Por Felipe Osman
Alberto Fernández ha decidido dar, ante las feroces descargas de fuego amigo que recibe a diario desde el cristinismo, sólo muestras de abnegación. Tan fracturado está el Frente de Todos que esa división ya es confesa en el Senado, donde la vice presidenta consiguió, en una misma bolada, disimular la ruptura y ganar un asiento en el Consejo de la Magistratura. Vaya uno a saber cuál fue el objetivo principal y cuál el bonus.
En la Cámara Baja, en tanto, la división no está siempre a la vista, pero quedó expuesta en la sesión en la que cuarenta y un diputados del oficialismo eligieron rechazar o abstenerse de votar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
En el Ejecutivo, sin embargo, el presidente hace lo imposible por ignorar los constantes cortocircuitos que existen entre sus fieles y los de la vice presidenta. Acepta que los subsecretarios de La Cámpora bajen línea a sus ministros (léase, el affaire Guzmán/Basualdo) y hasta llega entregar a alguno de los propios (v. gr. Felipe Solá) cuando el cristinismo lo arrincona con renuncias puestas a su disposición a través de la prensa.
Como el más purista de los empiristas ingleses, para el presidente “todo lo que no puede ver no existe”, y por eso camina con los ojos cerrados. Este alumno ciego de Hume permanece inalterable mientras Andrés Larroque -Ministro de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires- lo defenestra en vivo en una FM bonaerense sin consecuencia alguna. Los cargos y las cajas siguen siendo de La Cámpora. Los gobernadores, que con más y menos sí han sido los artífices de sus propias llegadas al poder, ven la impasibilidad del mandatario nacional con cierto desagrado.
El vice gobernador de Tucumán, devenido en gobernador tras la llegada de Juan Manzur a la Jefatura de Gabinete, ya avisó que en su provincia los comicios locales se adelantarán a junio, cuatro meses antes de los nacionales. Jaldo no es la némesis de Manzur. Es el Jefe de Gabinete el que está despegando su futuro del de Fernández.
Al otro lado de la grieta interna del Frente de Todos, ahora crecen los rumores de que el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, haría lo mismo. El kirchnerismo ya piensa en resguardarse en el Conurbano. No quiere, en apariencia, repetir la traumática experiencia que vivió entre 2015 y 2019, cuando tuvo que pasar el invierno sin caja.
En el escenario nacional, todos los gobernadores peronistas deben estar pensando más o menos lo mismo, de todos ellos uno sólo pareció saber de antemano el final del cuento, el de Córdoba.
Juan Schiaretti viene estrechando lazos, desde hace ya algunos meses, con dirigentes de fuste nacional de distintos espacios, y también con gobernadores que pertenecen a distintos segmentos del espectro político. Tiene muy buenas relaciones con los mandatarios de la zona centro, que desde hace algunas semanas preside, pero también con algunos mandatarios del norte.
Hace días recibió la visita del gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela. Concluida la reunión se informaron los temas de gestión que se habían tocado. Nadie cree que la conversación se haya circunscripto sólo a esos asuntos. Antes, a principios del mes pasado, Jorge Capitanich también estuvo en el despacho principal del Centro Cívico.
En un contexto en el cual los gobernadores peronistas empiezan a desacoplar su futuro de la suerte que en las próximas elecciones pueda correr el Frente de Todos, las posibilidades de que estos mandatarios terminen formando parte de una estrategia conjunta con Schiaretti deben necesariamente crecer.
Si los gobernadores ven al Frente de Todos como un proceso político agotado deberán mirar hacia el futuro y buscar, si no un candidato, un nexo hacia el próximo oficialismo. Es probable que busquen en Córdoba.