno de ser problematizado, en función de que han asomado nuevos paradigmas que denuncian las antiguas estructuras sociales en las que se le daba a esa unión conyugal una función clave. La crisis de la pareja monogámica, necesaria consecuencia del descrédito que sufre el amor romántico, se erige en uno de los fenómenos que caracterizan a este tercer milenio. Y de ninguna manera podía entonces estar ausente en los argumentos filmados semejante tembladeral que aqueja por estos días a millones de familias en todo el mundo.
“Historia de un matrimonio”, de Noah Baumbach, con actuaciones de Scarlett Johansson y Adam Driver, planteaba en 2019 una perspectiva dramática sobre la disolución del vínculo entre los esposos, que llegan a la conclusión de que han desaparecido muchas de las cosas que los mantenían unidos. Premiado y elogiado por la crítica años atrás, este título se lanza con crudeza a hurgar en esa herida que se abre cuando el proyecto que se había concebido en conjunto, comienza a chocar contra los deseos personales de cada uno y naufraga en una farragosa mezcla de psicoanálisis y derivaciones judiciales demasiado dolorosas.
En un tono de comedia costumbrista muy distinto de aquel y más afincado en la tradición del cine argentino, la película nacional “Matrimillas” se enfoca en el mismo panorama desolador que parece acorralar a la esfera matrimonial, bajo la dirección de Sebastián de Caro y con las actuaciones de Luisana Lopilato y Juan Minujín. En esta cinta, que es uno de los estrenos del año pasado más vistos de Netflix, la pareja busca una salida tecnológica al desgaste propio del paso de los años, en un manotazo de ahogado que el devenir de la historia expondrá en cuánto contribuye y en cuánto ahonda el conflicto.
Sin mayores pretensiones que las de entretener y ensayar una reflexión superficial, “Matrimillas” aflora como otra de las tantas ficciones que capturan el pulso de una sintomatología contemporánea, a la que le encuentra aristas absurdas mientras intenta extraer una sonrisa. Sin embargo, no abundan las escenas en extremo jocosas y, más bien, lo que sobresale es ese trasfondo de romanticismo tan típico del género en otras épocas, que tal vez funcione como un disparador de la nostalgia por un tiempo en el que regían ciertas seguridades que ahora están siendo puestas en cuestión.