Tanto hoy como ayer

En “Los años salvajes”, el disco que Fito Páez publicó hace unos días, se percibe cómo disfruta de zambullirse en temáticas y ritmos que ya supo visitar y que ahora se propone actualizar con un presupuesto de estrella y la mirada punzante que es factible gracias a la veteranía que acumula.

Por J.C. Maraddón

Entre las estrellas rutilantes de la galaxia del rock argentino, encontramos estilos muy distintos de componer e interpretar, que han ido variando a lo largo de las décadas. El caso de Charly García, por ejemplo, es paradigmático: su carrera ha sido una constante evolución, no sólo cuando integró formaciones junto a otros músicos, sino también cuando se lanzó en una carrera solista que se ha extendido a lo largo de los últimos cuarenta años y que ha sido muy variada en cuanto a sus matices sonoros, a través de diversas etapas que, si se las analiza con minuciosidad, muchas veces difieren bastante entre sí.

Similares características podemos encontrar en la trayectoria de Luis Alberto Spinetta. La impronta de su producción es tan particular que, de la misma manera que sucede con García, lo que unifica la obra es el sello que le impone el propio artista, sin que necesariamente eso se traduzca en un notorio parecido entre las canciones de los diversos periodos. De Almendra a Los Socios del Desierto, pasando por Pescado Rabioso, Invisible o Jade, el recorrido ha sido fluctuante, pero no por eso dejamos de identificar esos repertorios como spinetteanos, ni es posible jerarquizarlos en función de su supuesta lejanía o cercanía con la esencia de su espíritu creativo.

A excepción de determinados zigzagueos que se verificaron en el prometedor inicio de su periplo musical, Fito Páez ha encontrado hace al menos tres décadas una zona de confort donde se ha establecido y desde la cual dispara un álbum tras otro con la seguridad de que sus seguidores sabrán valorarlos. Como figura de un género que en los ochenta encontró en él un agente del recambio, se maneja con solvencia en la infinita tarea de seguir aportando temas que no podrían haber sido compuestos por nadie que no fuera él.

En “Los años salvajes”, el disco que publicó hace unos días, se lo escucha orgulloso de esa marca en el orillo y se percibe cómo disfruta de zambullirse en temáticas y ritmos que ya supo visitar y que ahora se propone actualizar con las bondades de un presupuesto acorde a un astro de la canción latina y con la mirada punzante que es factible gracias a la veteranía que hoy acumula. La foto de tapa, que lo muestra en sus años mozos, funciona como una referencia del largo camino andado y, a la vez, es objeto de una reivindicación de los principios que lo animaban entonces.

La salida del nuevo álbum estuvo acompañada por el video del tema “Lo mejor de nuestras vidas”, que más allá de un título que aparenta ser nostálgico, se asienta en una severa toma de posición sobre cuestiones tan actuales como el lenguaje inclusivo, la omnipotencia del mercado y el veganismo. Luego de haber escrito versos que expresaban la opinión juvenil sobre los procesos políticos y sociales del país, ahora se para desde una asumida adultez para desplegar un mensaje que en lo textual conecta con su lírica de siempre, pero que lo hace desde la perspectiva de alguien que está de vuelta, aunque luche por no perder su capacidad de asombro.

En YouTube, “Lo mejor de nuestras vidas” lo pinta como una rock star continental que se da con el gusto de grabar en Estados Unidos junto a los mejores cesionistas, en estudios soñados, pero que al mismo tiempo no se desentiende de lo que pasa en Argentina y de influencias locales como la del Flaco Spinetta. Algunos lo señalarán como un defecto y otros como una virtud, pero “Los años salvajes” consigue conjugar el presente, a pesar de que podría encajar en cualquier otro momento de la discografía de Fito Páez.