Por Javier Boher
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Las noticias se apilan unas sobre otras, se multiplican los relatos y se contradicen las opiniones. No hay una línea recta de conducta que siente precedentes como para esperar cierto accionar por parte del gobierno, a la vez que las internas se manifiestan cada vez que pueden. Al excesivo ruido de la política cotidiana se le suman las interferencias de la falta de rumbo.
Quien tiene el timón, aunque insiste en negar ese lugar cada vez que la dejan escribir una carta, es la vicepresidenta. Nada ocurre sin su bendición y si ocurre, nada queda sin respuesta. Es la que decide qué va a pasar, a quiénes se va a perdonar o contra quiénes hay que emprenderla. A esa situación de que el presidente no sea el hombre fuerte del partido los franceses la resolvieron con su semipresidencialismo. Tal vez aquí el problema es que la mujer fuerte no quiere asumir la conducción.
El presidente es apenas un pequeño objetor. Decir que es uno “de conciencia” es tal vez exagerar un poco sus motivaciones. Basta con decir que lo hace apenas como el armador que antaño supo ser. Sabe los riesgos de las movidas de Cristina, preso como está de sus palabras. Quizás lo que mejor muestra la poca estatura que tiene para ejercer la presidencia es el uso que hace de los atributos, como el pariente pobre que le va a cuidar la casa al pariente rico.
Por debajo de eso están los que pretenden en algún momento seguir en la línea de sucesión. Sergio Massa y Máximo Kirchner, dos personajes que nunca han podido hacer nada de lo que se propusieron, teniendo éxito pura y exclusivamente dentro de una estructura traccionada por la vicepresidenta. Alguna forma de alternancia habrán negociado para el regreso del tigrense, pero también hay mucho de rapiñar los recursos del Estado. La familia y los amigos de Massa medran en entes autárquicos y empresas públicas, bien pagados por los contribuyentes.
La organización que encabeza el heredero del clan Kirchner es la pata fuerte, una Coordinadora con capacidades especiales. Incapaces de administrar nada con algo de eficiencia, reducen todo a la épica setentista y al “yo me banqué la dictadura” de Cabandié, que maneja uno de los presupuestos más grandes del país y mientras había incendios activos en nueve provincias argentinas sólo se le ocurría prohibir el fuego.
Otro ejemplo es el de la ex nuera de Cristina, Luana Volnovich, la del viaje al Caribe. Al regreso, la solución fue echar a su pareja, el número dos del PAMI. ¿Qué pasaba si se tomaba esa decisión respecto a la pareja de un ministro? Seguramente las sororas, por ser del palo, también hubiesen callado. Nadie puede embestir contra la orga del heredero ni cuestionar las decisiones para “no hacerle el juego a la derecha”.
Martín Guzmán anda tratando de convencer al mundo de que todo eso que es noticia en Argentina no va a dificultar nada de un posible acuerdo con el FMI. Mientras el país elige jugar con los malos del mundo, mandan a el único ministro con algo de imagen positiva en el exterior a poner la cara frente a la potencia con la que hoy esos aliados criollos están tensando relaciones.
Mientras le piden responsabilidad a la oposición “que se la fugó toda” para cerrar un acuerdo sostenible en el tiempo y que involucre a todos los actores, son incapaces de presentar un programa económico medianamente creíble. No importa si después no se puede cumplir porque venga una nueva pandemia, Marte tenga ascendente en tauro o el Cucú de Carlos Paz se trabe y no salga. Hace falta algo sobre qué acordar, lo que es responsabilidad del gobierno.
La situación económica se agrava y la única respuesta del gobierno es insistir con medidas que no han dado resultado nunca a lo largo de la historia. ¿Sube la inflación? ¡Más congelamiento de precios! ¿Faltan dólares? ¡Más cepo y cierre de exportaciones! Todo el tiempo las mismas cosas que no andan, mientras las expectativas de inflación para este año ya se ubican alrededor de las tres cifras. Es un prolongador lleno de nudos al que se lo sigue enredando bajo el pretexto de que se está tratando de desatar sus nudos.
Todos los que están en el gobierno están arriba del mismo barco. Mejor, arriba del mismo avión. Todos van al mismo lado, aunque no saben muy bien hacia dónde. Dicen tener las mismas convicciones y defender los mismos valores. Pero todos saben que no es tan así. Pegarse a quien ganaba las elecciones, eso sí tienen en común.
“¿Alguien más conoce a Gabriel Pasternak?”, pregunta el personaje de Darío Grandinetti en “Relatos Salvajes” cuando se da cuenta de que es demasiada casualidad que coincidan algunos conocidos del susodicho. Resulta que es el comisario de a bordo y el que las ingenió para hacer subir a todos los que alguna vez lo molestaron o hirieron. Cuando se dan cuenta ya es tarde: los lleva a todos a pique hacia el colapso.
No se dieron cuenta todavía, pero a todos los subió Cristina. Parece que los ruidos internos no los dejan escuchar el ruido del fuselaje de un avión que se sigue yendo a pique. ¿Acaso nadie acá conoce a Cristina Fernández de Kirchner?.