Amalia Granata pide por la colimba

Por Javier Boher

Sorprende que haya cosas que todavía se tengan que discutir en este país, aunque tampoco tanto. Si todavía hay algunos que insisten en que la inflación no es un fenómeno monetario -algo absolutamente probado- que alguien diga que debería volver el servicio militar obligatorio tampoco parece tan descabellado. De hecho la idea es bastante recurrente. Cada tanto aparece alguien que decide desempolvarla, tal vez esperando más repercusión mediática que un verdadero cambio en la política pública.

Yo no soy de los que se salvó, ni siquiera de los que lo veía como algo cercano. Su eliminación fue bastante anterior a que ingrese al secundario, por lo que no existía ni siquiera el fantasma de que pudiera llegar a reinstaurarse. Era el ocaso de las Fuerzas Armadas, que empezaron a ver cómo perdían mano de obra barata para cortar el pasto o encalar postes, a la vez que le cerraban el grifo de la plata pública.

La creencia de que un servicio militar obligatorio podría resolver los “problemas morales” de la Argentina (si es que realmente existe tal cosa) es de una ingenuidad pasmosa, una convicción casi infantil de que se podrá enderezar a hombres y mujeres de 18 años que cuando debieran enfrentarse a ese desafío ya van a haber formado su personalidad.

Las historias sobre la colimba se reducen siempre a lo mismo: los hacían trapear hasta las paredes, los ponían a palear bosta de caballos, los sacaban a correr en el medio de la noche, a cavar un pozo bajo la lluvia, le cebaban mates escupidos al superior o si tenían suerte los enviaban a alguna tarea en la que comprobaban que todo era una farsa, como el que era músico y conseguía entrar a la banda o al que lo hicieron responsable del casino de oficiales porque su familia tenía los mejores cabarets de la ciudad.

Amalia Granata, periodista, mediática y política santafesina, ha demostrado tener lo que se necesita para hacerse un lugar en ese mundo de la política. Abanderada celeste en contra del aborto, ha desarrollado su carrera a partir de darle a la gente exactamente lo que está pidiendo. Tras volver de un viaje por Israel ha sido ella la que reflotó esta discusión sobre la necesidad de volver a poner la colimba en el país.

Su argumento es casi inexistente, apenas otra opinión más sin el debido fundamento ni respaldo para ser sostenido como una posibilidad de convertirse en ley, cosa imposible siendo que ella es apenas diputada provincial de Santa Fe.

Granata fundamenta su postura en una supuesta necesidad que hay en su provincia ante el avance de la violencia narco, un verdadero flagelo que debería preocupar a todo un país que mira con bastante indiferencia. Al menos eso respondió cuando le dijeron que en Israel está justificado porque vive en un conflicto permanente con sus vecinos, lo que los obliga a dedicar dos años de su vida a un servicio cívico que la gente abraza con ganas por tratarse de la defensa de un modo de vida liberal, occidental y laico -aunque el sentido común progresista lo enfoque de otra manera-.

Granata pidió por la colimba convencida de que la crisis narco santafesina es un estado de guerra, un conflicto que justifica el restablecimiento de una institución que no funcionó para otra cosa más que para que algunos se laven los calzoncillos cada vez que se dan una ducha.

Si la formación fuese efectivamente militar, ¿qué sentido tiene darle ese tipo de instrucción a jóvenes de sectores humildes que seguirían encontrando en la venta de drogas una salida laboral y una ilusión de progreso económico porque no se genera trabajo genuino?. Es suicida pensar que un país que en algunos lugares está al borde de la desintegración social y la desaparición del Estado pueda revertir esas tendencias con el servicio militar antes que con reformas económicas que aumenten efectivamente las oportunidades de los jóvenes.

El servicio militar no puede educar si antes no lo hizo la escuela. Tampoco puede enseñar a trabajar en un mundo en el que las habilidades que se exigen no tienen que ver con pelear sino con unir. En las Fuerzas Armadas se enseña a matar sin preguntar, a obedecer jerarquías sin cuestionar, todo lo opuesto que se pretende para una sociedad realmente democrática.

Granata está subida a una ola que prende con mucha fuerza entre los jóvenes y no tan jóvenes que están enojados porque la plata no alcanza y porque la inseguridad se lleva lo poco que alcanzan a juntar. Es lo que alguien en Twitter (yo se lo leí a Ergasto Riva, aunque desconozco si es de su autoría) llamó la tacherización de la política, no por Margaret Thatcher sino por los taxistas, los tacheros.

Las opiniones son cada vez más llanas y cada vez menos fundamentadas, parecen las que se le podría escuchar a Kuki el taxista, el personaje de Mario Devalis, que pedía por el regreso de su amigo “Alejandro Agustín”, por el presidente de facto Lanusse. La ocupación no invalida la opinión, que afortunadamente en este país siguen siendo libres. Sin embargo uno espera un poco más de gente que debe velar por los intereses de toda una sociedad.

Amalia Granata pide por la colimba, una institución del pasado que allí debería quedar, porque sirvió en algún momento para las necesidades políticas de su clase dirigente pero que hoy estaría lejos de lograr algo remotamente parecido. No se trata de añorar un pasado excesivamente edulcorado, sino más bien de resolver los problemas actuales que impiden ver hacia el futuro.