Vorágine autodestructiva de un gobierno que implosiona

Cada nuevo evento del gobierno lo debilita aún más, atento a que sus políticas resultan cada vez peores, ha perdido la iniciativa y la desconexión con las necesidades de la gente es total.

Por Javier Boher

Si hay algo que se está comiendo al gobierno es el internismo. Nadie sabe muy bien quién tiene poder sobre qué cosa ni qué decisiones serán las que valen. A lo largo d estos meses hemos visto a un ministro que no puede echar a un funcionario de cuarta línea, a un presidente al que le piden que use la lapicera y a un ministro echado por hablar de un caso de corrupción.

Uno de los orígenes etimológicos de la palabra gobierno está emparentado a la palabra “kubernao”, una palabra griega usada para expresar algo así como timonear un barco. Casi no quedan argumentos para sostener que existe aquí un gobierno que define un rumbo, atento a que lo que parece verse es un barco a la deriva, sin rumbo.

Por momentos da la sensación de que incluso todas las peleas de la oposición sirven como distractor para evitar que la gente se concentre en el papel especialmente lamentable de un gobierno absolutamente terminado: no tiene iniciativa política real, los bloques opositores en el congreso tienen la capacidad de marcarle la agenda y limitar sus acciones, en la justicia solamente cosecha reveses y en el plano internacional hace rato que es irrelevante.

Tal vez las peleas de Macri, Morales, Bullrich y demás figuritas de Juntos por el Cambio son lo que sostiene al gobierno del derrumbe total, aunque eso contribuya al sentimiento colectivo de hartazgo y frustración que puede barrerlos a todos de un plumazo cuando aparezca en el frente una urna (si es que no se alcanza antes la saturación de la gente).

La situación para el gobierno es terrible. En los últimos meses el campo ha liquidado más divisas que en casi cualquier año de la última década, pero aún así el gobierno no consigue retener esos dólares. La importación de energía en un contexto de alta demanda global se ha encarecido, los que pone a todo un sistema al borde del colapso.

Las trabas a las importaciones significan que escasean insumos en campos y fábricas, a la vez que la falta de combustibles impacta en la generación eléctrica, en la logística, el transporte y la producción. Mientras el ministro despedido denunciaba actos de corrupción en un gasoducto necesario para evitar los faltantes de gas este invierno, la propaganda oficial habla de los planes de exportar gas a Europa.

La desconexión entre el relato oficial y la realidad ha alcanzado niveles alarmantes, al punto de que es difícil saber cuánto alcanzan a darse cuenta de lo mal que están haciendo las cosas. No importa cuántos aduladores y ñoquis salgan a decir que aumentó la producción de esponjas metálicas o que se duplicaron las exportaciones de sal marina, nada de eso parece mover el sentido de desplome de la opinión pública favorable al gobierno. Tal vez haya que agradecer que la oposición no actúa de modo destructivo para capitalizar ese descontento, aunque sea difícil saber si eso es por solidaridad o por pura impericia.

Un amigo me dijo hace tiempo que Cristina Fernández es más audaz que inteligente, lo que parece confirmarse con los resultados de la celebrada jugada de ungir a un candidato a presidente sin votos, sin carisma, sin capacidad política y sin sentido del timing. Solo resta esperar de qué otras formas indignas aceptará humillarse Alberto en este patético espectáculo de implosión política.