La vanguardia perdida

En junio de este año se realizará por segunda vez en Fuengirola una edición de la versión española del Cosquín Rock, que renueva la posibilidad de estrechar la relación entre el rock de aquí y el de aquel país, un vínculo que posee un largo recorrido histórico de casi medio siglo.

J.C. Maraddón

Cuando algunos de los pioneros del rock argentino arribaron a España espantados por la situación política y social que se vivía en la Argentina en los años setenta, no es que la península Ibérica careciera de un movimiento rockero que tuviese un desarrollo similar a otros países de habla hispana. Por el contrario, ya desde la década anterior había habido allí bandas y solistas que hasta habían obtenido gran éxito en el mercado anglosajón, como Los Bravos, que llegaron a grabar en estudios londinenses y tuvieron amplia difusión en Estados Unidos con sus hits “Black is Black” y “Bring a Little Lovin’”.

A pesar de que el régimen franquista se manejaba dentro de parámetros oscurantistas y aplicaba una férrea censura a todo lo que considerase pecaminoso, el rock español tuvo un amplio despegue en los años de la Beatlemanía, apoyado en la fiebre mundial que desataron los Fabulosos Cuatro, pero también en el panorama de países vecinos como Francia e Italia, donde el género había decantado hacia vertientes más melódicas. Y si bien hubo muchos artistas que optaron por grabar en inglés para ganarse un lugar en la escena global, no pocos se lanzaron a hacerlo en castellano, y también en catalán, euskadi o gallego.

El desplazamiento de rioplatenses hacia el destino español no hizo sino reafirmar eso que ya fermentaba en España, mostrando la riqueza de matices compositivos que habían elaborado, por ejemplo, Moris desde la canción urbana y Aquelarre desde su bagaje progresivo. Sin embargo, la mayor inspiración, que iba a decantar en el rico circuito peninsular de los ochenta, vendría de músicos argentinos no tan conocidos en ese entonces entre nosotros, como Sergio Makaroff, Alejo Stivel y Ariel Rot, partícipes de una modernidad rockera que integró el segmento sonoro de la movida cultural nacida después de la muerte de Francisco Franco.

No fueron entonces los nombres ya establecidos oriundos del foco rockero porteño los que imprimieron nuevos bríos al movimiento hispano, aunque hayan encontrado allí un eco determinante para sus propuestas, en las que se materializaban los esfuerzos por dotar de color local a un género llegado desde el hemisferio norte. Quienes son reconocidos por la propia crítica musical española como una influencia poderosa para la evolución que tuvieron las cosas por allá, son esos emigrantes que partieron muy jóvenes a raíz del golpe de 1976 y que habían bebido de esa fuente original, pero que por su edad eran mucho más desprejuiciados.

En junio de este año se realizará por segunda vez en Fuengirola una nueva edición de la versión española del Cosquín Rock, que renueva la posibilidad de estrechar la relación entre el rock de aquí y el de aquel país, un vínculo que posee semejante recorrido histórico de casi medio siglo de antigüedad. La convivencia de intérpretes de ambas nacionalidades sobre el mismo escenario, es un factor que promueve el hallazgo de puntos en común y que da pie al relevamiento de todas las conexiones que ha habido y que siguen subsistiendo entre nuestros artistas.

Hasta ahora, lo que se ha anunciado es que la embajada argentina estará encabezada por dos números por demás experimentados, sólidos en su popularidad pero que jamás coquetearon con la vanguardia estilística sino más bien se alinearon con el sonido tradicional. Tanto La Renga como Skay Beilinson podrán sorprender al auditorio hispano por la potencia de su repertorio y puesta en escena, pero no por lo novedoso de su aporte artístico, un ítem que tal vez quede en manos de los nombres españoles de la grilla, a diferencia de lo sucedido con quienes emigraron desde aquí en la segunda mitad de los setenta.