¡Estoy de vuelta, amigo lector! Qué cosa maravillosa dejar de lado por una semanita toda esa cocaína adulterada que es la política argentina. No nos engañemos, estimado, porque nosotros somos como el entrevistado que se fue a consumir apenas terminó la nota: sabemos que esto nos mata, pero ¡cómo nos gusta!.
Es muy loco, porque esta semana que no me dediqué a seguir la política al final pasó de todo. Nada de alto vuelo, porque no podemos esperar más que cuchuflitos de una clase dirigente marca pindonga, pero igual hubo muchas cosas con las que nos podríamos haber divertido un rato. Ya que todo está caro, con eso por lo menos nos divertíamos barato.
Estaba ahí, tratando de seleccionar un tema entre tantos, cuando pasó lo mismo de siempre: llega algún compañero enrolado en el kirchnerismo y hace todo lo que sabemos que hacen siempre y que niegan desde el discurso. Es increíble, pero casi que lo mejores ejemplos de todo lo que combaten lo tienen en sus propias filas. Como el peronismo, bah.
Resulta que ayer a la mañana todo el mundo estaba hablando de un ignoto personaje por su accionar violento. Si a un libertario le dicen «kirchnerismo + violencia» automáticamente va a salir con que son todos terroristas, montoneros, abortistas y lo que sea que entienden que puede ser el uso de la fuerza por parte de «los comunistas» (lo tengo que escribir así para reírme un rato del nivel de analfabetismo político de los groupies del peluca Esquizei).
La cosa era mucho más berreta que imaginarlos acopiando fusiles para una revolución proletaria a realizarse en jornada de 30 horas semanales de trabajo porque son todos ñoquis y no le ponen el cuerpo a nada que demande esfuerzo. Al final no había nada de nombres de guerra, táctica subversiva ni guerra de liberación, todos se trataba de un simple cuatro de copas que se sintió con algo de poder para maltratar a una empleada de colectivos.
Es increíble el nivel de deterioro que viene sufriendo la épica kirchnerista, estimado. Pasamos de un D’Elira que metía miedo y liquidó de un sopapo a un ruralista para poner retenciones móviles, a un señor pegándole un golpecito a una chica porque no llega el móvil y tiene miedo de no retener líquidos. Es tan graciosa esa decadencia que eñhasta da lástima, casi que al punto de pedir que no lo muestren más.
Todos sabemos que está mal la violencia de género, que no se le pega a nadie y que todos tenemos los mismos derechos. Bah, por lo menos eso suponemos, así como es de suponer que el presidente de la Liga Argentina de los Derechos Humanos va a ser respetuoso de los derechos humanos. Pero no. Para variar, el tipo muestra que los que declaman eso terminan siendo argentinos que se dicen derechos y humanos.
Le repito, estimado: el espectáculo es patético. Un señor mayor, blanco, calvo y gordo, maltratando a una señorita porque hace mucho que espera el colectivo. Yo sé que no todo es lo mismo, pero bien que cuando Aerolíneas te patea el vuelo se supone que hay que comérsela con gusto porque es una empresa de bandera. A la mina del mostrador, una cachetada; a los impresentables que juegan a los avioncitos, más subsidios para que se emocionen buscando vacunas y trayendo vodka de contrabando para los amigos.
Es que al final, querido lector, todo se resume a las bondades de ser del palo, ¿o no? ¿Te hacen una denuncia por contrabajo? Licencia en el Senado y silencio (yo quería poner violín o violoncello, pero me dijeron que sonaba muy fuerte, así que supongo que prefieren contrabajo, aunque en realidad es más grave).
¿Tenés por hobby emplear en negro y ofrecer puestitos en el Estado para tratar de arreglar una deposición grande como una casa? Te mantienen en tu cargo como presidenta de organismo de lucha contra la discriminación. Todo termina siendo una joda que pagamos los que sabemos que las dos cosas están mal, sin andar señalándoselo a otros por ahí.
Es increíble la manera en la que convirtieron a todas las causas nobles en un refugio de arribistas y ventajeros, que igual andan caminando de acá para allá con el banquito abajo del brazo, cosa de llegar a cualquier lado, subirse al pedestal, estirar el dedito y empezar a decretar que su moral es superior y que ellos conocen lo que son la verdadera desigualdad, la verdadera explotación o la verdadera injusticia. Eso sí, cuando meten la pata siempre van a encontrar formas de justificarse, van a de ir que fue un hecho aislado o que peretenecen a algún grupo minoritario que ha sufrido algún tipo de discriminación que justifica que sean todo aquello que dicen aborrecer.
Este José Schulman es uno más en una amplia red de segundones que llegaron a tener una pequeña cuota de poder a través de un gobierno cuyo mayor rasgo distintivo es haber expulsado siempre a los tipo que eran líderes. Por inseguros o por defender ideas que en el fondo saben equivocadas, siempre se dedicaron a expulsar a los que podían emerger y señalar los defectos. El resultado, amigo lector, es un festival onanista entre gente demasiado ensimismada como para darse cuenta de que se les está pasando su momento en la historia, lo que los deja en evidencia cuando hacen este tipo de cosas que hicieron siempre por sentirse poderosos.
Ya me tengo que ir yendo, amigo lector. Muy contento del regreso, me viene a la mente una última reflexion: en un club en el que la patearon afuera la primera vez que tuvieron una oportunidad, es un misterio por qué todos creyeron que ahora iban a ser terribles goleadores.
Tenga buena semana.