Los tiempos de la sucesión, juego de llaryoristas y schiarettistas

Sin demasiadas dudas sobre el “quién” (todos dan por sentado que el candidato será el intendente), la tensión se traslada al “cuándo”. Llaryoristas y schiarettistas tienen opiniones distintas sobre el momento en que el sucesor debe recibir el clamor del peronismo. Y no se trata de una cuestión formal.

Por Felipe Osman

Desde hace ya algunas semanas operadores del llaryorismo y dirigentes peronistas del interior han comenzado a anunciar el lanzamiento de juntas promotoras para impulsar una candidatura de la cual, a esta altura, ya casi nadie se atreve a dudar: Llaryora Gobernador 2023.
En efecto, hasta los schiarettistas más cercanos al gobernador admiten, tanto en público como en privado, que el intendente es el mejor posicionado para retener el Centro Cívico, y aunque prefieren no adelantar la decisión, resulta sumamente improbable que alguien pretenda desconocer una verdad matemática: Llaryora es, con mucha distancia, el que mejor mide. Más aún cuando indica que el peronismo no tiene margen para ofrecer ningún hándicap a la oposición, que hasta el momento (y contra todos los pronósticos), se mantiene unida, a pesar llevar como presunto candidato a gobernador a un elemento tan inestable como Luis Juez.
Ahora bien, si la candidatura de Llaryora asoma, casi, como una certeza, y tanto desde la Municipalidad como desde la Provincia entienden que la mejor estrategia electoral es avocarse a la gestión para demostrar, con hechos, que Hacemos por Córdoba es la fuerza que mejor puede administrar la cosa pública, ¿por qué el llaryorismo intenta apurar los alineamientos a su candidatura mientras el schiarettismo prefiere demorarlos?
Es que lejos de tratarse de una cuestión formal, el timming resulta crucial.
Para Llaryora, conseguir que los dirigentes territoriales del interior se sumen cuanto antes a su proyecto provincial implica, en primer lugar, dar la puntada final que consolide su candidatura. Pero también empezar a cultivar una relación directa con ellos que facilite que tanto intendentes y legisladores como referentes peronistas de la vieja guardia empiecen a trabajar difundiendo su imagen en el interior, sin que para él sea necesario restar dedicación a la gestión de la capital. En otras palabras, delegar en los caciques territoriales del peronismo el primer tramo de su campaña.
Finalmente, y no menos importante, sumar cuantas adhesiones sea posible implica llegar con un mayor volumen político a las negociaciones que definirán las listas, decidirán el respaldo a distintas candidaturas en localidades del interior y delinearán los equipos de gestión del oficialismo si éste consigue mantenerse al frente de la Provincia.
Al otro lado, el schiarettismo también tiene buenos fundamentos para preferir postergar el clamor hacia el heredero.
El primero, desde luego, es prevenir que suceda lo que acabamos de glosar entre los intereses del llaryorismo. Mientras más se postergue el alineamiento del partido detrás del intendente, más beneficiosa para el schiarettismo será la relación de fuerzas en la que se darán esas negociaciones.
De hecho, en esa relación podrían entrar en tensión dos proyecciones, la provincial de Llaryora, y la nacional de Schiaretti.
Para el gobernador, mantenerse al mando del peronismo sin ningún tipo de injerencia externa al schiarettismo puro, implica ganar tiempo valioso en el trazado de su hoja de ruta nacional. Porque va de suyo que, si el mandatario llegara a un acuerdo con otras fuerzas para apalancar su proyección nacional (sea o no presidencial), un capítulo de ese acuerdo deberá ejecutarse en Córdoba, y no es lo mismo sentarse a una mesa de negociación como el hombre más poderoso de la provincia que hacerlo como un dirigente con muy buena imagen y un extenso y sobresaliente currículum.
Hasta el momento, el clamor por “Llaryora Gobernador 2023” ha reunido una serie adeptos. Destacan La Militante (línea nazarista del delasotismo), diversos espacios políticos de la capital, intendentes del departamento San Justo y jefes comunales de otros departamentos, algunos de los cuales ya han lanzado juntas promotoras para impulsar la candidatura provincial del intendente capitalino en Colón, Punilla, Santa María, Cruz del Eje y, próximamente, Tercero Arriba.
El gobernador, en tanto, mantiene alineada a la vieja guardia, los principales referentes de la generación de intendentes sub-50, la mayoría de los legisladores departamentales, el viguismo, los movimientos sociales y una porción significativa del sindicalismo. Probablemente conserve también un diálogo más fluido con el delasotismo.
Sin alineamiento conocido, el villamariense Martín Gill pidió internas para definir el candidato a la Gobernación, aunque parece harto más probable que su regreso a Hacemos por Córdoba se dé de otro modo, con una negociación a encarar con el intendente capitalino o con el gobernador.
El caserismo, que se distanció del schiarettismo de manera más explosiva, probablemente piensa en Llaryora como una ventana para regresar al oficialismo provincial. La misma oportunidad esperan, seguramente, otros vetados por el Centro Cívico, como Olga Riutort y, quien sabe, hasta el kirchnerismo.
En todo caso, el reloj corre a favor del intendente.