J.C. Maraddón
Entre los ritmos que están atronando los paradores de los balnearios en las sierras durante esta temporada veraniega, es imposible no consignar la preeminencia de la música RKT, que plantea un lenguaje y una estética de gran llegada en el segmento juvenil de la población y que genera rechazo en la franja de los adultos. Aunque no se trata de un fenómeno nuevo ni desconocido para la opinión pública, la liberación paulatina de los condicionamientos que imponía el coronavirus ha posibilitado un mayor disfrute de la vida nocturna y al aire libre, que necesariamente viene acompañada por una musicalización ad hoc.
Parece haber llegado entonces el momento en que esos intérpretes que fueron un paso más allá dentro de los sonidos urbanos y se animaron a experimentar con rimas reñidas con la moral y las buenas costumbres, disfruten de una popularidad que no se limite a las redes sociales y que se adentre en la vida cotidiana de los que se reivindican como sus seguidores. Es normal que las jornadas estivales brinden el mejor marco para ese despliegue, en el que tiene más probabilidades de lucirse cualquier ritmo que invite al baile y que salude la sensualidad de los cuerpos.
Es en ese contexto que el arraigo del RKTse ha hecho aún más poderoso, como una especie de colador generacional que impide a los mayores de 40 entender qué es eso que están escuchando los que vienen por detrás. Justo cuando el trap y el reguetón han sido asimilados por las generaciones rockeras que en un principio ofrecían resistencia a esas movidas emergentes, se hacía necesario que aflorase algo mucho menos digerible, para cortar definitivamente con la armonía y reponer las disidencias que tan naturales han sido a lo largo de la evolución de la música, por lo menos en el último siglo.
Tal como ocurrió con la Cumbia Villera más de dos décadas atrás, también ahora es el soporte letrístico el aspecto más provocador. Y no hay duda de que esta tendencia reciente hereda de aquella sus permanentes alusiones a la droga y al sexo casual, aunque el paso del tiempo haya llevado a cambiar algunos de los modismos con los que se mencionan las cosas. Lo que persiste es el afán de incorporar palabras y giros de sectores marginales, una operatoria que el tango y el cuarteto también llevaron a cabo en su momento.
A L-Gante, estrella indiscutida de un ritmo que él contribuyó a masificar de modo asombroso, se le une la contraparte femenina que representa La Joaqui, quien a mediados del año pasado aportó uno de los hits del género con “La butakera”, que sigue siendo una especie de himno nocturno para veinteañeros y adolescentes. Es ese tema la postrera colaboración entre la cantante y El Noba, el malogrado referente cumbiero que sufrió un terrible accidente con su moto y falleció en mayo de 2022 con apenas 25 años de edad y una celebridad construida alrededor de su éxito “Tamo Chelo”, de 2021.
Con una camada de productores específicos, encabezada por DT Bilardo, sellos exclusivos y una audiencia que se mide por millones, esta variante de la cumbia que pareciera apuntar a ser más que una moda, se ha apoderado de la banda sonora en playas y piletas. A contramano de la corrección política y con una impronta barriobajera que es su sello de origen, ha edificado un circuito propio que tiene la virtud de cimentarse en todos los recursos ahora vigentes y que supo conquistar la simpatía de un público joven que estaba ávido de sacudir la modorra de lo establecido.