Reparar el daño

Al recorrer en un bote inflable el tramo del río que atraviesa la ciudad de Córdoba, el documental “El grito del Suquía”, disponible en YouTube, testimonia la corrosión que sufre esa corriente de agua y rescata a quienes trabajan para mitigar las consecuencias de tanta desidia.

Por J.C. Maraddón

Cuando vemos superproducciones hollywoodenses como “Don’t Look Up”, que plantean la hipótesis de una catástrofe planetaria producto de la colisión de un asteroide gigante contra la Tierra, nos conmovemos y lo tomamos como una denuncia afilada contra la indiferencia con la que asumimos la posibilidad de un apocalipsis inminente. En ese filme se patentizan algunas conductas patológicas, tanto de la clase dirigente como de los ciudadanos comunes, a quienes la sobreinformación les ha atrofiado la capacidad de separar lo importante de lo accesorio. Y eso que se expone en la ficción, ha sido una constante a lo largo de los casi dos años que llevamos ya lidiando con la pandemia.

Sin embargo, pareciera mucho más difícil adquirir la conciencia suficiente para dimensionar la magnitud de la agresión que le propinamos a nuestro medio ambiente, no por dejarlo librado al choque con un cometa, sino al agredirlo a través de conductas reñidas con el sentido común. Si en vez de asustarnos tanto por eventos astronómicos que están fuera de nuestro alcance, nos preocupásemos por modificar las costumbres que van en contra del equilibrio ecológico, seguramente conseguiríamos extender la esperanza de vida de ese hábitat que vamos destruyendo día a día con nuestras propias manos.

Tendemos a pensar que el tratamiento de la basura es algo que no nos atañe, ya que nos limitamos a meter los desechos en una bolsa y sacarlos para que los lleven, en el mejor de los casos. Y para los privilegiados que poseen una conexión cloacal, lo que ocurre en esos conductos subterráneos una vez que trasponen los límites del hogar es un asunto que le concierne al estado y sobre el que no hace falta ejercer ningún tipo de control. Son estos presupuestos los que terminan haciéndonos cómplices de un deterioro ambiental que ya es catastrófico.

El agua, como elemento clave para la subsistencia, es la que más sufre los efectos de esta cadena de la desidia, porque tanto la que circula en las napas como la que fluye sobre la superficie, está sometida a una degradación que roza lo criminal y, por si esto fuera poco, encarece los procedimientos que permiten hacerla útil para el consumo humano. Pero, a pesar de las advertencias, además de contaminarla de todos los modos posibles, la derrochamos como si fuese inagotable. Y de esa manera sentenciamos nuestra propia suerte y la de las generaciones que vengan por delante.

Cobijado en la idea de recorrer el tramo urbano del río que atraviesa la ciudad de Córdoba en un bote inflable, el documental “El grito del Suquía”, disponible en YouTube, es en realidad un testimonio de la corrosión que sufre esa corriente de agua y de las personas que, de forma anónima, trabajan para mitigar las consecuencias de tanta inacción. El volcamiento directo de aguas servidas y la profusión de basura en sus márgenes y en su cauce, son los principales arietes de la agresión que sostenemos desde hace décadas contra ese torrente que, al desembocar en el Mar de Ansenuza, es ya un flujo de desperdicios bajo la apariencia de un río.

El propio Andrés Dunayevich, director del filme, opta por poner proa hacia el este desde Villa Warcalde, para mostrarnos desde una perspectiva distinta esa urbe que bordea el Suquía y lo fustiga como vecina intratable. Testigos añosos, que nos recuerdan el tiempo en que esas márgenes carecían del hedor que hoy las invade, apuntan cuán rápida ha sido la faena humana que corrompió el entorno natural hasta desaparecerlo. Y los expertos alertan que, aun si se pudieran revertir esos constantes maltratos, llevará mucho tiempo reparar el daño que ya hemos hecho.