Por Javier Boher

Yo no sé si a usted le gusta la historia, pero dicen por ahí que fue el peronismo el que masificó el festejo del 1° de Mayo, diluyendo la cosa clasista y combativa, reemplazando el «infame trapo rojo» (como dijo alguna vez la vicepresidenta) por las banderas argentinas y congregando a través del locro.
No sé cuál es su adscripción ideológica, estimado, pero seguramente coincidirá conmigo en que los locros más pulsudos son los que hacen los compañeros del justicialismo, de allí que he decidido honrarlos con esta nota del día. A todos ellos, con amor fraterno de trabajador argentino, les comparto quién sería cada ingrediente si el peronismo fuese un locro.
Hay dos ingredientes fundamentales en todo locro, el zapallo y el maíz blanco. Todo lo otro varía según el gusto de cada uno, pero eso está en todos los locros, es lo que le da la identidad. Para mí, estimado, el zapallo -que cuando se desarma es lo que une todo- sigue siendo el difunto General Perón. No importa lo que metamos adentro, sea locro vegano, locro desgrasado, locro de osobuco, todo da lo mismo. El Yéneral hace que lo comamos porque es locro.
Yo al locro le pongo batata, que hace lo mismo pero es un poco más dulce, como la Evita edulcorada que le venden hoy a los purretes de todas las fuerzas.
Lo del maíz blanco es un poco más polémico. Hoy ese locro justicialista es un locro justicialista porque está Alféretro haciendo que sea locro. Si se lo sacamos ya no es un locro, por eso todos lo dejan en cualquier ensayo culinario que practiquen de cara al futuro del peronismo.
El algún momento pensé en darle el lugar de la tripa gorda, un opcional que siempre suma. Quizás ese lugar le quedaba bien cuando era armador o cuando conseguía que les financien la campaña, porque por la tripa gorda es por donde pasa la bosta, y si no se la lava bien te termina arruinando el locro. Por eso también dudé en el lugar que le daba.
Lo que también lleva el locro son porotos, importantes pero no fundamentales. Casi seguro que acá van los gobernadores, a los que todo el mundo les dan un lugar un tanto exagerado. Si un locro tiene demasiados porotos la gente se queja de que le falta lo que le da el gusto, así que tampoco tienen tanta necesidad de cargarse el equipo al hombro.
Yo le pongo garbanzos, un opcional que no siempre suma, todo depende de el gusto que le quieran dar. Acá pienso en el «peronismo republicano».
Lo que le da sustancia es la carne, la proteína animal. Hace un tiempo me convidaron un locro vegano y un poco que me sentía como un chancho al que le han servido la ración. Sin grasa, huesos y embutidos medio que parece apenas poco más que una sopa. No tiene nada de malo, pero sería casi como si lo hicieran los radicales (en general complicados para meter todos los ingredientes en la misma olla).
Yo le pongo un poco de pulpa de vaca, que serían los gremios. Te manejan la calle y te dan personalidad. Da lo mismo si es el osobuco de camioneros o lomo de La Bancaria. Va todo a la olla y se cocina igual. También le pongo un poco de pulpa de cerdo, que serían los movimientos sociales: hacen más o menos lo mismo, pero cuesta la mitad porque es más fácil conseguirlo sin que haya pasado por el frigorífico, así en negro.
Los dos tienen su versión más popular y de masas cuando ponemos falda y costillitas de cerdo, con la misma lógica del precio: la carne barata es más batalladora, y el hueso de los piquetes y cortes de calles con las marchas no hay forma de tragarlo.
Si se trata de cuestión de precio, no nos podemos olvidar del cuero de chancho. Ese le da un toque distinto al locro, pero por dos monedas. Acá ponemos al nostálgico de los ’70, el que sigue bancando por las ideas. Obvio que algunos son cuero premium, porque cobraron unas indemnizaciones millonarias, pero eso no suele pasar.
A mí me gusta el locro con chorizo, y voy a evitar pronunciarme al respecto. Nah, mentira, voy a hacer el chiste fácil: acá pueden entrar los 11 funcionarios kirchneristas condenados por corrupción. También le pongo chorizo colorado, que serían los compañeros de La Cámpora, igual de chorizo que los otros pero rojos a la vista, por eso de que se hacen los comunistas.
Yo le pongo rabo, pero no a todo el mundo le gusta. Eso, casi regalado todo el año, cuando llega el momento del locro sube su precio. Hay que ver cómo es en el próximo turno electoral, pero el que siempre estuvo en ese lugar fue el Sultán de Anillaco: eran todos exquisitos y tocaban madera hasta que lo necesitaron para ganar elecciones.
Vamos llegando al final. El mondongo es un ingrediente complicado. Huele feo cuando se lo hierve, pero si no se le pone el locro no es lo mismo. Ahí lo contamos al tigrene taimado, Sergio Massa, que algunos no pueden tragar por haberle sentido el olor, pero lo máximo que pueden hacer es separarlo en el plato.
La panceta es todo un tema. Está como a dos lucrecias el kilo, así que eso solo se suma cuando el peronismo anda dulce y tiene plata. No me odie, estimado, pero acá va el peronismo cordobés. Nunca dejan de ser compañeros, déjeme decirle.
Lo que no se puede tragar de ninguna manera es la pata de chancho, pero hay que ponerle por el gusto. Esta es la Desaforada de Recoleta, pero no por el chiste elemental de que tiene unos tobillos que parecen los de un chancho. Bueno, en realidad sí es un poco por eso, no me culpe por hacer algunos chistes de señora grande.
Se me hizo eterno, estimado. Lo corto ahora, así me voy a disfrutar del sol peronista.
Tenga buena semana.