Por Javier Boher
@cacoboher
Hace unos años, al momento de su lanzamiento, House of Cards generó todo un revuelo por la forma en la que retrataba los pormenores de la política. Mucha gente se desayunaba con las maniobras de chantaje propias de la política a las que recurría el protagonista.
Las primeras temporadas tienen una buena cantidad de rosca política y estrategia, lo que enganchaba rápidamente a los amantes de esos pormenores de la política legislativa (muy interesantes e importantes en países en los que se reduce la posibilidad de llegar a una banca por haberse acostado con tal o cual persona).
Sin embargo, con el correr de los capítulos y las temporadas la serie se va desinflando. ¿Por qué puede ser que la gente perdió el interés en la misma, siendo este un país de gente hiperpolitizada, mientras mantenía unos altísimos niveles de audiencia en su país de origen?.
Me atrevo a esbozar una hipótesis al respecto. Para mí la gente se cansó porque empezó a ver que los políticos (ficcionales) más importantes del mundo se comportaban como cualquier político argentino. A eso ya lo vimos tantas veces que no nos atrapa.
Pegado a eso viene algo que define mucho la cuestión. Cada decisión política que toman los protagonistas termina siendo completamente inverosímil. Recurrir a acciones de forzamiento institucional que vinculaban a hechos del siglo XIX (o incluso antes) es algo casi imposible en aquel país. Quizás no lo escribieron, pero entendieron que ciertas costumbres políticas no se deben perder si se pretende mantener el sistema funcionando con cierta salud, en algo que podríamos ubicar entre “reglas de etiqueta” y “normas consuetudinarias”.
Los norteamericanos han sabido convertir en un pilar de su sistema algo que enunció Perón y que no tuvo mucho correlato en la práctica: “Dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada”. Esa máxima implica respetar el espíritu de las leyes, tal el nombre del libro clásico de Montesquieu, porque las leyes no se tratan solamente del aspecto formal, escrito, sino también del propósito para el cual fueron concebidas.
Por eso a nadie sorprende todos los recursos a los que ha tratado de echar mano el kirchnerismo en su intento de evitar que la Justicia avance en las causas que tiene la vicepresidenta.
Ya se ha hablado otras veces: la idea de Cristina de ir al Senado no era solamente la de acompañar a Alberto en la boleta, sino también la de entrar al lugar clave desde donde el gobierno puede tratar de influir en el Poder Judicial. Por eso, desde el primer momento, el kirchnerismo trató de doblar y violentar todas las normas que rigen la relación entre los dos poderes.
Eso es lo que finalmente pasó anteayer, cuando la Corte falló a favor del planteo de Juntos por el Cambio que pondrá a Luis Juez en el Consejo de la Magistratura. Finalmente el dirigente cordobés tendrá lo que buscaba, un lugar en un espacio habitualmente desdeñado por el peronismo, pero que cobró centralidad a medida que éste se fue debilitando electoralmente.
La maniobra por la cual ese lugar había sido asignado a Martín Doñate había sido completamente legal, pero absolutamente deshonesta de los principios de la ley. Seguro, la cuestión numérica y reglamentaria se los permitía, pero todo el mundo podía ver, sin ningún margen de dudas, que el objetivo era evitar la representación de la oposición y aumentar el peso del gobierno en el organismo.
Ese tipo de cuestiones -en las que algunos creen ver viveza criolla o picardía- son las que hacen la diferencia entre los países que funcionan y los que fracasan. No hay un respeto a las instituciones n un deseo de fortalecimiento, sino apenas un reconocimiento fáctico de su existencia bajo la premisa de que en algún momento podrán ser manipuladas en propio beneficio.
La burda estrategia del kirchnerismo sería impensada para el primer Frank Underwood de House of Cards, que siendo un pueblerino había logrado desarrollar un sofisticado nivel de actuación política. Acá es todo a la inversa: las estrategias son cada vez más infantiles, más ingenuas. Quizás se mal acostumbraron a los tiempos de vacas gordas en los que nadie se quería quedar afuera de la repartija y miraba para otro lado cuando hacían esas cosas.
Ahora el kirchnerismo amenazó con no acatar el fallo, algo que no sorprende -ni preocupa- a casi nadie. No tienen poder real como para evitar ese desenlace, languidecientes como están hoy. Los registros dejan en claro que van a tratar de dilatar la situación todo lo que se pueda. Lo hizo Martín Sabbatela cuando se negó a abandonar el AFSCA en 2015, igual que Tristán Bauer se negaba a dejar Canal 7. Simplemente no toleran el funcionamiento de una República, en la que la alternancia y el respeto por las normas son cuestiones centrales.
Si algo ha hecho fuerte a la democracia norteamericana es el respeto por las normas y por el espíritu que las puso en papel, no en vano son la democracia más antigua del mundo. Por eso es fácil perder el interés en una serie en la que el supuesto presidente del país más poderoso del mundo se comporta apenas como un político argentino cualquiera. No es creíble, porque lo vemos a través del derrotero de uno y otro país.
Seguramente, tras el pataleo, las cosas finalmente encuentren el cauce que corresponde. En el medio el kirchnerismo habrá ganado algo de tiempo en su intento por zafar, mientras el común de los ciudadanos habremos ganado -con el fallo de la Corte- un pequeño mojón que permita reconstruir un poco de institucionalidad en este alejado rincón del mundo.