Por Víctor Ramés
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Prosigue la traducción y transcripción del texto de la carta que le envió a su madre Carlos Gervasoni desde Córdoba, en 1730. Esa correspondencia no es muy extensa y contiene datos que son de interés para nosotros, en la medida en que habla de su vida en la comunidad jesuítica cordobesa, con menciones a hechos que retratan aspectos de la sociedad local, en sus diversas clases.
En el párrafo a continuación, el sacerdote le agradecía a su madre un envío, transmitiéndole el inmenso valor que adquirían en estas tierras los objetos religiosos, así como otro tipo de productos de gran utilidad práctica para los fieles locales, quienes los recibían con enorme aprecio de manos de los viajeros. Se encuentra confirmación a este hecho en el relato del padre Antonio Sepp, otro jesuita, quien viajó hacia aquí en 1691 y escribió, refiriéndose a unos músicos que lo agasajaron con un concierto durante su estadía en Buenos Aires: “Regalé diversos objetos a estos musici, como espejos, agujas, alfileres, anzuelos, collares de vidrio, estampas y estatuitas de Agnus Dei. Todo esto lo aprecian más que oro o plata.”
Se lee en la carta del padre Gervasoni:
“Los ‘Agnus Dei’ que Vuestra Señoría me envió son muy estimados aquí, aún entre la gente distinguida, particularmente los que tienen un vidrio a cada lado, y aun si hubiera traído una nave llena, no hubiera podido quedarme con uno para mí. Lo mismo me pasó con unas mil agujas de coser, que compré en Sevilla, y esto no puede ser menos, porque el país es muy miserable y lo poco bueno que hay, todo viene de Europa y se vende muy caro, así que acuden a nuestra gente cuando vienen de España, porque saben que se pueden proveer de varias cosas que necesitan. En efecto, este es el único camino que discurre por estos campos, de modo que cuando viajamos no llevamos dinero, sino pedazos de jabón, agujas de coser, cuchillos grandes, ya que de nada les sirven estas navajas, coronas de vidrio, tabaco, tijeras y con estas cosas se paga lo que se necesita, ya que el dinero no les sirve, porque no tienen tiendas donde gastarlo.”
Los Agnus Dei eran medallones grabados en cera y enmarcados, con la imagen de Jesús como cordero pascual en el anverso, y alguna otra imagen sobre los misterios de la vida de Cristo en el reverso. El Padre Lozano, en su historia de la Compañía, menciona que el padre Diego de Torres había repartido entre los religiosos a su paso por Santiago del Estero, en 1607, “cosas tan sagradas, y preciosas, como Medallas benditas, Agnus, Relicarios, Imágenes, y cosas semejantes”, las cuales se apreciaban más aquí que en Europa, seguramente debido a su escasa circulación. El propio padre Gervasoni había dicho a su hermano en una carta previa desde Córdoba, al referirse a la gente de las casas próximas que acudían a las “misas itinerantes” oficiadas por los jesuitas durante el viaje en carreta, que “unos querían medallas, otros Agnus Dei, y otros vino y aguardiente que conservaban para remedio de todas sus enfermedades”. Las bebidas mencionadas estaban bendecidas.
La carta a su madre se refiere luego a la presencia de los pueblos indígenas no reducidos en las cercanías de las ciudades y pueblos cordobeses. Gervasoni admitía no haber tenido contacto con ellos, y en los juicios y relatos transmitía lo que había llegado a sus oídos:
“De los indios no le doy noticia, porque aún no los conocí; sólo sé que los infieles, que viven cerca de las ciudades, se resisten a ser convertidos, y al presente hacen guardia en los pasos soldados armados, porque es tal el odio que conciben los indios contra los españoles, que a cuantos alcanzan sus manos los matan, y asaltan de improviso las ciudades de noche, robando, destruyendo todo lo que pueden, que aquí es muy fácil, ya que las ciudades no están amuralladas y las casas son de cuero o de tierra, hay muy pocas de ladrillo cocido.”
En el último párrafo manuscrito de la carta el jesuita italiano completa el cuadro de la inseguridad que representaba la proximidad de los originarios, siempre haciéndose eco de referencias dadas por otras personas. El padre hacía una diferencia entre los indígenas resistentes a la conversión y aquellos de las misiones del área guaranítica, valiéndose de noticias de otros padres jesuitas instalados allí:
“Los que quieren viajar hacia algunos lugares deben esperar a venir con muchos otros, todos bien armados, pues de lo contrario se quedarán allí. De los otros indios, los de la otra parte del río Paraná donde los europeos no han llegado, me escribe el padre Rasponi, pariente de la señora María Bárbara Belmonti, mi compañero, y otros que viven entre ellos, que es una bendición de Dios, viviendo en aquellas misiones como si fueran religiosos, y me describe detalladamente lo que le escribí a Vuestra Señoría desde Sevilla en el informe que le envié. No sé cuándo Dios me concederá la gracia de ir también entre ellos. Salude afectuosamente a las hermanas monjas, a Giovan Battista, Angelino, Lavinia y demás familiares y a nuestro padre Comini y pidiéndoles su bendición, con todo respeto me confirmo.
Carlo Gervasoni, de la Compañía de Jesús.”
En una carta a su hermano Angelino escrita desde Sevilla en junio de 1727, antes de embarcarse hacia Buenos Aires, el padre Gervasoni había hecho referencia a ese informe que le enviaba adjunto y que seguramente su madre había leído. Allí le hablaba a Angelino sobre “un hermoso y bien claro informe de nuestras misiones en Paraguay, que ahora trataré de hacer llegar a tus manos para que lo leas, y te aseguro que lo disfrutarás”. Le pedía el padre a su hermano que, después de leerlo y hacérselo leer a quien quisiera, se ocupase de hacerlo llegar a manos del padre Comini de la Compañía de Jesús, en Roma, con la esperanza de que su lectura “tal vez les sirva a otros de nuestros misioneros cuando vayan al Paraguay, ya que si yo lo hubiera tenido antes de venir (se refiere a su viaje hasta Sevilla, antes de cruzar el mar), me hubiera traído un consuelo aún mayor”.