Por Felipe Osman
Traspuestos los idus de marzo, los distintos espacios que integran el peronismo ya han merituado -cuanto menos, en trazos gruesos- la forma en que abordarán la campaña que se avecina, e incluso alguno de ellos ha empezado a programar bajadas al territorio. Con una excepción: en el viguismo no son pocos los dirigentes y referentes territoriales que se mantienen expectantes y hasta confundidos por el silencio en la línea con los conductores del espacio.
El escenario es, en líneas generales, el siguiente. El llaryorismo, fiel a la impronta de Hacemos por Córdoba y particularmente a la de Juan Schiaretti, ha resuelto transitar los meses pre-electorales llegando al territorio a través de la gestión. No se trata tan sólo del usufructo de una ventaja con la que cuenta quien ocupa el Ejecutivo. Se trata también de una correcta lectura su situación y su proyección. Quien aspire protagonizar la renovación, se presume, debe seguir el libreto de quien hoy conduce.
Desde luego, capitalizar en términos estrictamente políticos las acciones de gobierno requiere colocar en algunos puestos de importancia dentro de los equipos de gobierno a abanderados del propio espacio, algo que el llaryorismo ha sabido hacer, avanzando sobre las segundas líneas de las distintas secretarías del municipio.
Mientras tanto, por otro andarivel avanza el caserismo, que mañana empezará sus recorridas por el territorio con una reunión en la seccional 11, un lugar más que propicio para pescar en rio revuelto dados los serios conflictos internos que atraviesan los distintos referentes peronistas de ese sector de la ciudad.
Pero el interrogante es, ¿cuál es el juego del viguismo? ¿Cómo diagrama sus acciones de campaña en la ciudad el espacio que aún mantiene su primacía dentro del peronismo de la Capital? Y, llegado el caso, ¿por qué no empiezan a verse aún movimientos claros?
No hay una única respuesta. Hay quienes entienden que el viguismo cuenta con una maquinaria electoral muy bien aceitada y una estructura verticalista que no hace necesarios demasiados movimientos precompetitivos para salir al ruedo. Que, llegado el momento, habrá una bajada de línea y todos interpretarán el papel que deban interpretar para maximizar el desempeño electoral del oficialismo.
A su vez otros, sin contradecir lo antedicho, entienden que dentro del viguismo han empezado a convivir distintas vertientes y que un debate entre ellas ralentiza la adopción otras definiciones. El punto de la controversia es predecible: ¿Cómo pararse frente al llaryorismo?
Ante a ese interrogante, las aguas se dividen. Un sector del viguismo entiende que el espacio debe procurar mantener la mejor de las relaciones posibles con el llaryorismo, cooperar con total desinterés con la gestión y esperar que, frente a tales muestras de buena voluntad, el llaryorismo guarde un lugar de privilegio a los dirigentes viguistas.
Quienes así lo entienden son mirados con celo por las otras facciones que integran el espacio liderado por la diputada nacional. Uno de ellos entiende que el camino para negociar con el llaryorismo no es ese. Que toda negociación consiste en generar una alternativa, acumular tensión y, llegado el caso, acercar posiciones en los términos que a cada parte resulten convenientes. Y que esa alternativa es ni más ni menos que el contrapeso que el propio Schiaretti puso al intendente: el vice gobernador Manuel Calvo.
Así las cosas, varios de los viguistas que hoy revistan en el bloque oficialista de la Unicameral creen que el viguismo debe ofrecer, al menos de momento, su respaldo al Presidente de la Legislatura como eventual abanderado de la renovación, y negociar desde allí espacios con el llaryorismo cuando llegue el momento de la renovación.
Finalmente hay una tercera vertiente que no quiere hacer apuestas afuera del viguismo, sino que se entusiasma con la idea de reforzar la identidad del espacio y pensar en su proyección más allá del 2023 imaginando un proyecto político propio.