Por Javier Boher
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La licuación del poder oficialista parece acelerarse a medida que se va licuando el poder adquisitivo de la gente. Aunque desde las filas del Frente de Todos insisten en culpar a los medios, nunca sería más acertado aquello de “matar al mensajero”. Los desaciertos en la gestión del gobierno son la principal causa de su pérdida de popularidad.
El aumento del precio del dólar blue o del riesgo país marcan una pauta del nivel de confianza de los argentinos en aquellos que toman decisiones. Las imágenes de las colas en consulados europeos son un indicio de la voluntad de varios argentinos de buscar un futuro mejor -o al menos más tranquilo- en otras tierras. Cada escena remite a un pasado que no es tan lejano para los que tenemos más de 35 años, pero que es una novedad para los que aún no llegan a esa edad.
Nadie puede decir que no sabía lo que se venía. Si la receta que sepultó las chances de Daniel Scioli en 2015 era la de la intervención estatal y la excesiva regulación de la economía, sólo un despistado podía esperar otra cosa distinta a lo que se está viendo.
La brecha cambiaria, los más de diez tipos de cambio existentes, el congelamiento de precios y el desabastecimiento son el resultado lógico de tomar medidas que ya fallaron en estas mismas tierras desde la época del primer peronismo. El analfabetismo económico de personas tituladas en la materia debería hacernos replantear seriamente el nivel de formación que se recibe en las casas de altos estudios.
El estado de preanarquía que se vive en amplias zonas del país es una señal de alerta que está emitiendo Cristina Fernández a los que dudan de mantenerse fieles a la causa. Con un peronismo atomizado, sin nadie dispuesto a erigirse como líder y enfrentarse a la conducción familiar del clan Kirchner, el futuro parece atado a la voluntad de una nueva versión del bombero pirómano que encarna la vicepresidenta.
Las tomas de tierras no ceden en ningún lugar del país, e incluso recrudecen allí donde se encuentra la adhesión más fanática al proyecto nacional y popular. La zona de la patagonia andina, parte del conurbano bonaerense y algunos territorios del norte del país se encuentran peleando contra el avance de los usurpadores, que motivó incluso que organizaciones de la sociedad civil empiecen a organizarse para ejercer las tareas que debería asumir el Estado, un costo que ya Thomas Hobbes describió en el Leviatán.
El anuncio de Roberto Feletti de que se podrían congelar los precios de los medicamentos es un tirón de orejas que sonó como amenaza a los financistas que hoy dudan de apoyar al gobierno. La historia argentina es pródiga en episodios de supuestas intervenciones de los laboratorios en contra de los gobiernos que no les dieron un trato preferencial para desplegar sus negocios.
El consenso corporativista que hay entre la inmensa mayoría de los dirigentes políticos argentinos -por esa errada idea de que es mejor negociar con las cabezas que esperar los resultados de la competencia y la libre asociación entre las personas- hace que este tipo de prácticas no desaparezcan.
En una comunidad política organizada a cada uno le corresponde una función para mantener a flote al colectivo que gobierna. Si la conducción la ejerce quien tiene en una mano un fósforo y en la otra una manguera, no hay que esperar estabilidad, sino un incendio o una inundación que sigan arrasando con todo.