Por Javier Boher
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Mucho se habla siempre del peso económico y productivo de la franja central del país, una región informal que algunos han dado en llamar “Centralia”. Esa franja es la que se mantiene sistemáticamente teñida de amarillo en cada elección, partiendo al territorio nacional justo por el medio.
Ese espacio imaginario de prosperidad ha decidido hace ya un tiempo darle la espalda al gobierno nacional y sus propuestas. Lo que empezó siendo apenas una tendencia urbana y de clase media con autopercepción de empobrecimiento se fue convirtiendo en algo mucho más extendido por las provincias del centro del país.
Las políticas con las que el kirchnerismo estrechó vínculos con el conurbano bonaerense y las provincias pobres del norte sirvieron para romper los lazos existentes con el otro extremo. El afán oficialista de parapetarse en una franja rodeando la Capital Federal a modo de asedio para ocupar el distrito más opulento del país significó perder todo lo que se encontraba fuera de ese anillo, pero con las mismas aspiraciones de riqueza que la de los porteños.
El primero en darse cuenta de ello -y aprovecharlo en su beneficio- fue Mauricio Macri. El expresidente tejió una red de alianzas con heridos del peronismo, incluso con algunos que supieron abrevar en el kirchnerismo, como Emilio Monzó. Fue tejiendo, pacientemente, un armado electoral con el que triunfar en 2015.
A partir de allí, el desafío era consolidar una coalición que excediera lo electoral para pasar a lo programático y a la gestión. A los tumbos lo fueron logrando, pese a la derrota de 2019. Allí se descubrió la placa conmemorativa de la fundación de la región de Centralia, cuando en el tour despedida el ex presidente Macri concentró sus esfuerzos en recorrer el interior de esas provincias , trabajando por aglutinar una identidad colectiva que le sirviera de sustento en su proyecto político (independientemente de su eventual candidatura en 2023).
Pero… la tierra no vota. Ese mapa pintado de amarillo es engañoso, por cuanto la concentración demográfica en algunos sectores del territorio choca con la despoblación en otros. Minas, Pocho y Sobremonte, por ejemplo, con toda su población no llegan a la cantidad de habitantes necesarias para ser ciudad. Sin embargo, su extensión es mayor que la de la ciudad de Córdoba, que tiene alrededor del 40% de la población provincial. Para que esa tierra se convierta en política hacen falta otras cosas.
Desde la semana pasada se viene hablando de la intención de los senadores electos por las provincias de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos de armar una alianza parlamentaria en defensa de los intereses de la región Centro, una experiencia que casi no ha pasado de una mera declaración de intenciones.
Aunque su andamiaje institucional es bastante más sólido que el de otras regiones, su actividad es muy limitada. Su principal obstáculo es, quizás, la estrechez de miras para entender que los destinos de los tres distritos están atados. Sacando la realidad de las provincias petroleras de la Patagonia o el Cuyo tradicional, probablemente no haya provincias más parecidas en su estructura productiva y su conformación poblacional que estas tres.
La iniciativa de Juez, Frigerio y Losada esconde, seguramente, una doble intención. Como todos los políticos, invierten la máxima del peronismo: primero están los hombres, después el movimiento y, en último lugar, la patria. Seguramente la voluntad de pelear por la gobernación (una fija entre los caballeros, una posibilidad para la dama que sorprendió ganando la interna) los empuje a una alianza más allá de cada distrito, fortaleciendo una posición política conjunta.
Es sabido que el frente interno puede ser tanto o más duro que el externo. Con un kirchnerismo y un peronismo debilitados, consolidar una victoria en el espacio que se integra y alinear a los derrotados es una condición fundamental para los que se impusieron en estas últimas elecciones de medio término.
Aunque la tierra no vota, lograr representarla conjuntamente en el Senado fortalecería las aspiraciones personales de los aludidos. En el caso de superar el estadio declamativo la iniciativa empujaría al resto de las fuerzas políticas a tejer alianzas interjurisdiccionales en ese sueño regional inconcluso que se inauguró con la reforma constitucional de 1994.
Juez lleva casi quince años buscando ser gobernador. Frigerio recién ahora parece decidido a buscar algo para lo que hace tiempo lo están convocando. Losada demostró una ambición que probablemente vaya ligada a la irreverencia de los que no creen en las vacas sagradas partidarias. Los tres necesitan consolidar sus posiciones internas para ganarse la chance de pelear por una representación ejecutiva de sus territorios ahora que ganaron (al menos Juez y Losada) contra los que llegaban con la bendición oficial.
La renovación dirigencial (siendo generosos con un Luis Juez que siempre fue parte de la clase política) es una condición fundamental para que las coaliciones políticas prosperen, derrotando a las viejas y anquilosadas estructuras de los carcamanes que creen tener un monopolio sobre los sellos partidarios. Si eso, además, habilita al surgimiento de una nueva etapa de relevancia política en institucional para las provincias que nos encontramos en la franja central del país, mucho mejor.