Argentina über alles

Otra vez el eurocentrismo argentino haciendo de las suyas. Como una tara que todos se niegan a largar, ahí anda la supuesta superioridad argentina empujando al error.

Por Javier Boher

Si hay un estigma que persigue a nuestro país en el mundo no es el de ser los peores deudores posibles, como cabría imaginar. Tampoco es el agrande de los porteños, que se las rebuscan para destacar de mala manera en todos lados. Para el sentido común global, Argentina es el país que refugió a los nazis. No nos gusta, pero así nos tienen conceptuados.

Por supuesto que en esa terrible ensalada ideológica que es este país encontramos de todo, porque los que andan tildando de nazis a los otros no aceptan que le digan nazi al que les abrió la puerta del país. Es tan loco que muchos de los que bien podrían recibir el mote dicen defender otro conjunto de ideas que representan lo opuesto.

La comunidad alemana en Argentina, aunque más chica que la española o la italiana, siempre fue importante. Además se distribuyó por casi toda la geografía del país. En los años del nacionalismo alemán de principios del siglo XX el orgullo por ese origen los terminó arrojando a los brazos del que decía defenderlos de la humillación de la derrota en la Primera Guerra Mundial. No importaba la distancia, los alemanes criollos se sentían en las mismas condiciones que los primos que habían quedado en Europa.

La admiración que los militares argentinos tenían por el ejército prusiano hizo que se endiosara a los estrategas alemanes, al punto de que todos se sentían en la obligación de replicar sus modos y sus ideas. La primera mitad del siglo XX fue aquella en la que el nacionalismo argentino se pegó fuertemente a los totalitarismos europeos. Sobraban nazis en esta tierra, como sobran siempre en cualquier lado.

Así fue que muchos llegaron a esconderse en el país, con la venia del gobierno de turno. Hoy dicen que eran científicos -como los que se fueron con los norteamericanos y los soviéticos- pero de esos eran pocos.

Pese a esa mancha en la historia -porque no se sacó provecho de saberes de los llegados, sino que fueron recibidos por simpatía de los dirigentes- hay algo que todavía tiene Argentina y que no debería perder. El nuestro no es un país racista. Tiene muchos defectos y muchos otros problemas, pero el odio racial no es uno de ellos.

Parte de la oposición adolescente y progre que tiene el ex presidente Macri es la que lo considera un nazi. No hay dudas de que es una exageración, aunque el hombre no ayuda a que no le digan así. En una entrevista en la que tocaron el tema del mundial, al referirse a los candidatos dijo que “los alemanes son una raza superior”.

Ya hablar de raza está mal. Los humanos no somos perros, y las nacionalidades no son equivalentes a una cierta homogeneidad biológica. Ahora… hablar de raza superior es muchísimo. Se entiende que lo dijo por el fútbol, pero justo con Alemania y su historia puede ser fácilmente sacado de contexto.

Argentina no es un país de nazis, de racistas, ni de xenófobos. Ese parece ser el deseo de los que viven de hacer política a través de las identidades, fragmentando el universalismo con el que se construyó la idea de ciudadano en este país, negando la base liberal de la Constitución que consagra la igualdad ante la ley.

Eso no significa que no haya gente que hoy se abraza a esas identidades primitivas de algún bisabuelo que llegó de Europa. Si todos tienen un origen para reivindicar, ¿por qué no habría de reivindicar el propio un descendiente de europeos? Hoy, en tiempos de emigración, ese tipo de orígenes que aseguran un pasaporte comunitario cotizan más que nunca.

Tal vez por esa autopercepción de la región pampeana es que se ha construido la idea de que los argentinos descendemos de los barcos, aunque este es un mosaico complejo de muchísimos orígenes que decidieron forjar su destino en este lugar, que siempre los recibió bajo la premisa de que estamos abiertos a “todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.

Macri, Fernández y tantos otros caen siempre en lo mismo, en esas metidas de pata que son aprovechadas por los que se toman demasiado en serio afirmaciones hechas al pasar, sin la carga que le ponen los intensos. Son zonceras espiralizadas hasta dejar inmunes a los que no les interesa en absoluto lo que digan los políticos.

Macri pidió disculpas por Twitter, aclarando que hablaba específicamente de fútbol. Tan futbolero que es, quizás se hubiese ahorrado el papelón si usaba la famosa frase con la que Gary Lineker, goleador del mundial ‘86, los definió hace tantos años.

Tras haber sido eliminados del mundial de 1990 por Alemania, el británico dijo que El fútbol es un juego simple que inventaron los ingleses, en el que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania. Cuánto más nivel el de Lineker; cuánto menos polémica su frase. Eso sí, no sería un reflejo de la superioridad verborrágica argentina, que induce a todos a hablar de más y a meter la pata.