Por Javier Boher
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Aunque existe un debate sobre la forma en la que se percibe el tiempo según la edad o la situación de vida de cada persona, en Argentina parece ser mucho más fluido, como si no fuese una dimensión más de la realidad. Da la sensación de ser moldeable a las necesidades de cada uno.
Por esas maravillas del lenguaje, se puede decir que el año pasado fueron las elecciones y que el año que viene habrá elecciones de vuelta. Eso, que hace parecer que el evento pasado es lejano y que el que se espera a futuro es cercano, esconde un hecho innegable: han pasado apenas tres meses del turno electoral previo y faltan más o menos 18 para el próximo turno nacional. Sin embargo, allí la magia de “el año que viene” nos cambia la percepción sobre ello.
Esa lejanía objetiva de las elecciones contrasta con la histeria que se ha desatado en los partidos políticos respecto a las candidaturas que podría presentar cada espacio. Aunque todos los dirigentes políticos que quieren hacer carrera se trazan un camino mental sobre qué hitos deberían ir alcanzando en cada momento, empezar a discutir lugares en las boletas cuando aún hay que pasar el invierno es demasiado apresurado, especialmente en nuestro país.
Por supuesto que la realidad en cada nivel electoral no es la misma ya que las fuerzas con chances y las dinámicas internas de cada una son diferentes.
A nivel nacional el panorama es más claro, al menos respecto al cronograma electoral. Salvo de mediar una situación de fuerza mayor como lo fue el coronavirus el año pasado (ahí va de nuevo la magia del acortamiento temporal) la ley establece que recién en agosto de 2023 serían las PASO y en octubre las generales. Ese horizonte de previsibilidad ordena las expectativas de los jugadores, que se manejan con mucha más cautela.
El alboroto oficialista corresponde a que es una coalición ecléctica, cuya argamasa depende de una figura que no puede mantener a todos unidos sino todo lo contrario. Algo parecido ocurre en la oposición con Mauricio Macri, una figura incómoda para los que ya se quieren anotar como candidatos.
El hecho de que Alberto Fernández haya sido ungido apenas tres meses antes de su triunfo en las PASO debería servirles para reducir la histeria y entender todo lo que falta para volver a las urnas. Pese a ello, todos señalan que deben ordenar sus filas porque “las elecciones son el año que viene”.
A nivel provincial la situación es diferente. El hecho central que parecen olvidar muchos de los que ya se empiezan a probar el traje del gobernador es que es él quien conserva la potestad de elegir la fecha para concurrir a las urnas, que seguramente despegará lo más posible de las elecciones nacionales.
No se trata solamente de que se vota con distintos instrumentos (boleta partidaria en la nación, boleta única en la provincia y en la ciudad), sino también de que 2021 sirvió para dejar en claro que es imposible provincializar una elección nacional. Nadie puede ganar un partido desde la tribuna.
Aunque la ley establece que las elecciones provinciales deberían realizarse hasta 180 días antes de la finalización del mandato, el antecedente de la suspensión de dicho artículo en 2019, sumado a la abrumadora mayoría en la Legislatura, hacen pensar que se podrían adelantar para cuando resultaren convenientes.
Incluso si adelantara las elecciones a marzo -como se rumorea en ciertos círculos- estaríamos hablando de más de un año hasta entonces. Para ponerlo en perspectiva pensemos en cuántas cosas pasaron desde que en enero de 2020 Ginés Gonzalez García dijo que el coronavirus no llegaría a la Argentina hasta que en marzo de 2021 estábamos debatiendo si debía haber clases presenciales tras un año de pandemia. Una eternidad.
A nivel municipal es donde mejor se aprecia la histeria, quizás porque es donde algunos creen ver el inicio del camino para forjar su carrera política. Portadores de apellido, diligentes secretarios, jóvenes vehementes, financistas de campañas, todos creen merecer su chance para candidatearse. Hacen correr versiones por los pasillos y fantasean en grupos de whatsapp sobre todo lo que harían de ser intendentes, aunque algunos apenas viven de la política porque la militancia siempre paga la constancia.
La decisión sobre la fecha recaerá, nuevamente, en lo que le resulte más conveniente a Hacemos por Córdoba sobre la misma base que para el caso provincial. Algunos incluso piensan en que pegar las elecciones municipales y provinciales sería un riesgo, porque alentaría la unidad de una oposición con muchos nombres y debilitaría a un oficialismo un poco más lánguido.
En ese escenario asoma como una posibilidad la doble candidatura de quien a priori aparece con el grueso de las chances para encabezar las boletas de Hacemos por Córdoba a los tramos ejecutivos. Sería una situación similar a la que le permitió a la extinta Unión por Córdoba hacerse con la intendencia y la gobernación en 1999, pero con Llaryora buscando primero la reelección y luego la gobernación. Este hipotético escenario, por supuesto, no aplaca las aspiraciones de muchos otros.
Como bien señalan los que se apresuran por ser candidatos, 2023 es el año que viene, aunque es difícil asegurar que está a la vuelta de la esquina. Queda todo un 2022 que demandará buena muñeca para la gestión por lo delicado de los números de la economía. Quizás haya allí un indicio sobre quiénes son los verdaderos histéricos por definir candidaturas.