Cómo dejar de ser oposición en diez días

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

No es novedad aquello de que construir una buena reputación lleva una vida, mientras que destruirla puede llevar apenas un par de días. Tal vez es por aquello de que las malas noticias corren más rápido que las buenas, pero la realidad indica que sostener una buena imagen es mucho más difícil de lo que parece.

El proceso de construcción de una oposición al kirchnerismo llevó años. Incluso se puede hablar de más de una década, habida cuenta de que en el próximo turno presidencial estaremos llegando a las dos décadas desde que Néstor Kirchner entró en la Casa Rosada.

Los primeros años fueron duros. La hegemonía kirchnerista se completaba con el coro de defensores “del modelo económico”, como recordarán todos los que vieron la concentración del 60% de los votos entre Cristina Kirchner y Roberto Lavagna en 2007, dejando a la oposición pura en los apenas más de 30 puntos que consiguieron Elisa Carrió y Alberto Rodríguez Saá.

La novedad de aquel año 2007 fue que Mauricio Macri llegó a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires después de su exitoso paso por Boca Juniors. Parecía un dato menor en una Argentina todavía muy fragmentada políticamente.

2008 trajo la crisis del campo y 2009 la derrota legislativa ante Francisco De Narváez en provincia de Buenos Aires. El kirchnerismo se reinventó, sepultó la transversalidad y apuntó sus esfuerzos a conquistar al peronismo bonaerense, primero, y al nacional, después. Eso le trajo aún más problemas a la oposición.

El radicalismo venía golpeado de su coqueteo con el kirchnerismo, las fuerzas de centroizquierda eran aspiradas por el kirchnerismo y las de derecha se licuaban en opciones minoritarias. A partir de entonces todo fue una pelea entre fuerzas progresistas, que tocó su techo en las elecciones del 2011, cuando la oposición juntó 45% de los votos, pero fragmentada en media docena de partidos que proponían un progresismo con un perfil más ético.

A partir de entonces, imposibilitado de ir por un tercer período, la figura de Mauricio Macri empezó a crecer. Era “La Derecha”, ese espacio imaginario responsable de los males de los 90’s, pero también era una cara nueva (pese a sus más de diez años de carrera política) en el tablero electoral.

En el camino logró juntar a parte de UNEN, aquel espacio progresista que fracasó tras las elecciones de 2013 y se dividió entre los dos grandes bloques mayoritarios que persisten hasta hoy. Con esfuerzo se sumaron los siempre complicados radicales con la explosiva Carrió, asumiendo cada pata el rol que le correspondía a esta nueva alianza que debutaría, con éxito, en 2015.

Su gestión no fue tan buena como esperaban algunos, por lo que el kirchnerismo retomó el poder desde 2019. Las negociaciones se complicaron por las aspiraciones de un radicalismo que cada vez es más chiquito, aunque todavía le quedan edificios grandes, como la Casa Radical en pleno centro de Córdoba.

La confianza que la gente disconforme depositó en ellos hace apenas cuarenta días entró profundamente en crisis hace poco más de una semana. Pese a una victoria inicial en la votación por el presupuesto, el resto de las noticias de la oposición han sido pálidas.

Primero, el papelón circense de De Loredo, Lousteau y los renovadores, que se presentan como una evolución del radicalismo pero mantienen las mismas mañas de los sexagenarios que comandan. Pegadito a ello, dentro del mismo espacio, el caso de la diputada ausente por su viaje a Disney.

Anteayer se sumó la votación por habilitar las reelecciones indefinidas para los intendentes en Provincia de Buenos Aires (más allá de los tecnicismos según los cuales esto era para subsanar un error en la norma que se derogó). Acá en Córdoba, en la capital del antikirchnerismo, una fragmentación absurda por la habilitación del juego online, que fue descrita tan atinadamente por Yanina Passero en la edición de ayer.

La realidad indica que en apenas diez días la oposición se desdibujó por completo. La crisis de representación que se evidenció en la baja participación electoral de este año terminará alcanzando aún con más fuerza a la oposición, que hasta ahora ha aprovechado su condición de “única alternativa real al kirchnerismo”.

En el último informe del año que dio a conocer la consultora Zuban Córdoba aparece un dato claro: la gente ya empieza a decir que le gustaría votar a un candidato “liberal”. Esto atraviesa a todo el electorado, no sólo a los jóvenes antisistema que se politizan a través de TikTok. Eso es el hastío de la gente con respecto a la política, pero especialmente respecto a los políticos y sus prácticas habituales.

No quedan dudas de que la próxima elección girará en torno a un concepto tan difuso como el liberalismo, tan amplio como los que dicen representarlo. La verdadera duda es si esta oposición que ha perdido buena parte de su apoyo reconoce ese cambio y se recuesta sobre ese elemento disruptivo o si le deja servida esa posibilidad al camaleónico peronismo.

El recorrido que ha hecho hasta acá la oposición es muy largo. Ha sabido adaptarse y reacomodarse a los tiempos de cada momento, creciendo en poder político al aumentar su representación y los ejecutivos a su cargo. Dos preguntas deben hacerse ahora para mirar hacia el futuro: ¿qué queremos ser? y ¿para qué queremos ganar?. Sin definir esas dos cuestiones, esa desilusión y pérdida de confianza les facturará una sorpresa en las próximas elecciones.