Aprender 2021: reaprender el rol de la educación

Los resultados de la evaluación Aprender demuestran el desastre de la gestión educativa en pandemia. Es momento de mirar hacia adelante y definir el rol que deberá tener la escuela.

Por Javier Boher
Javiboher@gmail.com

He buscado muchas formas como para tratar de arrancar con algo ingenioso la nota, pero no lo encuentro. El tono de “yo les dije que nos iba a ir mal” no sirve, porque la idea tampoco es agrandarse. La otra era empezar con algo tipo “a nadie sorprende”, que es cierto, pero necesita impacto. Mejor arrancar con algo contundente:
El 44% de los chicos de 12 años no entiende lo que lee.
El 45% no sabe hacer operaciones matemáticas básicas.
El 100% fue abandonado por el Estado cuando suspendió la presencialidad durante 2020 y buena parte de 2021.
Seguramente algunos encontrarán errores en esas afirmaciones previas, que se desprenden de los resultados de las pruebas Aprender de 2021. Debería haber puesto “chiques” o “alumnes” para respetar la nueva moda del lenguaje inclusivo, aunque debe haber pocas cosas más inclusivas que saber leer, escribir, sumar y restar bien.
Si quieren le ponemos E a todo, pero también le pongamos “H” para tratar de recuperar lo que perdimos.
La pandemia desnudó el estado de precariedad en el que nos acostumbramos a vivir. Todo atado con alambre, trabajo en negro, pobreza del 40%, escuelas que funcionan como comedores, comedores que funcionan como unidades básicas, empleo público excesivo e improductivo, políticos que no salen a ver cómo vive la gente, hospitales que sirven para sacarse fotos y todos haciendo de cuenta que atrás de eso hay un Estado presente que nos cuida.
La escuela quedó desnuda como lo que es, apenas una cáscara vacía que no prepara a la gente para salir a la vida. Mucho se habla de que la escuela debe servir para apuntalar los proyectos de vida de las personas, que debe emancipar. Si en sexto grado tenemos que casi la mitad de los chicos no entiende lo que lee, ¿de qué capacidad de imaginar un nuevo mundo o un mejor proyecto de vida están hablando?.
En pandemia vimos de todo. Pudimos ver docentes comprometidos, pero también a alumnos que se desconectaron. Pudimos ver a padres que hacían el trabajo de los hijos y tácitas bajadas de línea de que todos debían aprobar. “Recuperar saberes pendientes” le decían a eso de que había que promoverlos y después ir viendo.
Vimos las inequidades en el acceso a la tecnología, donde repartieron (con bastante demora) tablets y netbooks para gente que vive en lugares donde no hay luz y no hay internet o donde sobran ladrones y rateros. Además, esas son apenas herramientas para acceder, que no pueden suplir el rol activo de un docente en el aula, que puede detectar abusos, problemas de comprensión, situaciones de abandono o dinámicas de cualquier tipo a partir de la proximidad con sus alumnos.
Las evaluaciones Aprender que se tomaron el año pasado expusieron con crudeza el retroceso del nivel educativo argentino a partir de un abandono absoluto por parte de la clase dirigente durante el año 2020. Enamorados de las encuestas, eligieron tener cerradas las escuelas porque le sumaba un par de puntos de imagen positiva. Como dijo alguien para criticar esa lógica berreta de seguir a la opinión pública: si todo dependiera de las encuestas, De Gaulle se hubiese quedado a aprender alemán en lugar de armar la resistencia ante la ocupación nazi de Francia.
Entre los números que más resaltan está el de cómo el nivel socioeconómico determinó fuertemente el resultado del examen: mientras el 42,4% de los estudiantes del nivel socioeconómico alto marcó un nivel avanzado en lengua, solo el 6,6% de los alumnos de NSE bajo se ubicó en ese escalafón, apenas poco más de un sexto. En contrapartida, el 71% de los chicos de hogares pobres se mantuvo en básico o menos.
Así, la educación, histórica herramienta de igualación de oportunidades en el país, está demostrando que no todos tendrán las mismas posibilidades de ascenso social. Si la mayor parte de los chicos de menores ingresos asiste a las escuelas públicas, ¿qué está haciendo el Estado para que cada escuela pública recupere el tiempo perdido? No se trata de conocimientos, sino de la formación integral de los ciudadanos que se encargarán del destino de este país en no muchos años más.
Al ser consultado, el ministro de Educación Jaime Perczyk detalló cuáles serían algunas de las propuestas con las cuales tratar de revertir este enorme daño: aumentar la cantidad de ingresantes en nivel inicial y repartir más libros en las casas de las familias de los alumnos. Más ingresantes en jardín cuando los que no saben leer están entrando al secundario; más libros en las casas de gente que no entiende lo que lee. Casi que pareciera que el ministro no sabe leer los resultados de la evaluación.
No se puede tratar el tema exclusivamente desde la voluntad. No se puede encarar solamente desde lo que piensan los pedagogos en sus escritorios, con un montón de teorías hermosas que después son inaplicables cuando hay más de 30 alumnos en un aula, con diversas problemáticas familiares de todo tipo, en contextos de vulnerabilidad social y sin que la plata le alcance a los padres para acceder a bienes culturales más allá de un teléfono celular con el cual empacharse viendo tiktoks o videos de influencers.
Hay demasiada inflación de producciones teóricas sobre la educación, pero poca atención en las dimensiones reales de lo que hace a la calidad de la educación. No se le presta atención a la formación docente, no se jerarquiza la profesión, no se pagan buenos sueldos y estos no van atados a la calidad del docente o a su interés por seguir formándose en su campo, algo que como docente veo tanto en el ámbito privado como en el público.
Los desafíos después de estos resultados son demasiado grandes como para resolverlos sin flexibilizar programas, sin capacitar docentes y sin dialogar con todos los involucrados. Probablemente uno de los puntos centrales sea desburocratizar la estructura educativa, reduciendo inspectores, directores y secretarios para aumentar la cantidad de docentes frente al aula, reduciendo la cantidad de alumnos a cargo, favoreciendo la cercanía, el vínculo afectivo y la personalización de la oferta educativa.
No se trata de buscar culpables, porque está bastante claro quiénes son, sino de mirar al futuro para encontrar una salida que le sirva a toda la sociedad. La escuela debe, una vez más, convertirse en la herramienta de igualación de puntos de partida y movilidad social ascendente que supo ser.