El miedo por las nuevas cepas

A esta altura del partido ya no se puede sostener que estemos igual que el año pasado, especialmente en lo referido a la información disponible. Si en marzo de 2020 las imágenes del mundo que nos bombardeaban permanentemente nos asustaron enormemente, nada debería estar exactamente igual que hace un año.

El volumen de información al respecto -pero especialmente el proveniente de países libres, en los que se puede acceder a fuentes confiables- se multiplicó enormemente, abarcando prácticamente todas las áreas de la vida humana que se vieron afectadas por las dinámicas de la pandemia. Tomar decisiones hoy como si fuese marzo del año pasado sólo puede interpretarse como falta de preparación.

Así las cosas, algunas jurisdicciones -y algunos espacios políticos- parecen no tener otra propuesta que no sea encerrar a la gente. Prefieren enfrascarse en sus discusiones que miran el panorama de corto plazo en lugar de plantearse las consecuencias de volver a poner bajo llave la vida de la gente, limitando la producción y la educación de un amplio espectro de personas.

En ese frenesí clausurador de la vida pública, la mejor herramienta que ha encontrado el gobierno nacional y sus acólitos es agitar el miedo sobre las consecuencias de mantener una vida relativamente liberada. Esto no es un alegato anticuarentena ni negador del covid, pero las decisiones del año pasado no lograron prevenir las muertes, destruyendo la economía en el camino.

Un país tan extenso y con tan baja densidad poblacional no puede condicionar todo su funcionamiento a lo que ocurre en el Área Metropolitana de Buenos Aires ni en las capitales provinciales que concentran el grueso de la población de las provincias. Los cordobeses de Chuña, Dalmacio Vélez, Villa Albertina o Las Albahacas o pueden estar sujetos a una discusión que inunda los medios incluso con el debate sobre las ventanillas de trenes y subtes, mientras en varias provincias la gente del interior profundo sólo se moviliza a dedo.

La resistencia a la clausura es tan grande que ninguna de las iniciativas ensayadas hasta ahora prosperó. Simplemente la gente no quiere que la vuelvan encerrar; no quiere seguir sin escuelas, sin bares, sin ver a su familia.

Por todo eso es que el nuevo caballito de batalla de los agoreros del caos es la posibilidad de que surja una nueva cepa en Argentina. Ya no serían la cepa Manaos, la británica o la sudafricana. El terror es que haya una cepa criolla, más letal que las otras, aunque eso probablemente sería un exceso de “optimismo”.

Si el azar de la biología determinase que la capital nacional sea el punto de partida de una nueva variante del Covid, nada hace pensar que podría ser efectivamente más mortífera que las otras. De hecho, si jugamos un poco bajo la falsa premisa de que una nueva cepa adoptaría las características de la población en la que se origina, el resultado distaría del esperado.

Pensemos, por ejemplo, que en el proceso de recuperación de su contagio, el cuerpo del presidente hospedara la mutación del virus. La Cepa Alberto sería grave, porque parecería una cosa moderada, pero solo para ocultar un cuadro más severo, que se manifiesta con más tiempo. Entre los síntomas, a la falta de olfato y gusto se le podrían sumar la pérdida del oído y la vista: en su carrera, el presidente nunca oyó ni vio nada.

Tal vez el que hospede la nueva cepa Buenos Aires sea un porteño típico. Seguro la infección haría un cuadro en apariencia gravísimo, pero que no tendría mayores consecuencias. Solamente serviría para faltar al trabajo y mandarse la parte de “yo sobreviví al Covid, soy el más guapo de todos”.

¿Alguien se imagina lo que podría ser una Cepa Rosario? Hay dos opciones: o que el cuadro aliente a la felinofagia o que se combine con raros casos de saturnismo inducido, la verdadera epidemia que sufre ese rincón del país. Esa sería potencialmente mortal, pero más por inacción estatal que por sí misma.

Lo mejor sería si la cepa mutase en Córdoba. Acá sí o sí se debilitaría. Con lo que le gusta la noche a los habitantes de La Docta, las restricciones a la circulación nocturna se probarían innecesarias: sí o sí en ese rango horario dejaría de contagiar. Incluso no sería la cepa Córdoba. Celosos de la Manaos, la nuestra podría ser bautizada como la cepa Pritty.

Lo que es seguro es que si fuese una Cepa Argentina, así a secas, el principal nuevo síntoma se vería específicamente en la población masculina. No quedan dudas que la inflamación de gónadas que vive el grueso de la población del país se combinaría con la información del virus original, manifestándose con más claridad que nunca cuál es la situación frente a todas estas nuevas amenazas sobre un posible retroceso de fase.

No se trata de negar ni de minimizar el virus. A esta altura, se trata de enfrentarlo con ciencia objetiva, no con cintitas rojas de la envidia; con información validada, no con lo que le pasó al tío del marido de Pampita; con coraje y decisión política, no con temores electorales licuados a través de supuestos comités de expertos que militan su fe política antes que los datos duros de la realidad.

Cepa o no cepa, el gobierno debe ponerse creativo para evitar el cierre total. Cerrar todo sería, paradójicamente, abrirle la puerta a la implosión de un gobierno muy debilitado en su legitimidad.