A la media luz de lunas que transcurren

La quinta noche del Festival no invita a cronicar su grilla. El Cosquín folklore recorre su tramo hacia el cierre y, en suma, han decaído las expectativas, como cuando uno se acostumbra a la presencia del invitado a quien recibió días atrás con alegre entusiasmo.

Por Gabriel Abalos

gabrielabalos@gmx.com

La bandoneonista del dúo Asato-Pais, ganador del Pre Cosquín que tocó el Miércoles.

La quinta luna del festival ya no tiene el brillo de la novedad y muestra, en cambio, la media luz de su propia marcha. Es cierto que el evento se da cada noche, a cada cuadro y a cada artista. Faltan por ver las tres últimas citas que faltan, y en ellas asoman aún propuestas valiosas para seguir escuchando. 
El escenario del encuentro es foco tanto del trabajo como de la esperanza, tanto de la alegría como de una gama más amplia de sentimientos. Lo que es indiscutible es que se cuentan con los dedos de una mano las incorporaciones a la escena que apunten a volverse referentes para las generaciones futuras. Siquiera figuras originales por descubrir, incluidas algunas sorpresas surgidas del certamen Pre Cosquín, o llegadas a la plaza envueltas en alguna Postal de Provincia. Todos los homenajes al pasado musical folklórico depositados en Cosquín, a los grandes creadores, músicos y poetas, están siempre más que justificados, porque de esas fuentes proviene gran parte de lo que se sigue oyendo y constituye la identidad. Entretanto, en el paso de las décadas han seguido surgiendo novedades puntuales que enriquecen el lento tejido de esa tradición, aunque no todas las novedades engrandecen.

Hay impactos en el cuerpo de las tradiciones y es imprescindible recordar que eso llamado “tradición” hace rato no remite a la memoria oral, sino más bien al archivo industrial. Para empezar, el documento discográfico, desde comienzos del siglo XX. Y para concluir, a hoy, todo aquello que ha transformado nuestra relación con la música en tanto objeto sonoro, en algo intangible: las memorias ya ni siquiera están atadas a un formato discográfico, a partir de la creación de los archivos digitales. Y, por supuesto, está el hecho derivado de que hoy accedemos globalmente y de forma personal a la totalidad de la música histórica y actual, en todos los géneros, conectados a un escenario virtual masivo e instantáneo.
Así, el sonido de la palabra “tradición” como puede sonar, por ejemplo, en el discurso locutorial de la plaza de Cosquín, si bien nadie exige tanto rigor al menos tenemos que aceptar que es una palabra vacía. La transformación de los hábitos musicales mediante la tecnología y el mercado (este también en sus formatos inéditos), afecta por supuesto el proceso de ese rótulo nebuloso llamado “folklore”. Si lo que emerge de las nuevas condiciones enriquece el plano sensible, el disfrute, la belleza reveladora y por qué no la profundidad, bienvenido sea. Al fin y al cabo, cambian los medios, pero la emoción básica de una música capaz de tocarnos el corazón, la cabeza, el alma, sigue estando allí. De lo que no se trata es de aplaudir las novedades por su simple producirse, es necesario percibir la fuerza y la sinceridad de su arraigo. O bien habituarnos a testimoniar la permanente llegada y multiplicación de modas, de fusiones, de copias, de repeticiones que no están a la altura de la tarea, en la línea de evolución de los géneros musicales. 

Sin pretender el balance ocioso de lo que no se habrá oído este año en la plaza para cuando se apague la luz de esta edición de Cosquín, queda mencionar que existen en la vida real aportes serios, de gran calidad, producidos con enorme conocimiento de las herencias y con certezas respecto a cómo hacerse dignos de ellas. Tal vez no sean propuestas que automáticamente vinieran a encender el chip aplausístico del público de la plaza, y su consiguiente relación en la taquilla. Está claro que la programación del Festival no apunta ciento por ciento a la boletería, ya que abre espacios culturales en serio, y el escenario también recibe, aunque en menor medida, propuestas no pirotécnicas en el curso de las noches. Despejadas esas cuestiones, se puede señalar la ausencia de músicos y músicas populares de la altura referencial de una Nadia Larcher, o de una Luciana Jury, o el trabajo de Eva y Nadia, de Ana Robles, así como proyectos del valor de Don Olimpio, o de Triángulas, por mencionar algunos. Y tantos y tantas grandes creadoras e intérpretes de Córdoba que no han sido invitadas, al menos este año, y algunas hace más tiempo, a tener un espacio personal y a comunicar su valioso trabajo a la plaza y el país, como Pelu Mercó, Paola Bernal, Liliana Rodríguez, Vivi Pozzebón, Mery Murúa, Jenny Náger, Eli Fernández, José Luis Aguirre, el Cuarteto Magnolia, La Jam del Folclore, en fin, una lista de referencia apenas y para nada exhaustiva, ya que hay muchos y muchas más con capacidad de cuidar el fueguito del género en la plaza del folklore.
Hay, entre esos nombres y proyectos, suficiente nivel para asegurar las búsquedas y los rumbos futuros de mayor envergadura, en términos de ensamblar herencias y hallazgos. Esto no es un alegato para negar que haya lugar en la plaza para todos, aun los cultores de modas irreflexivas y estilos superficiales, animados por la ficción del éxito festivalero. Como se oyó anunciar al programador Luis Barrera en las vísperas del Festival, la grilla buscaba “un equilibrio entre propuestas que deben estar para jerarquizar y los artistas taquilleros”. Se puede contracitar al Cuchi Leguizamón, cuando expresaba que la música es para todos, después hay que ver quiénes quedan. Algunos entrarán en la memoria, en esa memoria que trasciende los formatos y define épocas (o momentos) de oro en la evolución de un género. Es un proceso que no se puede dirimir en Cosquín, y mucho menos en una edición puntual del festival.