La conexión centroamericana

Como parte de la “Semana del Cuarteto” que se llevó a cabo en el Centro Cultural España Córdoba, Ángel “Negro” Videla y Vivi Pozzebón entablaron un diálogo abierto titulado “Cuando llegó el merengue”, en el que se abordó la evolución registrada por esa música regional.

J.C. Maraddón

La historia oficial del cuarteto vinculaba a ese género cordobés con músicas europeas como el pasodoble, la tarantela o la polka, poniendo énfasis en que su origen tuvo lugar en la pampa gringa, donde los inmigrantes bailaban al son de las llamadas “orquestas características”, como el Cuarteto Leo. La época en que ese tunga-tunga primal arribó a la capital de la provincia coincidió con la moda de la música caribeña, en la que ritmos como el mambo, la cumbia o el vallenato se habían expandido por el mundo y también habían hecho escuchar sus canciones en la Argentina de los años sesenta.

Tal vez para competir con esa tendencia que se ganaba los favores de los bailarines, los cuarteteros de entonces empezaron a tomar prestados ciertos matices provenientes de esos estilos centroamericanos, aunque sin perder los elementos heredados de la fórmula original. Medio siglo atrás, cuando se registró la aparición de los llamados “cuatro grandes”, ese procedimiento se manifestó en los nombres de canciones como “La gaita del lobizón”, del Cuarteto de Oto, que alude a un género venezolano, y en la adaptación de temas como “Don Goyo”, de Carlitos Rolán, que era un cumbión compuesto por la artista colombiana Graciela Arango de Tobón.

Sin embargo, la definitiva apropiación de esos formatos centroamericanos se iba a consolidar con el ascenso del grupo Chébere, que terminaría adoptando una formación donde a los instrumentos típicos del cuarteto se le iban agregando otros más propios del rock y de las corrientes tropicales. Con su apuesta renovadora, esta banda modernizó la escena de los bailes y elevó la vara hasta motivar a otros intérpretes a seguir el ejemplo, para conquistar a las nuevas camadas de seguidores que se empezaban a sumar. La mayoría de las agrupaciones que surgieron a partir de los ochenta se plegaron a esa influencia.

A comienzos de los noventa, en el pico de la popularidad de Chébere, uno de sus miembros fundadores decidió abrirse como solista para estrechar aún más los lazos con la cultura afroamericana. Ángel “Negro” Videla viajó a Estados Unidos y trabó contacto con el dominicano Johnny Ventura, un astro del merengue junto al que trabajó durante unos meses y grabó un disco. Tras esa incursión, en su regreso a Córdoba trajo a algunos músicos para que formaran parte de la agrupación que iba a acompañarlo durante sus presentaciones en solitario.

Jean Carlos, Abraham Vázquez y Ray Meléndez formaron después por su cuenta Rataplán, experimento de fusión que cambiaría de modo definitivo el sonido cuartetero, en una cruzada de la que también iba a ser protagonista fundamental el percusionista “Bam Bam” Miranda, a partir de su ingreso como músico de Carlos La Mona Jiménez. Nada volvió a ser igual en ese folklore urbano cordobés, ni siquiera cuando Rodrigo Bueno se propusiera devolver su vigencia al cuarteto característico: el Potro también iba a reflejar en su repertorio ese collage de aportes registrado a lo largo del tiempo que vaya a saber hacia dónde conduce las cosas en el futuro.

Hace algunos días, como parte de la “Semana del Cuarteto” que se llevó a cabo en el Centro Cultural España Córdoba, el “Negro” Videla y Vivi Pozzebón entablaron un diálogo abierto titulado “Cuando llegó el merengue”, en el que se abordó esta temática vinculada a la conexión centroamericana. Actividades de este tipo ayudan a minimizar los prejuicios de clase que giran en torno a esta música tan autóctona, para ahondar en el camino que ha recorrido el género hasta la actualidad, como expresión representativa de una identidad cordobesa que, lejos de mantenerse incólume, se modifica constantemente y así demuestra su vitalidad.