Por Javier Boher
@cacoboher
Mi generación ha sido la primera en jugar con los libros de la serie “¿Dónde está Wally?”. Lanzados en inglés en 1987, recuerdo que el primero que recibí de regalo llegó a mis manos en 1992, mientras cursaba primer grado. Al poco tiempo fueron furor. Todos queríamos todos los libros posibles, de los que conservo tres con los que ahora se entretienen mis hijos.
Libros sin nada de trama, pero atrapantes por el protagonismo que tenía el lector. Encontrar a ese personaje de sweater a rayas rojas y blancas, lentes y pantalón azul era lo máximo. Incluso si ya sabíamos de memoria la ubicación nos divertíamos imaginando historias para todos los demás personajes que aparecían en cada escena caótica.
Esta semana el dólar decidió que llevaba quieto demasiado tiempo y se empezó a mover. Poco a poco empezamos a ver que se despegaba de la comodidad de los $320 para acercarse a los $360. Como el reflejo pavloviano del argentino está atado a que “el que apuesta al dólar, pierde”, la intranquilidad se empezó a adueñar de la gente.
Así, el que hace dos semanas pagó deudas a $320 hoy se enoja pensando en lo que se hubiese ahorrado si conseguía estirar la situación un poquito más. El que pensaba guardar el aguinaldo para tomarse unos días en un camping en traslasierra se encuentra con que quizás la plata ya no le alcanza para lo mismo y le entra el pánico de que se pierda el esfuerzo que le llevó juntar ese dinero (porque, en el fondo, la plata es el tiempo que nos lleva ganarla).
Ni una semana después del fallo de la Corte por la coparticipación ya la gente se olvidó de eso y tiene entre las dos cejas clavado el precio del billete verde. Cada charla con cualquier comerciante se convierte en una queja sobre cuánto está perdiendo o cuánto calcula perder por este tipo de saltos en los que los proveedores se sientan en la mercadería para preservar el valor de lo que tienen.
Con esa tormenta de pesimismo que se formó al frente, de golpe Argentina se quedó sin ministro de economía. No es que Massa renunció ni nada por el estilo, sino que decidió desaparecer de los primeros planos. Como si no existiera. El dólar saltó con las ganas del pata de lana al que han atrapado in fraganti y acá no hay nadie que desde el ministerio pueda largar una declaración más o menos sólida.
Durante los primeros quince días de diciembre nos la pasamos escuchando cada anuncio de una nueva inclusión en Precios Cuidados a modo de previa al Petorutti de la inflación que anunció el Indec a mitad de mes. Mientras le daban los últimos retoques al dibujo que necesitaban para apuntalar el discurso, Massa anunciaba acuerdos de todo tipo y color.
Cada día la lógica era la misma: Massa anunciaba un acuerdo aleatorio que venía a resolver un problema puntual de la inflación de los argentinos. Por ejemplo: Massa se reunió con la Cámara cordobesa de cortadores de peperina para sellar un acuerdo para limitar el aumento de precios al 4% mensual por cuatro meses para cuidar el precio del mate con yuyos.
Massa se reunió con la Asociación de Productores de Tortilla a la Parrilla para sellar un acuerdo que permita sostener la merienda del albañil que compra un pedazo de masa sobrecocida para compartir entre siete en un Falcon sin papeles mientras vuelven a su casa después de partirse el lomo todo el día.
Massa selló un nuevo acuerdo para Precios Cuidados que se extenderá hasta febrero de este año. Es con el sector de las camperas de pluma de ganso para olas polares de -20°C, a los fines de poner un freno a los aumentos de precio en un sector en el que ha habido mucha especulación con la necesidad de la gente.
Todo el bendito diciembre de la misma forma, con gacetillas tras gacetillas compartidas como si fuesen verdaderas políticas de gobierno. Una semana que sopló mal el viento, que el presidente amenazó con hacerse el guapo y desobedecer el fallo de la Corte o que la vicepresidenta se volvió a hacer la víctima y el tipo está desaparecido. Hay que andar entrecerrando los ojos para tratar de encontrarlo en algún amontonamiento de dirigentes peronistas que quieren rendirle pleitesía a Cristina.
Ayer se conoció que el diario Folha lo ubicó como una de las diez personas más influyentes en la economía mundial, lo que desde las trincheras massistas fue vendido como si le hubiesen entregado un Nobel de Economía. El ránking, sin embargo, lo pone por la relevancia para Brasil: si el colapso de la salida de Guzmán se concretaba iba a ser un impacto negativo para nuestros vecinos. La llegada de Massa retrasó eso a base de homeopatía económica, una ilusión que no cura.
Es raro que con lo que le gusta mostrarse como un tipo exitoso Massa no haya salido a hacerse ver por esa elección en la lista de Folha, señal de que la remontada del dólar lo preocupa un poco más que lo que están dispuestos a admitir. Es tan obscena su jugada que en tres días Télam solamente subió dos noticias del Super-mega-archi-gigante-
Toda la semana fue difícil seguirle el rastro al ministro. Anduvo con bajo perfil, tratando de que no lo señalen con facilidad en público. No lo culpo. Eso sí, algo debo agradecerle a Massa: me hizo sentirme tan entretenido como cuando era un niño que hojeaba los libros de Wally, tratando de encontrar a tan singular personaje.