Por J.C. Maraddón
Por más que se reivindique la importancia del rock en español, es indudable que el idioma en el que esa corriente musical se masificó y cobró trascendencia universal es el inglés. Y es que tal era la lengua en la que se hablaba en los dos países donde el género nació y se expandió: Estados Unidos, que es la cuna de la que extrajo sus componentes básicos, el rhythm & blues y el country & western; e Inglaterra, que fue determinante en la decantación de aquello que todavía sonaba demasiado simple y rudimentario, pero que una vez filtrado por el tamiz de los Beatles emergería transformado en joyas sonoras.
A partir de esa dualidad, desde ambos lados del Atlántico se disputaron el derecho a funcionar como epicentro de un movimiento cultural que sacudió al planeta y que promovió cambios sociales cuyas consecuencias todavía son visibles. Resulta notoria la presencia estadounidense en las grandes ligas rockeras, pero de la misma manera es imposible soslayar la cantidad de referentes británicos que ha habido a lo largo de la historia del rock, desde los Rolling Stones hasta David Bowie, pasando por Led Zeppelin o Black Sabbath en el hard rock y por Genesis o Yes en el rock sinfónico.
Y así como Nueva York o Los Angeles se reclaman capitales del rocanrol en Norteamérica, en las Islas Británicas ciudades como Liverpool o Manchester configuran polos creativos de esa vertiente, que a lo largo de los años vuelven una y otra vez a dar muestras de su carácter de usinas de talentos. La misma Londres aprovechó la ceremonia inaugural de sus juegos olímpicos en 2012 para enrostrarle al mundo su esencia rockera, con una lista de invitados que cerró con Paul McCartney y que incluyó en su banda sonora a figuras como The Kinks, Pink Floyd, Arctic Monkeys y hasta One Direction.
En la actualidad, continúa siendo Inglaterra una cantera para el pop y el rock, que aun globalizados encuentran allí a muchos de sus representantes más conspicuos, quienes sostienen una tradición cuyos orígenes se remontan al menos a sesenta años atrás. Dua Lipa o Harry Styles, por mencionar apenas dos de esas estrellas, provienen del semillero británico que nunca deja de sorprender con el constante aporte de nombres capaces de enloquecer a las audiencias globales y, cuando se podían realizar giras internacionales, de cautivarlas con sus presentaciones en directo mediante puestas en escena de fastuoso despliegue.
Pues bien, los avatares de la geopolítica empiezan a conspirar contra ese sitial que ocupa el Reino Unido en la cultura musical contemporánea, después de que ese país optó por alejarse de la Comunidad Europea. Según han denunciado los propios artistas, se volverá para ellos muy engorroso brindar conciertos en el Viejo Continente, debido a las trabas burocráticas que supondrá ahora para ellos realizar tours en un territorio por el que hasta no hace mucho podían desplazarse sin barreras de ningún tipo. Astros como Roger Waters, Sting o Roger Daltrey figuran al frente de un petitorio que reclama la “libre circulación” del arte.
Y es que en la nómina de excepciones de trámites aduaneros que se elaboró tras implementarse el Brexit, se ha omitido tamaño detalle, lo que ha desatado la ira de la comunidad artística contra el premier Boris Johnson. Entre otras cosas, los músicos temen que Gran Bretaña pueda perder la preponderancia en el mercado musical que viene manteniendo desde que cuatro flequilludos dejaron a todos patitiesos con su “yeah yeah yeah” e inauguraron una era mágica y misteriosa que podría estar llegando a su fin por, entre otras cosas, la decisión británica de aislarse de sus pares continentales.