Geolocalizar a los inamovibles

El proyecto para tratar de ubicar a los empleados municipales es una ridiculez absoluta, porque todos saben dónde están y qué (no) están haciendo.

Por Javier Boher
@cacoboher

Muchas veces la apropiación visual de las cosas no va seguida de su nombre. Probablemente a la mayoría de las personas la palabra “herropea” no le dice nada, pero si alguien les dijera “la bola de hierro atada con una cadena al pie del preso o el esclavo” la imagen se les representaría instantáneamente, quizás incluso con el traje blanco y negro a rayas.

Ninguno de nosotros -espero- alguna vez ha visto una de esas en uso en la vida real. A lo sumo la conocemos por las películas, los dibujitos animados o fotos en blanco y negro de tipos picando piedras en una cárcel o cavando zanjas al lado de una ruta. Vivimos en una época en la que ese concepto de dominio sobre el cuerpo ajeno nos parece un horror.

Sin embargo, hemos empezado a naturalizar otras formas de control. No es que Michel Foucault sea santo de mi devoción, pero negar algunas de sus ideas sería caprichoso. El control es una herramienta que se sigue expandiendo en las sociedades modernas, aunque lo hace de maneras poco visibles. A nadie le gustaría cargar una herropea cuando va a hacer las compras navideñas a la peatonal, pero si mira para arriba y ve cámaras de monitoreo piensa en que eso sirve para buscar a los malos, no para controlar a todos.

Del mismo modo ocurre en ciertas industrias, donde se monitorean los movimientos de los trabajadores a través del uso de celulares o dispositivos móviles con los cuales saber si efectivamente están cumpliendo su trabajo. ¿Caminó mucho?¿demoró mucho en el baño?¿se acodó a charlar con la compañera de trabajo que le gusta? Todo queda registrado en esa plataforma a los fines de llamarle la atención al empleado.

Ciertamente estas cosas aparecen porque algunos evitan desempeñar sus tareas como corresponde, lo que genera un perjuicio al empleador, que hace que paguen justos por pecadores monitoreando a todos por igual. Huelga decir que esto es porque el que debe mirar no lo hace, así como tampoco tienen la certeza de que el que pasa en limpio los informes va a entregar al que le cae bien. Para todo hay siempre una hendija por la cual escapar.

Ahora resulta que dicha propuesta ha llegado a un precandidato a intendente de la ciudad de Córdoba, Diego Casado, que pretende que los empleados públicos estén sujetos a geolocalización. No seré yo quien defienda a esa bola de ineficiencia y corrupción, pero tampoco seré yo quien defienda que les pongan esa herropea virtual.

Sacando toda la cuestión legal -sobre la que no vale la pena meterse, porque seguramente habrá dos bibliotecas- lo verdaderamente importante es si existe la más mínima posibilidad de implementar eso en la órbita municipal, la oligarquía laboral de la provincia.

Si recapitulamos sobre la historia del control de ausentismo entre los municipales, arrancamos con tipos por los que se firmaban las planillas, por los que se pasaba la tarjeta o por los que se introducía el número de DNI. Cuando pusieron el control biométrico se dedicaron a romper las máquinas, como si fuesen ludditas luchando por su libertad y no haraganes redomados queriendo vivir de los recursos aportados por todos los ciudadanos.

Son los que paran la muni para que entren los amigos contratados, los que habilitan o clausuran negocios según cómo les caiga el dueño (o si se da alguna otra situación de índole ilegal) o los que usan los recursos públicos como si fuesen propios. Son tipos que no soportan la idea de entrar por concurso, salvo que el mismo esté más arreglado que la trayectoria deportiva de Barracas Central.

No conciben no tener su refrigerio, su tiempo para reuniones gremiales, la licencia, de la vacación, de la dispensa, del asueto, del no-sé-qué con lo que trabajan menos horas al año que cualquier trabajador privado. No soportan que les den directivas sobre cómo hacer su trabajo, accediendo a cumplir con las órdenes de los funcionarios políticos sólo cuando hay alguna negociación o concesión en el medio.

De golpe hay que suponer que ese colectivo de privilegiados va a aceptar un mecanismo de control que va más allá de lo que aceptan en condiciones normales. Tal vez la cosa termina siendo como tantas otras en el sector público: lo aceptan si les dan el último iPhone, a los diez días consiguen que camine un amparo, se suspende la aplicación y a los contribuyentes nos vuelve a salir más caro el collar que el perro.

Es increíble que en un contexto en el que conseguir despedir a los empleados públicos es más difícil que ganar el Mundial siendo una selección asiática alguien crea que existe una remota posibilidad de aplicar un mecanismo de control a tipos que violan sistemáticamente todas las normas que deben hacer cumplir sin recibir ningún tipo de sanción. Ya me imagino el planito, todos los puntitos alrededor del escritorio en el que se pusieron las facturas que llevó uno que necesita que le aprueben un plano.

Tal vez podrían probar empezar por dejar de contratar militantes para que realicen las tareas del Estado municipal. Otra, muy revolucionaria, sería controlar que cumplan el horario. Ni hablar de extender el horario de atención para que los que no pueden pedirse el día vayan a hacer trámites a la tarde, o para que los que piden el día y van a la mañana puedan ir de nuevo porque estaban de asamblea, estaba caído el sistema o era el día de asueto por el aniversario del natalicio del primer municipal que llevó un criollo al trabajo.

La geolocalización de los trabajadores me parece un abuso total por parte de un empleador, un ataque contra las libertades individuales que debe ser resistido. Ahora bien, proponer la geolocalización de los empleados municipales no solo me parece una utopía, sino también una gran e inverosímil estupidez.