Por Pablo Esteban Dávila
El apremiante correo electrónico de Cecilia Nicolini a Anatoly Braverman, hombre de confianza de Krill Dmitriev, el CEO de Fondo Ruso de Inversión Directa que exporta la vacuna Sputnik V, es una declaración de impotencia en toda la regla. Desnuda la desesperación de la Casa Rosada ante la falta de respuesta por la provisión del segundo componente de la fórmula y su grado de dependencia -sumisión, dirían los cultores de las teorías de la dependencia- al gobierno de Vladimir Putin en esta materia.
Bien es sabido que, ante la falta de cumplimiento de AstraZeneca con los plazos oportunamente acordados, la Argentina tuvo que salir a pasar la gorra en el mercado internacional de vacunas. Con los laboratorios estadounidenses explícitamente vedados por la desafortunada redacción del artículo 4° de la ley aprobada en noviembre del año pasado, solo China y Rusia estuvieron en condiciones de satisfacer esta demanda.
Como China tenía sus propios problemas de producción, le cupo al Kremlin colaborar con Fernández en un momento especialmente crítico. El 24 diciembre pasado y cuando muchos países ya habían comenzado a inocular a sus habitantes, un vuelo de Aerolíneas Argentinas procedente de Moscú depositó en Ezeiza las primeras 300 mil dosis. El presidente pudo respirar tranquilo: no sería el primero, pero tampoco el último en el proceso de vacunación mundial que se había iniciado.
Pero el diseño de la Sputnik V tenía un problema: la segunda dosis es diferente a la primera. Ninguna otra fórmula posee esta originalidad. Y, aunque todos supusieran que la producción de uno y otro componente se realizaría por partes iguales, el Instituto Gamaleya tenía otros planes. Así, mientras que el primero fue suministrado en cantidades más o menos razonables, del segundo no hubo noticas hasta hace muy poco tiempo. Todavía hoy su provisión se realiza a cuentagotas.
Debido a que la Sputnik fue aplicada, mayoritariamente, a personal esencial y a la población mayor de 60 años, buena parte de ambos segmentos todavía esperan la segunda dosis. Vale decir que, merced a la impericia del gobierno y la deficiente logística rusa, quienes deberían estar más protegidos se encuentran tácitamente en desventaja respecto a quienes recibieron, no obstante que tardíamente, sus equivalentes de AstraZeneca y Sinopharm.
La situación es un evidente contrasentido. Si no llegan más dosis del segundo componente de la Sputnik, habrá más gente de entre 30 y 50 años con su esquema de vacunación completa antes que los mayores de 60. La certeza de encontrarse en una situación de peligro inminente motivó el mail de Nicolini que ayer fue ampliamente divulgado tras ser desvelado por el periodista Carlos Pagni.
Sin entrar en detalles, el correo es una muestra del grado de ligereza y preconceptos ideológicos con los que se ha movido el gobierno nacional. La asesora especial del presidente le recuerda a su contacto ruso que la Argentina se jugó por la vacuna de Gamaleya cuando pocos creían en ella, recriminándole muy directamente porque no hubiera existido reciprocidad en el compromiso asumido, amonestándolo porque “¡… nos estás dejando muy pocas opciones para seguir luchando por ustedes y por este proyecto!” (sic). Casi al final y a modo de una pasable amenaza, Nicolini le recuerda que el presidente Fernández -“decepcionado” con la situación- había dictado un DNU que le permitía a la Argentina comprar vacunas de origen estadounidense y recibir donaciones de aquel origen, con potenciales aplicaciones en niños y adolescentes.
No es una pieza de Balzac, precisamente. Tampoco una intimación en regla ante lo que parece ser un incumplimiento contractual. Simplemente es un ruego para que cumplan con lo comprometido porque, de no hacerlo, sus “amigos” argentinos estarán en problemas. Y la apelación final al “cuco” de los Estados Unidos parece rememorar a la guerra fría, como si se tratase del cambio de bando de algunos de los satélites de la Unión Soviética ante la deserción de Moscú por prestarle alguna ayuda prometida.
Todo esto es más lamentable al recordar que, para la misma fecha en que arribaba el primer cargamento de Sputnik V, Pfizer tenía previsto el envío de nada menos que 14 millones de dosis al país, dada la contribución del Dr. Fernando Polack y el Hospital Militar de Buenos Aires en los ensayo de Fase III. Si no hubiera medido la absurda inclusión de la palabra “negligencia” en la ley N° Ley 27573 (un término que jamás había circulado en lo borradores originales del proyecto) la Argentina, definitivamente, hubiera estado en el top ten de los países vacunadores desde finales de 2020.
Descartar a Pfizer desde lo semántico fue una operación ideológica, amén de las sospechas sobre una posible connivencia entre el exministro Ginés González García y el empresario Hugo Sigman, productor local del principio activo de la fórmula de AstraZeneca. Desde la llegada de Fernández al poder, el país no ha hecho otra cosa que acercarse a los regímenes con peor calidad institucional del mundo. El presidente no condena a las dictaduras cubana, nicaragüense ni venezolana y llama “amigo” a su par ruso pese a los incumplimientos de Moscú al contrato de provisión de vacunas. Como frutilla del postre, José Luis Gioja define al peronismo como una fuerza afín al Partido Comunista Chino en su calidad de portavoz del movimiento nacional justicialista.
Entre el desesperado mail de Nicollini, las preferencia autoritarias del gobierno y el proto comunismo de Gioja, el único que realmente se juega por la Argentina es Joe Biden, el presidente de los denostados Estados Unidos de América. Prometió 3.5 millones de vacunas de Moderna -formuladas con tecnología ARN mensajero y de alta eficacia- y, un par de semanas después las despachó en un vuelo a Buenos Aires sin mayor aspaviento. Ningún funcionario nacional y popular fue a esperarlas, por cierto. Por ahora están almacenadas en algún galpón gubernamental a la espera de su aprobación para uso pediátrico pero, si hicieron siete meses para dictar un DNU corrigiendo una palabra, bien puede aguardarse algunos días más para que Carla Vizzotti firme el papelerío correspondiente y sean inoculadas en los anhelantes brazos de la gloriosa juventud argentina, más próxima a Washington que a Moscú al momento del pinchazo.