Por Javier Boher
El análisis de la realidad social algunas veces puede resultar esquivo. Es muy fácil caer en la tentación de buscar datos y regularidades que sustenten las propias creencias, así como también se puede ignorar evidencia que se encuentra bien a la vista. Pese a ello, cada análisis es valioso, por cuanto puede ayudar a encontrar -o a proyectar- situaciones que habían pasado inadvertidas.
70 años se convirtió en una especie de mantra para el antiperonismo más onanista, el que cree ver todos los males del país en el período que se inauguró después del ascenso de Juan Domingo Perón al poder. Ciertamente su gobierno fue un quiebre, por cuanto marcó la política argentina desde su irrupción. Achacarle todos los males, sin embargo, es un tanto exagerado.
El número en sí, por otro lado, puede resultarnos útil. Siete décadas es aproximadamente el tiempo que pasa para que las experiencias de vida de abuelos y de nietos empiecen a atravesar más o menos la misma etapa. Si es cierto que las ideas se reciclan cada 30 o 40 años (cuando los hijos llegan a la edad que tenían sus padres de jóvenes), lo mismo cabría para ente 60 y 80; 70 años si dividimos la diferencia.
Por esos caprichos retóricos de análisis poco serios sobre los tiempos históricos, 70 años pasaron de 1810 -año del primer gobierno patrio- a 1880, cuando se consolida un orden de gobierno claro. El caos de la organización nacional necesitó de una generación del ‘37 que piense y de una generación del ‘80 que realice. Tres o cuatro décadas de padres a hijos, siete para un quiebre generacional.
De 1880 a 1950 hay otros 70 años. Es el tiempo que transcurre de la fundación de la república oligárquica hasta el auge del peronismo. Es pasar de los derechos civiles que defendió la Generación del ‘80 a los derechos sociales con los que hizo bandera el peronismo. De nuevo, sin una Ley Sáenz Peña a mitad de camino que ampliara derechos políticos, el proceso no se podría entender en su real dimensión.
De 1950 el salto es a 2020, el año de la pandemia. Con un gobierno desgastado, también parecen agotadas algunas de sus ideas. Todavía no parece estar muy claro cuál es el orden que puede surgir de este caos, pero en el salto intermedio puede haber algún indicio.
Lo que está al medio es la idea de que la democracia es innegociable y que la violencia no es el camino. Es el legado del alfonsinato, que no por insuficiente deja de ser real. No se pueden entender las demandas a la democracia si se pasa por alto la vara que dejó aquella experiencia. El orden por parir en este nuevo período no puede pasar por alto cada salto histórico que -por un capricho poco riguroso- se puede hilar en un relato sobre la política nacional.
La Generación del ‘80 se construyó como negación de la tiranía rosista, con un rechazo al paternalismo y al conservadurismo del gobernador de Buenos Aires, que fue profundamente denostado por los que sufrieron en carne propia las persecuciones que ejecutaban sus partidarios. Así, mientras el positivismo empujaba en el resto de América Latina las ideas del cesarismo democrático o del dictador honorable, en estos lares la experiencia sufrida bajo el gobierno de Rosas empujó al republicanismo.
Por supuesto que esto último no alcanzaba. Así se sucedieron experiencias que pidieron más apertura política, con los radicales y socialistas reclamando por la universalización del voto, que finalmente se logró.
Los progresivos derechos que se fueron conquistando alcanzaron su máxima expresión con el peronismo, que inauguró toda una nueva etapa para la vida política argentina. Con aciertos y errores, debatir contra la experiencia peronista y sus coqueteos autoritarios permitió pasar por la adopción de un conjunto de supuestos democráticos a los que el peronismo nunca se pudo terminar de acomodar.
El rechazo a los aspectos negativos o insuficientes de los que estuvieron antes marcaron líneas generales para que cada generación deje su marca.
La historia determina que podríamos estar ante un nuevo cambio, con una población que se serviría de esa misma historia para proyectar un futuro, que podría ser antiautoritario, republicano, con plenos derechos políticos, con igualdad material y en democracia, el legado que fue dejando cada generación a su paso por el país. Quizás el rechazo a la corrupción podría ser nuestro aporte.
Mi abuela tiene 90 años, nacida el día del golpe de 1930. Hablar con ella sobre sus abuelos o bisabuelos es hablar sobre la Guerra del Paraguay, sobre el desplante de Sarmiento a su pueblo correntino o sobre la llegada de los inmigrantes. Si hablamos de su infancia, hablamos de la irrupción del peronismo y las pujas con el radicalismo. Si tratamos de hablar sobre sus nietos, hablamos sobre dictadura y democracia.
Todos estamos atados a la historia y tenemos que aprender de ella. Pero como toda experiencia, sólo sirve si la proyectamos hacia adelante.