¿Qué prefiere? ¿la democracia o ganar el mundial?

La democracia es un valor en sí misma, pero eso no alcanza para defenderla de los ataques de los malos gobernantes.

Por Javier Boher

@cacoboher

La pregunta del título es una provocación, pero también encierra un temor. ¿Cuánta gente habrá en el país que cambiaría la democracia por un título del mundo? Quizás es mejor no saberlo, para evitarle así la tentación autoritaria a nuestros dirigentes.

La pregunta sale de una mezcla necesaria entre las dos desbarrancadas que tuvieron algunos políticos en estos días. El primero fue el crédito local, Luis Juez, que volvió a hacer de las suyas diciendo una barbaridad de la que seguramente saldrá ileso (como en todas las veces anteriores, en la que no ha dejado colectivo sin ofender).

La segunda involucrada fue la Ministra de Trabajo, Kelly Olmos, que dijo en voz alta lo que todos andan murmurando en los pasillos de la Casa Rosada. Toda la gente está ilusionada con el mundial, ¿por qué en el gobierno habría de ser distinto?.

Lo de Juez no puede entrar en el “me sacaron de contexto” al que recurren muchas veces los políticos, pero sí tuvo una interpretación maliciosa (como le ha tocado hace no tanto al presidente cuando para hablar de Luciani se refirió al caso Nisman). Decir que la democracia no le cambió la vida a nadie es un poco exagerado si pensamos en lo que significaba vivir bajo la dictadura (cualquier dictadura, en realidad), pero no significa (o al menos no lo dijo como) una reivindicación del Proceso.

La afirmación del senador nacional apuntó a las condiciones materiales de vida de la gente. Efectivamente, tras la experiencia de Alfonsín la pobreza en Argentina casi nunca volvió a estar por debajo del 30%. Hoy alcanza a casi la mitad de la población, que estaría mucho peor si no fuese por las ayudas del Estado (que también tienen su cuota de culpa en esto).

La economía antes del Proceso tenía sus problemas, pero era la más importante de Latinoamérica y tenía una industria fuerte y exportadora. Después todo fue cuesta abajo.

Por eso cuando Alfonsín dijo que con la democracia se come, se cura y se educa generó una ilusión irreal. La economía se encarga de eso, no el sistema político (aunque haya una relación entre ambas dimensiones), por eso es lógico que los decepcionados duden de las virtudes de la democracia.

En su libro “La democracia en 30 lecciones” Giovanni Sartori desarrolla toda una serie de principios por los cuales la democracia liberal republicana es la mejor forma de gobierno. Entre los fundamentos da uno que es completamente contraintuitivo: la democracia es un valor en sí mismo, porque incluso no es lo más racional en términos económicos.

He ahí el porqué vemos a los libertarios adorando regímenes de libertad económica y opresión social y política: muchas veces la democracia trae problemas económicos, pero son problemas menores (mientras no socaven la legitimidad del sistema) en comparación a un régimen sin libertades ni igualdad ante la ley.

Esos fracasos económicos sostenidos son los que sostienen la afirmación de Juez de que la gente no siente que la democracia le haya resuelto todos sus problemas. No todos comen, no todos se curan, no todos se educan. No hay creación real de trabajo y hay una emigración de capital humano que es una amenaza hacia el futuro. Es un país que expulsa a su gente desde hace 50 años por motivos tanto políticos como económicos, un fracaso colectivo.

Ahí entra a tallar la segunda parte de la pregunta, la que se relaciona con la Ministra de Trabajo. Ella dijo que era más importante ganar el mundial que frenar la inflación. De nuevo, el contexto: dijo que no todo iba a cambiar por un mes y que ganar el mundial le traería algo de felicidad a la gente (palabras más, palabras menos).

Lo que desnudó la frase de la ministra es que las prioridades están puestas en que la gente se sienta mejor de lo que está. Quizás un mes no va a cambiar la raíz de nuestro problema, pero es bien sabido que en un mes se puede ir todo al diablo, como le estaba pasando a Guzmán cuando renunció al ministerio.

La reducción de la inflación debe ser la prioridad número uno del gobierno si pretende mantener la legitimidad del sistema, uno que está en una fase de crisis política fuerte, amenazado por los que hablan contra la casta sin considerar a la democracia siquiera un valor discursivo. Para muchos libertarios la democracia es un problema que entorpece el desarrollo de la libertad económica. Los jóvenes que comparten esas ideas lo hacen porque no conocen ni una economía próspera ni una democracia satisfactoria.

Si la ministra dice que es preferible ganar el mundial (que no se gana hace 36 años) antes que resolver una inflación del 6 o 7% mensual, entonces es lógico que la gente no confíe en los que dicen ser garantes de la democracia. Mucha gente vive de la política y muchos nombres se renuevan todo el tiempo, pero hay una minoría de ilustres que llevan décadas conduciendo los destinos de los distintos niveles de gobierno.

Juez, Negri, Schiaretti, De la Sota, Mestre, Aguad, Kirchner, Rodŕiguez Saá, busquen el nombre que quieran. No menos de 20 años (algunos hasta 50) merodeando en los alrededores del poder, usufructuando los recursos públicos.

Bajo la democracia la gente pasó a vivir materialmente peor y a perder parte del empuje innovador y resiliente que tenía la población argentina. Esa culpa es de los que ocuparon los cargos, no de la gente que confió y votó. Es de los que creen que un mundial es más importante que la economía. Es de los que creen que tener razón es más importante que hacer las cosas bien.

No alcanza con el valor intrínseco de la democracia. Porque no es la democracia la que hace que la gente coma, se cure y se eduque. Es la gente que come, que se cura y que se educa la que puede darle fuerza a la democracia. Incluso ante la oferta de cambiarla por ver a Messi levantar la copa.