Por Gabriel Abalos
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Liliana Zavala, cita con los muertos

A veces en dúo, otras en trío, cuarteto, quinteto y hasta sexteto, en un local cálido, no masivo, con buena conexión artistas – público, y un marco ceremonial tutelado por el nombre del disco: Todos mis muertos, que sin embargo no era un peso, ni lo fue durante el concierto. Este, en una primera parte, condujo a una comunión y dejó fluir con naturalidad la marcha a través de los muertos y muertas canalizados por la música y las voces, lo que invitaba a evocar a los seres a quienes cada uno extrañaba y a los años recientes desde que se nos atravesó la pandemia.
La artista – tan local como visitante- con la cara pintada de día de muertos, presentó una paleta de canciones interpretadas por ella en percusión y voz, con un dream team de instrumentistas, percusiones y coros. Las canciones tienen una conexión plena con Córdoba, donde yacen casi todos los muertos queridos a quienes Liliana Zavala se las ha dedicado: familiares, amigos y amigas ardiendo como velas en letras que por cierto hablan de sus vidas, de lo que dieron, imprimieron, legaron. Las letras de esas canciones, muchas de las cuales se oyen vestidas de gran riqueza rítmica, revelan profundidad, mensajes, reflexiones y sentimientos serenos. La función ritual se cumple debidamente en ese aspecto del despliegue artístico.
Acercándose más a una conjunción de percepciones musicales, hay dos corazones puestos en esas canciones, que laten al unísono y son el núcleo de cómo suenan. Liliana Zavala es sello de máximo nivel profesional y otro tanto cuenta para Marian Pellegrino. Las dos crearon a cuatro manos la mayoría de los temas de la serie, y los hacen sonar con el más suelto deleite de tocarlos juntas, e invitar a escena a invitados por secciones muy bien articuladas. El desempeño en los parches de la percusionista es el latido madre desde el que esos cantos se edifican, y su voz el decir más pertinente por lo que tienen de propio las emociones, bien guiadas por las leyes de la música. Decir de Marian Pellegrino que es una gran guitarrista es el nivel cero de todo lo que se puede decir sobre su modo minucioso de apropiarse de los roles rítmicos, de los arpegios, de los solos, de los juegos con la percusión, de las propuestas de acordes, o de los colores que puede extraer de la eléctrica, y, unificando todo eso: un concepto musical casi sinfónico de la canción, en este caso privilegio de la arregladora que es. Marian Pellegrino y Liliana Zavala colaboraron previamente en ese otro repertorio hermoso del disco Cabildo (barrio de pertenencia de Lili), que se oyó en el programa de la segunda parte del concierto en Pez Volcán.
La presencia de los invitados fue siempre para mejor, mostraron otros arcos de sonido, para empezar, precisamente “en el arco” la violista Gala Grossman, puso emoción y bálsamos en varios temas de la serie. Maxi Bressanini, voz y bajista de Presenta Trío, estrenó como invitado una canción suya, La puerta blanca, y desde allí se quedó para el resto del concierto como eficiente bajista del trío. Lorena Ramírez, amiga histórica de Liliana Zavala, de barrio Cabildo y una inspiradora vocal de la artista, se sumó como cantante solista en un tema y luego siguió como coro. La otra invitada fue una grande, cómplice de Zavala y Pellegrino en diversas asociaciones: la también percusionista y cantante Vivi Pozzebón, que puso tanta fuerza como emoción en sus intervenciones netas con el cajón.
Una canción de la serie quedó para dar cierre al encuentro, con nuevos invitados, por su significación que trasciende al ámbito familiar y personal: Amigo Titi. Con el apoyo murguero de Vasily Percusión, prácticamente el ensamble natal de LZ, en un sentido homenaje a otro santito del altar de Liliana Zavala, y del altar de la memoria musical cordobesa: Titi Rivarola, quien ensombreció con su partida a la música de Córdoba que él ayudó a definir. Esteban Gutiérrez, líder histórico de la Vasili, y otros dos percusionistas de aquella agrupación. En todas las canciones de esta saga, la musicalidad predomina sobre la tristeza, y la base rítmica es parte de ese efecto liberador. Aquí con voces murgueras y un carácter alto que trasladó al ánimo la felicidad del recuerdo, un buen final para un concierto inolvidable.
Un arquitecto y sus tripas
En el Museo Evita – Palacio Ferreyra (Av. Hipólito Yrigoyen 511) es la cita de todos los martes, con el buen cine sobre artes, a las 18. Este julio, el ciclo Cine en el Palacio continúa su programación dedicada al director galés Peter Greenway, un cineasta con fuerte vinculación a las artes plásticas. El título designado para hoy es El vientre del arquitecto, película que Greenaway presentó en 1987. Transcurre en Roma, ciudad asombrosa para la mirada, en especial si se trata de la de un arquitecto, el estadounidense cincuentón Stourley Kracklite (lo interpreta el veterano Brian Dennehy) que arriba a Roma con su esposa más joven y más italiana que él, quien le reclama tener un hijo y lo considera un loser en su profesión, obsesionado por otro olvidado arquitecto del siglo XVIII, Étienne-Louis Boullée quien ha sido brillante, aunque ha dejado muy poca obra a su paso por el mundo. Para inaugurar una exposición dedicada al dieciochesco Boullée la pareja pasará nueve meses en Roma. Kracklite comienza a sentir fuertes dolores de vientre, que le extraen sus fuerzas, mientras percibe una conexión entre su esposa y un joven arquitecto que participa en la comisión. Se convence de que su mujer lo está envenenando. Con entrada gratuita.