Por Felipe Osman
Si las legislativas nacionales plantearon una situación incómoda para los caciques territoriales del peronismo en año pasado, las internas del partido prometen sostener esa tensión, al menos, durante el primer trimestre de este año.
En ese contexto, el discurso de no confrontación que Martín Gill mantiene con el Centro Cívico es un bálsamo para el lote de intendentes alistados en las filas del Frente de Todos, porque les permite evitar roces con el schiarettismo. Aunque como contrapartida, el fin de las hostilidades entre el oficialismo nacional y las autoridades provinciales también podría traer aparejada una merma en la atención que los jefes comunales reciben de la Casa Rosada.
Con la salida de Carlos Caserio de la Cámara Alta, tras haber recuperado El Panal ese escaño para Alejandra Vigo, y tras el regreso obligado de Gill a la Intendencia de Villa María (por no contar con los votos necesarios para extender su licencia en el Concejo Deliberante de la ciudad) y su consecuente salida de la secretaría de Obras Públicas de la Nación, los intendentes alineados con el Frente de Todos temen que sus interlocutores con el gobierno central hayan perdido ascendencia en Buenos Aires.
Desde luego, Gill sigue siendo un expectable para la Casa Rosada. Es, con claridad, el albertista mejor posicionado en la provincia. Y conserva vínculos con las autoridades nacionales en general y con la cartera de Obras Públicas en particular. Pero los jefes comunales entienden que la pérdida de cotidianeidad en el trato de sus interlocutores con los miembros del gabinete nacional traerá consecuencias. Y quisieran evitarlo.
El reciente viaje del villamariense a CABA con una decena de intendentes buscó llevar tranquilidad a la tropa y demostrar que los fieles seguirán contando con la contención del oficialismo nacional. Hubo, por ejemplo, un compromiso expreso del Juan Zabaleta, ministro de Desarrollo Social de la Nación, de que la asistencia social que brinda el gobierno nacional a sus distritos se mantendrá sin mermas. Aunque esa no es la única preocupación de los intendentes, que no dudan de la continuidad de las obras que se encuentran en ejecución, pero temen no poder sellar nuevos compromisos con la cartera que conduce Gabriel Katopodis.
Los jefes comunales alineados con el ex secretario de Obras Públicas quieren que Gill empiece a caminar la provincia con traje de candidato a gobernador. Saben que en Buenos Aires ven con buenos ojos una candidatura del villamariense y creen que no habría mejor manera de captar la atención de la Casa Rosada que volviendo a echarlo al ruedo.
Es lógico. Si Gill empezara a moverse como un candidato sería de esperar que desde le nación pusieran a su disposición los recursos necesarios para apuntalar sus expectativas. Como contrapartida, Balcarce 50 contaría con una carta importante para presionar al Centro Cívico en el Senado y en Diputados. Como se sabe, las cámaras legislativas serán el escenario de batallas cruciales para el oficialismo en lo que resta de su mandato, y la composición que las legislativas dejaron en el Congreso no es en absoluto holgada para el Frente de Todos.
Hasta donde se sabe, Gill no estaría en desacuerdo con proyectarse como una alternativa hacia el 2023, pero seguramente habrá distintas opiniones respecto del timming con que conviene lanzarse hacia ese objetivo.
Por lo pronto, el Frente de Todos mantiene en Córdoba una línea discursiva asentada en tres ejes: lograr que se apruebe un nuevo presupuesto como condición necesaria para avanzar en un acuerdo con el Fondo Monetario, respaldar los movimientos del Gobierno Naciones en esa renegociación y mantener los cuestionamientos hacia la gestión económica de Mauricio Macri, buscando minimizar los costos que un virtual acuerdo pueda traer aparejados. Ninguno de ellos plantea una confrontación directa con el Centro Cívico.