Por Javier Boher
@cacoboher
Dos fines de semana atrás salí a recorrer las sierras, buscando un lugar con agua para tratar de mitigar el calor. Me habían recomendado un lugar camino a Candonga, en las sierras chicas. Al final fuimos a otro lado, pero en la misma zona. Volviendo a casa decidí hacer ese camino, buscando la bajada al río que me habían vendido con tantas ganas.
“Propiedad comunitaria comechingón”, decía la tranquera que cortaba la bajada que siempre había usado la gente para acceder a ese espacio del río. Calle pública que deberían poder recorrer todos, apropiada por un grupo de personas que decidió privatizar el acceso al río. Pero el malo es Joe Lewis en el sur.
El cartel tenía escrita la ley que avala la toma y el nombre la comunidad (que francamente no recuerdo, porque no me importa). Es la segunda vez que me pasa lo mismo en una zona de la provincia en la que se ha llenado de gente que ocupa ilegalmente las tierras para hacer un negocio a partir de las mismas.
Hay tomas indígenas, cooperativas piqueteras y supuestos “desarrollistas” que venden tierras de las que no pueden acreditar ni siquiera una década de posesión. Vale todo, menos respetar los derechos del común de los ciudadanos.
La semana pasada fue noticia que le iban a ceder 21.000 hectáreas en la provincia de Mendoza a un par de comunidades mapuches que todavía no tienen reconocimiento oficial. Es decir que, casi como la nacionalidad argentina, primero necesitan un pedazo de tierra para poder decir que existen como colectivo social.
21.000 hectáreas son 210km2. La ciudad de Córdoba tiene 576km2. Esto quiere decir que lo que le dieron a esa comunidad representa un 36,4% de la superficie de la capital provincial, como para tomar dimensión de lo que se está hablando.
Como los mapuches truchos siempre son noticia -principalmente por ese tipo de eventos, en los que el aparato estatal reparte tierras entre militantes con historias truchas, todo bañado por las buenas intenciones de les sociólogues y antropólogues de las grandes ciudades que se comen el verso- ahora nos llegó que la policía de Río Negro detuvo al peligroso líder terrorista Facundo Jones Huala.
Está prófugo de la justicia chilena desde el año pasado, por eso lanzaron el pedido de detención internacional. No lo buscaban como a los socios iraníes del régimen, pero igual no debería haber andado libre por ahí.
Uno se imagina que el operativo con el que lo capturaron iba a ser propio de la cacería de Pablo Escobar o algo así, con todos los recursos del Estado puestos al servicio de la captura de un desestabilizador y agitador político. Pero no.
Fue, como tantas otras veces, el miedo de una vecina cualquiera ante la inseguridad. Sintió que le querían abrir la ventana, se asustó, se asomó y vio que este desconocido se metía al quincho de la residencia. Cuando llegó la policía se lo encontraron durmiendo borracho sobre una pila de ropa. Qué poco glamour para ser el líder de algo de nombre tan pomposo como la “resistencia ancestral mapuche”.
El video en el que le hace el test de alcoholemia es elocuente. Tenía 1,31g de alcohol en sangre por lo que en ese momento Jones Huala puede haberse sentido mapuche, ingeniero, Superman o que hablaba con extraterrestres.
No le vamos a caer al muchacho por haberse pasado de copas, algo que le puede pasar a cualquiera que se largue a festejar que a su movimiento le han dado el equivalente a un tercio de la ciudad de Córdoba. Si la gente celebra cuando les adjudican algún terrenito de la provincia para hacerse la casita, ¿cómo no festejar tamaño regalo? Tal vez al final del día se sigue sintiendo argentino y estaba celebrando el mes de la obtención de la tercera copa del mundo.
Podríamos decir que la cuestión estética también deja mucho que desear, porque lo encontraron vistiendo una pollera. Los lectores de novelas de suspenso dirán que estaba tratando de pasar desapercibido usando una identidad falsa de mujer. Los más incrédulos dirán que seguro fue una noche difícil de explicar: por más que hoy existe el no binarismo y el género fluido, vestirse de mujer y dejarse la barba no sería precisamente la mejor manera de pasar desapercibido.
Todo en el caso de Jones Huala y los mapuche exhibe la profunda decadencia del Estado nacional. No puede ejercer adecuadamente el control del territorio, no puede garantizar que se respeten los derechos de sus ciudadanos, no puede buscar a un tipo lo suficientemente descuidado como para emborracharse y meterse a dormir en una casa cualquiera.
No se trata de un tipo que vivía en la clandestinidad, perseguido por las fuerzas de seguridad. De haber sido así no hubiese terminado ebrio en el piso de un quincho, respondiéndole “Jones Huala” a la policía que le pidió que se identifique. Es todo muy medio pelo.
Es fácil imaginarse a los policías pensando “qué mocazo” cuando se dieron con que el beodo era un mimado del gobierno nacional, porque si hasta ahora no lo habían agarrado es porque no querían hacerlo.
Aunque accidental, la captura es positiva. Resta ver de qué manera va a procesar el oficialismo un tema central a su mentalidad progresista. ¿Prevalecerá lo que ha hecho que el presidente no ceda en el caso de Milagro Sala, o se impondrá la línea del INAI que le quiso dar el volcán Lanín a los mapuches, del mismo modo que cedieron las tierras del ejército en Bariloche? Otra grieta más para un oficialismo resquebrajado.