Para no cuestionar la propiedad hay que salir del secundario

Por Javier Boher
El Papa Francisco lo hizo de nuevo. Sumado a la onda vintage de exaltar lo comunitario, social y ancestral del comunismo -pero sin nombrarlo- aseguró que la propiedad es un derecho secundario, contradiciendo todo el orden liberal occidental de los últimos 300 años. Rencoroso, sigue cuestionando la doctrina política, social y económica que redujo el poder de la iglesia que encabeza.
La onda comunitaria alcanza también a los que están en este suelo, como el presidente que llamó elípticamente a ocupar tierras que están sin producir, o al municipio de Avellaneda que estableció una norma para expropiar terrenos sin mejoras. La propiedad es un derecho secundario, aunque parece ser un tema primario en la agenda de los diversos populismos que se dicen progresistas.
En esa movida de cuestionar la propiedad (o peor, ni siquiera considerarla tema de debate) el Papa le dio un envíón a su funcionario vaticano, Juan Grabois, una de las lanzas en el avance de de los movimientos sociales en contra de la propiedad privada.
Cualquiera podría pensar que la escalada del año pasado en el conflicto de la familia Etchevehere debería haber servido como escarmiento para evitar una nueva avanzada, pero no. Si el burro «acierta» por insistente y no por lindo, parece que lo mismo podría decirse de los negadores de la propiedad que militan en las filas del gobierno.
La idea de la propiedad como un derecho secundario nos enfrenta a la cuestión filosófica sobre cuáles serían los derechos primarios. ¿Se puede asegurar la vida sin asegurar la propiedad? Difícilmente. Los conflictos emanados de la protección de la propiedad pondrían en riesgo la vida del dueño y de los usurpadores, algo que John Locke dejó en claro hace casi cuatro siglos.
¿El medio ambiente sería anterior que la propiedad?¿La educación, la salud, la cultura? Definitivamente no estarían por encima. ¿Cuál puede ser el incentivo de la formación profesional o la preservación de la salud si tales esfuerzos no redundarían en algún tipo de beneficio tangible?.
Hasta los doctores de las diversas reparticiones científicas o académicas que adhieren al gobierno nacional pretenden que su esfuerzo intelectual se transforme en un beneficio material. Aún recuerdo a un profesor «de izquierda» que compartía imágenes de su «dacha», el nombre que recibían las casas que el comunismo soviético le aseguraba a los funcionarios del partido, mientras los obreros se apiñaban en tristes bloques de hormigón que nunca llegaban a ser de ellos.
Sería interesante ver a algún cordobés emprendedor entrar con su carro de choris a la Plaza de San Pedro, o a un puñado de feriantes vender bombachas y calzoncillos con estampados de La granja de Zenón o de Masha y el oso dentro de la Capilla Sixtina. No faltarían guardias suizos dispuestos a defender la propiedad del Vaticano por sobre las necesidades de la gente, que deberían estar por encima de las posesiones materiales de la iglesia.
Si la propiedad es secundaria, podríamos hablar de expropiar iglesias para hacer dispensarios o mercados para la comercialización del perejil agroecológico de los frustrados productores del Proyecto Artigas. Se podrían ocupar los viejos albergues de los colegios confesionales o los monasterios en los que viven monjas y curas para dar vivienda a los trabajadores de la economía popular. Quizás se podrían ocupar y lotear para vivienda social las miles de hectáreas que la iglesia tiene en la provincia de Córdoba.
Podría hacer un chiste sobre el Papa diciendo que los grandes problemas son del secundario porque los chicos es mejor si son del primario, pero sería caer en el lugar común del estereotipo (lo que tampoco lo hace desacertado).
Subestimar el valor de la propiedad es una involución social, política y económica que sólo suma ruido a una realidad argentina en la que se está debatiendo algo que en el mundo se resolvió hace tres décadas. Es como si en este país nuestros dirigentes siguieran anclados mentalmente en los años en el idealismo adolescente que aspira al paraíso del socialismo cubano, una fantasía que nunca debería salir de los años del secundario.