Por Javier Boher
javiboher@gmail.com
Cada generación tiene sus referencias culturales ineludibles, extraídas de la cultura popular, que la acompañan por siempre. Con dolor nos hemos dado cuenta de que Los Simpson, por ejemplo, ya no son un puente con los adolescentes de hoy. Así, a medida que van surgiendo nuevas marcas generacionales, vemos cómo progresivamente nos vamos poniendo más viejos.
Los adolescentes de los primeros dosmiles tenemos algunas referencias muy extendidas y otras un poco más de nicho, como la que está detrás del meme que disparó esta nota. “Malcolm” es una serie de una típica familia disfuncional norteamericana en la que un matrimonio de “White trash”, clase media blanca y pobre, se las rebusca para educar a cuatro hijos varones (por supuesto muy distintos entre sí).
Allí, el matrimonio de Bryan Cranston (luego el popular Walter White de Breaking Bad) y Jane Kaczmarek (la voz de Leela de Futurama) se encarga de errar -en todos los ámbitos posibles- respecto a la crianza de hijos. Por eso el meme es icónico: el menos de los cuatro hermanos, Dewey, usando un bonete de cumpleaños pero sin torta al frente, con la inscripción: “nunca espero nada de ustedes y aún así ogran decepcionarme”.
Eso es lo que mejor resume el balance del demorado censo 2022.
No se trata ya de exponer las falencias en las preguntas, en eso de la autopercepción de género o étnica, en la pregunta de “trabajó al menos una hora la última semana” o el ocultamiento de las tareas domésticas como trabajo (ese trabajo no remunerado por el que el mismo ministerio de las mujeres reclama sea reconocido). Esto es algo mucho más básico.
Llegada la hora 18 del miércoles, no fueron pocos los que en redes sociales compartieron que no habían sido censados. Mucha gente sí lo fue, por supuesto, pero la caja de resonancia de las redes sociales hizo que esos que quedaron afuera retumbaran con más fuerza. Por supuesto que también podría no ser cierto, salvo por un detalle: el Indec decidió prolongar el operativo para que el relevamiento sea adecuado, lo que debe interpretarse como que dejaron tanta gente afuera que los datos pierden fiabilidad.
Cuando se conoció la fecha en la que se realizaría el censo, a fines de enero de este año, escribí una nota acerca del mismo. Planteaba una duda, algunas objeciones y algunas corazonadas. La duda la despejaron: el Estado llegó a censarme en el lugar en el que vivo, bastante metido en el campo. Punto a favor del operativo.
Respecto a las objeciones, revisaron al menos una, la de usar el DNI en el relevamiento presencial. Se mantuvo en la versión digital, especialmente por gente que dice “pero si el Estado es el que te da el DNI, ya tiene tus datos” y no se da cuenta que ahora también sabe exactamente el lugar de residencia y si te sentís negro, indio o trans, cosas que no necesariamente tiene que saber.
Respecto a las corazonadas la cosa estuvo bastante acertada: el censo digital tiene relación directa con la incapacidad burocrática de cubrir todos los espacios sobre los que dice tener soberanía. Celebrar que la gente hiciera el trabajo que le corresponde al Estado es un paso más en la dirección de confirmar que los empleados públicos son cada vez menos capaces, tal vez por eso de privilegiar la militancia por sobre la idoneidad a la hora de contratar.
La otra corazonada era que no iban a poder registrar todo. El país ha crecido, pero la población se ha concentrado. Las comparaciones son odiosas, pero necesarias: en el primer censo se usaron 3.000 censistas para relevar a poco menos de cuatro millones de personas en una extensión menor de territorio y con otros medios de desplazamiento.
Hoy se calcula que somos alrededor de 12 la población de entonces, por lo que cabría esperar que hubiese 36.000 censistas. Entre coordinadores y censistas este año hubo 600.000 personas afectadas al operativo, lo que parece que fue insuficiente para abarcar todo el país y que el relevamiento sea efectivo. ¿Cuánta gente será la que efectivamente quedó sin registrar?.
El énfasis puesto en el censo digital (y las casi 20 millones de personas que lo hicieron de esa manera) refleja que el Estado fue bastante perezoso a la hora de salir a visitar cada casa. Según los datos dados por el mismo Indec, alrededor del 70% de los hogares habían sido censados. Si casi el 60% de la población relevada lo fue a través de la versión online y voluntaria, todo lo otro fue poco más que una puesta en escena de un Estado que no sabe hacer sus tareas (pese a que en este caso tuvieron dos años de changüí para prepararlo de la mejor manera posible).
Como en el meme de la comedia norteamericana, incluso no esperando nada de parte de un gobierno que no sabe ejercer más funciones estatales que las del espionaje, ellos se las ingenian para decepcionar. Los datos estadísticos son insumos fundamentales para el desarrollo de políticas públicas, por cuanto es importante saber cuántos somos, en qué condiciones vivimos, en qué lugares o con qué perfil de ingresos para poder diseñarlas de manera adecuada.
Como reflexionaba un usuario de Twitter: si ni siquiera fueron capaces de organizar un velorio, ¿cómo creer que pudieran organizar un censo?.