Por Javier Boher
¡Buen día, amigo lector! Una fantástica mañana, después de un gran fin de semana. Hay que ser justos y decirlo: menos mal que el tiempo no depende del gobierno, porque sino seguramente también lo hubiesen echado a perder. Ya me lo imagino : Ministerio de clima y tiempo a cargo de Alex Freyre, el que dijo que la lluvia sobre los caceroleros era el Nestornauta cambiándole el agua a la aceituna.
¡Qué fácil es imaginarlos arruinando todo, estimado! Seguro que saldrían con que todo el territorio nacional debería tener la misma cantidad de lluvia, así que se secarían los cultivos de las zonas húmedas y se inundarían los de las zonas secas. No tengo dudas de que además dejarían el clima en templado, cosa de no olvidarse del fresquito porteño. En seis meses, cuando un subalterno del ministro decide ponerse a jugar en la interna, le aseguro que terminamos con lluvia de fuego en los municipios del otro palo.
Ya sabe cómo entiende el kirchnerismo la función pública: hay que hacer de cuenta que se está haciendo algo aunque todo sea cartón pintado. Me hace acordar de aquel chapista que tapaba la chapa picada con papel de diario y engrudo. Te agarraba la lluvia en Alto Verde y el agua te dejaba el auto como los barquitos de papel que tiraban los chicos de antes.
¿A dónde voy con esto, se preguntará usted? A la indignación que generó en algunos todo el tema de la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas porteñas. Si hubo gente que se manifestó muy en contra de la medida fue el kirchnerismo más duro (en cualquier acepción que le guste), que casualmente son los mismos que tuvieron las escuelas cerradas por un año entero con la excusa de la pandemia.
La ortodoxia cristinista ya tiene lenguaje inclusivo en el PAMI, en Anses y en un par de organismos más. Le aseguro, estimado, que ‘les abueles’ no tendrían problemas de que les dijeran así si no tuviesen que esperar cuatro meses para un turno en el médico. Recuerde la máxima que los guía: poca gestión y escrúpulos, mucho ruido y fotos de reuniones.
Acá hay que ponerle un apodo al Jefe de Gobierno de la ciudad que se autopercibe como el centro del universo, porque presiento que lo vamos a nombrar más seguido que cuando se murió Néstor y bautizaban con su nombre hasta bóvedas en conventos. En redes sociales hay de todo para elegir apodo: Careta, Larrata, Sombrilla, el Pelado. Yo, sinceramente, no sé muy bien cuál elegir, pero estoy seguro que el Pelado no me gusta, aunque presiento que nos lo vamos a terminar tragando… No sea mal pensado, ¡por favor!.
No me voy a poner a analizar la prohibición porque todavía me estoy recuperando del soponcio que me agarró después de escuchar que en la Muni decidieron dar cuarteto en las escuelas. Pero las dos cosas se sostienen sobre lo mismo: es el poder del Estado que define los lineamientos. “¿No les gusta? Formen un partido y ganen las elecciones”, dijo una vez una señora.
Ya sabemos que Lajeta (no sé si me convence, por las dudas voy probando) no hace nada sin sondearlo antes con un focus group o una de esas brujerías de consultores bien dispuestos a robarles la plata. Si decidieron hacer esto es porque garpa políticamente, porque de a poquito la cosa se empieza a alejar de esos recursos del kirchnerismo.
Se la hago fácil: ¿cuántos chicos ha visto hablando en inclusivo fuera de decir chiques, por ejemplo? Absolutamente ninguno (salvo que usted tenga contacto con gente del Manuel Belgrano, en la que ya deben haber dejado de usar todas las otras vocales). Casi todos los que insisten hablar con inclusivo son gente grande, esos adolescentes tardíos tan comunes en el kirchenrismo, que pisan los 50 y se creen de 20.
Yo tengo 36, justo el doble de la edad de mis alumnos de sexto año y le digo que estamos a años luz de su realidad. Es más: entre ellos, ser kirchnerista es casi una discapacidad invalidante, motivo de burlas, casi como lo era decirse menemista en mis años de estudiante secundario (yo egresé en 2003). En aquel entonces, si aparecía un menemista -cosa poco frecuente- ni se lo escuchaba cuando hablaba, lo mismo que hacen los chicos hoy.
Siempre hay que dudar de todo, estimado, pero si de algo estoy casi seguro es que toda esa parafernalia progre se va a ir terminando. Esto de la prohibición del inclusivo (que me parece una exageración innecesaria) es solo la puntita del Pelado (mmm, no sé, suena muy fálico) para empezar a jugar más fuerte de cara al año que viene. Cuando antes de las elecciones el economista bocasucia se la pegue de frente, alguien va a tener que juntar las piezas de ese armado pegado con moco. Qué mejor que arrancar ahora.
Sin embargo, el oportunismo de Lateta (mmm, este no es como los gordos sindicalistas o como el diputeta, así que no me sirve que suene parecido) está apoyado en lo que es un cambio cultural. No está en ninguna cruzada política ni nada por el estilo, sino que está aprovechando algo que empieza a pasar en todo el mundo: la gente se está cansando de la corrección política.
Hace un tiempo se lo escribí en otra nota. Los chinos tienen una palabra para esa cosa blandengue de la izquierda occidental: la llaman ‘Baizuo’, un neologismo que sirve para decir que son unos llorones. De golpe aparece gente que se pone en contra de todo ese discurso berreta (¡epa! esta suena parecido a Larreta, así que la voy a dejar por ahí dando vueltas) y no saben muy bien cómo hacer para frenarla. Ojo, estimado, que ahí después aparecen los populismos de derecha, que son igual de malos que los otros pero con más apoyo. Por las dudas le aviso.
Voy a ir cerrando con dos reflexiones. Primero, que aunque la tortilla se de vuelta, lo que te comés sigue siendo lo mismo. Segundo, que cada uno viva su vida como quiera. Como dice el dicho: cada uno hace de su traste una bicicleta y se lo presta a quien quiera. Yo -al menos por ahora, quién sabe en el futuro- prefiero seguir a pata.
Tenga buena semana.