Noticias locales del padre Gervasoni (Primera Parte)

La figura del sacerdote jesuita ofrece huellas y referencias conectadas a esta ciudad que tan mal lo impresionó a su llegada en 1729. Para ello se puede acudir a sus propias palabras, así como a la historia que lo recorta sobre el fondo cordobés del siglo XVIII.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com

Setenta mujeres hacían los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola en Córdoba, en 1730.

Tras haber compartido la carta que el jesuita Carlo Gervasoni escribió desde Córdoba a su hermano Angelino, en 1729, se pueden ampliar un poco más las referencias en manuscritos de este religioso, y también en otros documentos que suman datos de interés para la historia local. Recordemos que, a su arribo al colegio de Córdoba a fines de julio de 1729, el padre nacido en Rímini había escrito que esta ciudad le pareció “la más miserable de cuantas hay en Europa y en América, porque cuanto se ve aquí es por demás mezquino”.
La correspondencia de Gervasoni es extensa, aunque por supuesto no toda ella ofrece información referida a Córdoba del Tucumán. Además, los manuscritos del jesuita fueron publicados solo en parte, y la carta citada en notas previas remitía a 1749, el segundo volumen del libro Cristianesimo Felice, una descripción de las misiones jesuíticas del Paraguay en el siglo XVIII escrita por Lodovico Antonio Muratori. Es la misma que, a su vez traducida, salió publicada por la Revista de Buenos Aires en su número de 1866. 

El primer acercamiento de esta nota procede de un trabajo del investigador italiano Guido Bartolucci del que ya obtuvimos información valiosa. Se trata de una investigación titulada De Génova al Tucumán, Los últimos años de las reducciones de los Jesuitas en Sudamérica según la correspondencia inédita de Carlo Gervasoni. En dicho texto -disponible gracias al sitio Academia.edu-, un capítulo de la compilación Traiettorie cultural tra il Mediterraneo e l’America latina, editado en 2016, Bartolucci incluye el texto de una carta que el sacerdote dirigió a su madre en 1730, también escrita desde Córdoba, la cual aun con limitaciones nos atrevemos a traducir.

Gervasoni llevaba ya un año y tres meses en el Colegio de Córdoba cuando envió esta carta a Italia. Allí describía sus numerosas ocupaciones y ofrecía un relato de su vida mientras esperaba ser enviado a las misiones del Paraguay, un destino que ansiaba con la mayor expectativa. Así comienza el documento:
“Córdoba, 22 de Octubre de 1730
Queridísima señora madre:
Vuestra Señoría ya estará ansiosa por escuchar noticias mías. No sé si habrá llegado a casa la carta que escribí desde Buenos-Aires dando cuenta de toda la navegación y otra que creo que escribí desde este mismo Colegio en la que informé de todo el viaje, en el que me sentí un poco achacoso debido al cambio extremo que se produce en todas las cosas, y tenía toda la razón el que llamó mundo nuevo a estos países, porque fuera de la ley de Dios y de nuestras santas constituciones, en lo demás poco hay que sea conforme a las cosas de España y casi nada a nuestra Italia.”

Sobre sus achaques ya había dado noticias Gervasoni, al referir su viaje en carreta hasta Córdoba junto a casi otros sesenta jesuitas recién llegados de Europa. El padre sentía aún en el cuerpo los efectos de la travesía por mar. Más de un año después, el sacerdote ya se hallaba trabajando a pleno en el Colegio de Córdoba:
“Con todo esto, habiendo llegado a Córdoba, pronto me recuperé y siempre me he mantenido saludable, aunque con muchísimas ocupaciones. Fíjese, yo estoy en un Colegio con 85 y más asignaturas, donde dictamos todos los estudios para nuestros jóvenes y los seglares, junto al noviciado, y somos sólo 14 padres sacerdotes, que tienen que repartirse entre ellos 4 lecciones de teología, tres de filosofía, y otras tres de clase inferior, sumado a todos nuestros ministerios en tanto confesores, predicadores, ejercicios (espirituales), asistencia a presos, moribundos, etc. La iglesia es muy popular y se mantiene con gran lustre, como podría presentarse con toda reputación en las principales ciudades de Europa.”
Los Ejercicios Espirituales comprenden una serie de meditaciones, pláticas y largos períodos de silencio, diseñados por el fundador de la Compañía, Ignacio de Loyola, en principio para los propios miembros de la orden, quienes se apartaban en un retiro de diez a quince días para concentrarse en ellos. Luego se harían extensivos a los fieles laicos. En la carta, reporta Gervasoni el número de mujeres cordobesas que se hallaban realizando su retiro, y la duración de este:
“Actualmente están haciendo los Ejercicios 71 señoras que se retiran a una casa cerca del Colegio por ocho días, que funciona como un conservatorio de celibato; allí viven día y noche sin ir nunca a sus casas, hasta que pasan los 8 días, y se mantienen en todo aspecto a cargo del Colegio, sin pagar un centavo, solo vienen a la iglesia a tomar meditación y escuchar la santa misa y la confesión.”

También la servidumbre participaban de los ejercicios, y amplía Gervasoni las obligaciones que debían cumplir en su ministerio los padres, trasladándose al interior de la provincia:
“Lo mismo se hace inmediatamente para los sirvientes e incluso para los hombres, pero en tiempo de cuaresma todavía se establece que uno de los nuestros sea enviado en una misión para estas campañas, donde por cientos de millas no hay ni puede haber una parroquia ni iglesia y, si la hay, está muy lejos una de otra, de manera que Monseñor obispo da al misionero todas las facultades de párroco universal de la diócesis, siendo necesario que confiese, predique, haga cumplir los preceptos de la comunión pascual, bautice de nuevo a los bautizados por los seglares, que son gente tosca, y asista a las bodas, porque toda esta pobre gente que vive en el campo no tiene otro párroco que el misionero, a quien cada año esperan como al mesías. Y si un año no ha podido llegar a los alrededores, uno de ellos viene al Colegio a arrojarse de rodillas ante el Padre Rector en nombre de todos sus vecinos, para rogarle que por amor de Dios tenga piedad de sus almas, y envíe a un santo padre, que es el modo en que llaman a los nuestros; y me ha pasado más de una vez en el confesionario, que cuando les preguntaba cuánto tiempo hacía que alguien no se confesaba, me respondían: «Cuando los santos padres pasaron», sin que yo entendiera lo que eso significaba.”