Nada más peronista que catar peronismo

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

Hay identidades políticas más o menos definidas en el país. Aunque pueden variar entre latitudes, a nivel nacional existe un caudal esperado para cada fuerza. Peronistas y antiperonistas son los dos polos que cambian de nombre y de partido en cada elección, pero que permanecen firmes a través del tiempo.

Todos saben que el antiperonismo, una vez unido, se ubica alrededor del 30% de los votos. El peronismo, por su parte, tiene un piso de 40%. No pueden gobernar juntos, pero tampoco solos. Necesitan del apoyo del 30% restante, el de pocas convicciones políticas y mucha flexibilidad en cada elección.

Ese centro puede ser algunas veces de uno y otras veces de otro, porque también tiene algunos trazos gruesos sacados de uno u otro polo. Lo cierto es que, en tiempos en los que “género fluido” es una expresión de moda para designar a los que algunas veces se sienten hombre y otras veces se sienten mujer, hay una “política fluida” por la que algunas veces pueden cambiarse sin problemas entre polos ideológicos.

Lo que es una constante es que hay una especie de sentido común según el cual hay algunos límites que no se cruzan. Quizás por eso siempre se condenan ciertas expresiones desde un bando, pero se perdonan cuando parten del espacio propio. El relativismo político según el cual al amigo se le perdona todo, mientras al del otro lado no se le da ni justicia.

Con la finalización del mandato de Mauricio Macri cayó el dogma de que sólo el peronismo puede gobernar. Ahora derrota del peronismo unificado en las últimas PASO puso en dudas ese piso histórico del justicialismo, especialmente por la caída en la provincia de Buenos Aires. Tal vez lo que cambió no fue la existencia de ese piso, sino que los que quieren representarlos en realidad se han corrido de un espacio que efectivamente pueda hacerlo.

Por eso ahora ha aparecido una colección de sommeliers de peronismo que, con el peronómetro en la mano, salen a decidir si los que hablan como peronistas, llevan los colores del peronismo, usan el escudo del peronismo y ejercen la conducción del Partido Justicialista son efectivamente peronistas. Todos sabemos que no son peronista, como ya antes hubo tantos otros que no lo eran.

A ese rol lo ha cumplido históricamente el compañero Julio Bárbaro, que con su título de politólogo y su larga militancia peronista ha sabido convertirse en un habitual comentarista sobre este fenómeno, casi como si lo sentaran en las mesas de los programas políticos a la espera de que diga que “esto no es verdadero peronismo”.

El carnet de peronólogo requiere que el catador se refiera a sí mismo como “peronista de Perón”, carta blanca para cuestionar desde el purismo doctrinario todas las desviaciones que, sin embargo, le permitieron al Partido Justicialista gobernar 24 de los 38 años que llevamos desde la vuelta de la democracia.

El compañero Guillermo Moreno, quizás dolido por el escaso apoyo popular que recibió su lista, salió con declaraciones un poco más temerarias que las del hombre de la voz rasoposa. No solo sacó la tarjeta de que esto no es verdadero peronismo, sino que fue más allá al pedir la renuncia del gobierno y unas nuevas elecciones para que asuma un gobierno apto.

En el eterno doble juego de perdonar en los propios lo que les escandaliza de los ajenos, nadie del gobierno salió a repudiar los dichos del ex Secretario de Comercio Interior de Cristina Kirchner. Todos saben que es propio y es una de las caras más emblemáticas del cristinato. El silencio de los compañeros esconde en dosis parejas verticalismo y coincidencia. Aunque muchos no lo quieran decir en voz alta, no les faltan ganas de empujar a un compañero a la Rosada por la ventana de la Asamblea Legislativa, con la esperanza de evitarle al peronismo un tránsito por el ostracismo como el que le toca al radicalismo durante la mayor parte del tiempo.

Seguramente algunos de los que merodean el polo del antiperonismo se sentirán enojados por esta posibilidad con la que cuentan los que exhiben su carnet de pertenencia justicialista, un lujo que les es negado a los que no suscriben a las veinte verdades que nos legó el General Perón. La duda es hasta qué punto podemos considerar que siguen todos dentro del mismo espacio, uno que ya no define nada con tanta claridad como lo hacía hasta hace unos años.

La peronofilia ha marcado la política argentina desde la irrupción de quien fuera tres veces presidente de la nación. Eso no se diluye de un día para el otro, pero puede transmutarse. ¿Representa algo el 17 de Octubre para las nuevas generaciones, si incluso señores grandes como Bárbaro y Moreno ya no parecen muy leales?.

El peronismo seguirá siendo central, aunque todavía no podemos saber si resistirá con ese caudal tradicional de votos a su piel kirchnerista. Es que esta última versión se ha encargado de demonizar a muchos que suscriben al ideario del peronismo tradicional, católico y de derecha.

Por lo menos hay que reconocer cuando se es afortunado como para vivir en un mundo en el que sobran docentes para explicarnos qué es el verdadero peronismo y porqué éste no lo sería. ¡Qué haríamos sin peronistas contándonos por qué estos no son peronistas, tal como no lo eran los peronistas que estuvieron antes y tan distintos a los peronistas que van a venir después!.