Por Javier Boher
javiboher@gmail.com
El lenguaje es como un organismo vivo, que crece y se desarrolla de manera dinámica. Le pertenece a todos los que lo usan, pero sin pertenecerle a nadie de manera exclusiva. El lenguaje no es inclusivo, exclusivo, incluyente ni excluyente; al respecto podemos decir que eso es concluyente.
Pese a ello, algunos adherentes a ciertos espacios políticos son insistentes respecto a cuestiones que a otros les resultan pestilentes. Esa insistencia se roba la paciencia de un electorado que ya no aguanta tanta maledicencia entre los que presumen de conocer el idioma con la prestancia de una eminencia.
Tal vez por eso, la vicegobernadora de Chaco, al presentar su guía para una comunicación no sexista, cayó en un burdo uso del lenguaje que demuestra su estulticia. Al agradecerle a su equipo, no se olvidó de agradecerle también a su equipa. Si equipa, brinda equipamiento, mas nadie encontró tales implementos.
El lenguaje inclusivo se ha convertido en un timo, un artilugio discursivo para engañar a los que no se manejan de modo precavido. Nunca falta el político ni el adherente, que engalana su labia para engatusar a la gente.
Si equipa y equipo son equivalentes, ¿acaso miembro y miembra correrían la misma suerte? Esa necesidad nominativa y neutralista, sin embargo, tiene otras aristas. Qué tranquilidad saber que la guía para comunicación no sexista va dirigida sólo a periodistas: eso nos exime a los periodistos, que sin mayores preocupaciones seguiremos usando viejos modismos.
No se trata aquí de armar una vanguardia del conservadurismo, ni de abrazar con fervor la perfidia del rancio machismo. Se trata de evidenciar las modas con las que quieren sacar ventaja algunas fieras señoras. Eso sí, esto último no es excluyente: todos conocemos algún desagradable señor que se hace el confidente, pero sólo para que ver si con las fieras tiene suerte.
Todos los idiomas están vivos, cambiando según el uso y la necesidad de los tiempos. Se incorporan palabras de otros idiomas o se modifican las que existen. No hay que ser puristas con el habla, porque es perder el tiempo en una cruzada que finalmente se probará vana.
Sin embargo, la politización de la palabra cotidiana es una exageración innecesaria. Pone en el lugar de agresor o de opresor a personas que lo único que hacen es hablar. No intimidan, tampoco insultan. La línea de lo que está bien o mal los pasó por arriba, pero no por un cambio social innegable (como pueden ser las cuestiones de igualdad de género) sino por una causa política de los que quieren hacer que l apolítica inunde hasta la vida privada -acaso uno de los rasgos que define a los totalitarismos-.
La expresión de la vicegobernadora chaqueña se enmarca en esas causas armadas, que pretenden cambiar el uso de las palabras -inventando varias en el camino- pero sin cambiar realmente las verdaderas bases de la dominación. Se terminan convirtiendo en poco más que eufemismos, en alguna forma de neohabla orwelliana que cree que se elimina lo malo al eliminar las palabras de connotación negativa.
Equipo y equipa es una anécdota, una cosa menor al lado de lo que significa. El mensaje que acompaña a esto es que para los que gustan de monopolizar lo público, ahora también debería haber una forma buena de comunicarse públicamente, exponiéndose -de lo contrario- a algún tipo de sanción simbólica (al menos por ahora).
La teoría de la economía lingüística indica que, a través del uso, las personas van buscando las maneras más eficientes de comunicarse, en detrimento de las formas más doctas o rebuscadas. El reemplazo de palabras enteras por emojis o stickers en las charlas digitales es un claro ejemplo de ello.
Si la policía del lenguaje pretende que las formas se adapten a criterios artificiales, lo que les espera es el fracaso. Eso, sin embargo, no significa que no puedan prosperar figuras legibles y pronunciables como el reemplazo de la primera y cuarta vocales por la letra E, mucho más práctico que hacerlo por la X o la @, y ciertamente más eficiente que dar las dos formas de género posibles cada vez que se habla.
Que el idioma es un embrollo, a esta altura no lo cuestiono. Sin embargo, politizar tan universal instrumento sólo genera unas formas que son un esperpento. Ante los avances de personajes que ofenden el intelecto, no vale la pena hacer tanto espamento. A la corta, o a la larga, se impondrá la que no se viva como una carga.
La E, la equis o la arroba, seguro nadie le da mucha bola. Especialmente si pensamos, lo preocupante de no parar la olla. Dejemos a la señora con su tonta cruzada idiomática: la derrota, hacia el futuro, será inapelable y paradigmática.