Córdobers / Encuentro en una ciudad casi quimera (Tercera Parte)

Tras derroteros marcados por el celo apostólico y por la desgraciada intervención de piratas ingleses, respectivamente, los jesuitas llegados del Perú y los del Brasil lograrán reunirse en Córdoba, en 1587. Fue el primer hito de una historia que duró hasta la expulsión de la orden en 1767.

Por Víctor Ramés
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apostòlicos
Como posando para una tapa de disco se ve a antiguos jesuitas del Cuzco. (Detalle de la serie del Corpus Christi, obra del siglo XVII).

Luego del episodio en que casi pierden la vida a manos de piratas ingleses, los cinco jesuitas europeos procedentes de Brasil lograron llegar a Buenos Aires, y desde allí, con el auxilio del Obispo Francisco de Victoria, emprenderían su postergado viaje a la ciudad de Córdoba.

Entretanto, el Obispo, junto a los padres Angulo y Barzana, marchaban hacia esa ciudad que, afirma el historiador Pedro Lozano, le urgía visitar el prelado, pues en ella “era deseada su presencia, como que nunca habían visto a su Pastor, y sería utilísima la idea de los Misioneros, que en su dilatado distrito tendrían copiosa materia donde emplear su apostólico celo.”

La noticia de la ciudad de Córdoba que da el Padre Lozano – más de un siglo después de estos hechos- toma sin duda referencias de anteriores historiadores de la Orden.
“Córdoba, que adquirió este nombre por la semejanza grande de su terreno, con aquel en que está fundada la otra Ciudad tan célebre de la Betica (una de las provincias romanas que existieron en la península ibérica, la actual Andalucía), era la mejor, o de las mejores poblaciones del Tucumán: de temple sano, aunque no poco frígido en Invierno; abastecida de cuanto tiene por necesario la vida y aun la delicia; situada en un plano más largo que ancho, casi a la falda de una Sierra, que es ramo de las grandes cordilleras del Perú, a la cual mira por el Poniente; dilataba su amplísima jurisdicción por el Oriente más de cincuenta leguas, hasta que le sirve de margen la misma, que al gran Río de la Plata; no siendo más breves sus términos hacia los otros tres rumbos, en cuyo espacioso distrito ocupaban gran número de poblaciones más de cuarenta mil Indios de varias naciones, y lenguas diferentes, aunque por más común entre todos, pudiera llamarse vulgar la Sanavirona. La mejor porción de tan gran número reconocía por señores a los Españoles; a otros Pueblos no habían podido penetrar sus armas vencedoras; y otros finalmente, impacientes del yugo de la sujeción, le habían sacudido, con riesgo manifiesto de la nueva Ciudad, que casi aun en la cuna temía los estragos de su ruina. Mies tan copiosa, aunque no muy sazonada, pedía multitud de Obreros, que disponiéndola con el riego de su doctrina, la habilitase para recogerla en los graneros del Señor, obrando de su parte lo que estuviese en su mano, y esperando con paciencia del Cielo la razón de la cosecha.”

Refiere Lozano que el Obispo Victoria y los padres Barzana y Angulo, “entraron a los partidos de Sumampa a fines del año de mil quinientos ochenta y seis, y corrido parte del distrito de los Comechingones, Indios de las Cuevas, llegaron a Córdoba, sirviendo siempre a su Ilustrísima, el día segundo de Febrero de mil quinientos ochenta y siete”.

Se extiende sobre esto el historiador de la orden:
“Y dejando de referir la devoción, aplauso y regocijo, con que la Ciudad de Córdoba, y su Teniente de Gobernador, el famoso Capitán Gaspar de Medina, recibió a nuestros dos Misioneros, comenzaron estos a ejercitar en ella, con admirable fruto, los ministerios de nuestra compañía. En especial el Apostólico Padre Barzana predicó toda aquella Cuaresma, con tan invencible fuerza, que rindió los corazones más rebeldes, para que se volviesen a Dios con total mudanza de sus vidas depravadas.”

Entretanto, retomando a los misioneros que habían zarpado de Brasil y que lograron salvarse de los piratas británicos, dice Lozano:
“Apenas tomó puerto en Buenos Aires el Bajel derrotado, cuando voló presurosa a Córdoba la fama de las aventuras, y peligros de los nuevos Misioneros, con noticia cierta, que llegaban, no solo desaviados, sino casi desnudos. Enterneció esta dolorosa nueva el compasivo corazón del Señor Victoria, que luego dio pronta providencia para el socorro, despachando un Sacerdote de su comitiva, que llevase vestidos decentes para los Huéspedes, y avío para hacer el camino, que es de ciento veinte leguas. (…) Tomaron en los principios de Abril de aquel año la derrota para Córdoba, donde los recibieron, así el Ilustrísimo Prelado del Tucumán, como los Padres Angulo y Barzana, con las demostraciones de cariño, que no pueden fiarse a la pluma, ni cupieran en la mayor elocuencia.”

Aconteció por fin la reunión de todos los Jesuitas, los venidos del Perú y los del Brasil. El padre Joaquín Gracia, en su libro Los Jesuitas en Córdoba, de 1940, dice sobre esa instancia histórica:
“Grande e indecible fue el consuelo de unos y otros jesuitas al encontrarsesobre el campo deoperaciones, cabiéndole a Córdoba el regocijode ser como el centro de atracción para los heraldos de la civilizacióny del cristianismo, en aquellas tierras vírgenes, dado el poconúmero de españoles que allí había, después de sólo doce años de lafundación de la ciudad. Y es oportuno fijarnos un poco en un hecho,tan sencillo en sí, como es la reunión de diez jesuitas en un territorioconquistado para España, pero que lo tenía que ser y con más propiedadconquistado para la cruz y la fe en Cristo. Y así como en Jerusalén tuvo su punto de partida la acción de los apóstoles; y comoen Montmartre (París), se difundió por el mundo la acción de S. Ignacioy sus diez compañeros; así también desde Córdoba por ese pusillus grex(rebañito) se comenzaba la acción grande e imperecedera de la Compañía,no sólo en la ciudad, sino en las provincias del antiguo Virreinatodel Perú y del Río de la Plata, y en lo que la Compañía designócon el nombre de Provincia del Paraguay que abarcaba a todas.”

Sin embargo, dos de los padres venidos por el este, Armini y Grao, “repugnaron quedarse donde ya había misioneros de otras provincias” y debido, sobre todo, a que los padres que procedían del Perú estaban al mando de la Misión, decidieron volverse al Brasil. El resto se repartió para predicar en las provincias.
Así fue el origen de la relación de los jesuitas con Córdoba, donde fundarían la casa de la orden y se establecerían el último año del siglo XVI, para permanecer aquí hasta la expulsión en 1767.