Por Javier Boher
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El desarraigo es el sentimiento de los que se van a vivir afuera, que muchas veces va acompañado de la nostalgia. Se extrañan los asados con los amigos, las juntadas familiares, las idas a la cancha y muchas cosas más. Todo eso llena porque hay una conexión “espiritual”, por ponerle un nombre. Lo que tiene, también, es proximidad física.
Hay algo de lo que los argentinos de afuera seguramente renegaban estando acá, pero que termina siendo lo que les permite el mayor vínculo pasional-afectivo con la tierra que dejaron atrás, facilitado por las nuevas tecnologías de la virtualidad. Ese algo es la política, porque ¿en cuántos lugares del mundo se van a encontrar la fauna política que hay en estas pampas?¿en qué lugares van a deleitarse con relatos inverosímiles sobre las más descabelladas historias de corrupción, engaños y violaciones a las normas? Exactamente: en ningún lugar del planeta.
El domingo salió una nota de Jaime Bayly en La Nación en la que establece un perfil de los argentinos que es difícil de negar. Uno de esos elementos enumerados, quizás el que mejor explica nuestros problemas políticos permanentes, es que todos los argentinos -incluso sabiéndonos errados- siempre tenemos que tener la razón.
Ese zoológico político que tenemos en este país nos permite enojarnos (y deleitarnos simultáneamente) con seres inconmensurables como Javier Milei. Algunos, especialmente los más jóvenes, se sienten atraídos por el fenómeno (una consecuencia lógica del cansancio político). Otros, pendeviejos progres, lo miran con recelo. La mayoría, todavía, lo ve con indiferencia. Muy pocos lo ven como una amenaza al sistema democrático.
Ayer, en otra muestra de su profunda incapacidad política, quedó enredado en una discusión absurda sobre la compra y venta de niños. Aunque nunca dijo estar a favor de tal práctica, dejó entrever que no la reprueba por completo, orientado por una concepción teórico-abstracta-ridícula sobre la propiedad y la transabilidad.
El candidato, como la mayoría de las personas con problemas del campo de la ansiedad social, no tiene las herramientas básicas como para relacionarse adecuadamente con las demás personas. Incluso si estuviese a favor de comprar y vender chicos (de nuevo, hay de todo en nuestro zoológico político) no hace falta un consultor para saber que hay que pronunciarse rápidamente en contra.
En cada oportunidad que ha tenido a lo largo de este mes el muchacho se ha hablado encima: cada palabra y postura lo ha alejado de los votos cuerdos o experimentados, quedándose casi exclusivamente con el nicho de los jóvenes que ya votan pero que todavía no saben ni siquiera calcular cuánto arroz poner en la olla.
Milei ya puso en el centro del debate temas que a nadie se le ocurre debatir. Quizás por eso ya se quedó hablando solo, como loco malo. Habló de la libre portación de armas, de la venta de órganos y ahora de la venta de niños.
Es casi como el chico con problemas que veíamos en el colegio, ese al que todos le iban a hablar para reírse de sus respuestas. O también puede ser como el tonto del pueblo que siempre elegía la moneda de menor valor: ningún tonto, sabía que si elegía la más alta se terminaba su negocio.
Quizás, por las raras leyes de la política, el loquito de la política argentina termina amasando una fortuna con las monedas de baja denominación que nadie quiere: los que creen que está bien comprar y vender órganos y niños, blandiendo sus rifles contra el sentido común y la sensatez.